Ritual de los sábados: aprovecho las primeras horas de la mañana para ordenar mis notas y acabar de redactar este blog. Es una forma de hacer balance de la semana y reflexionar sobre algunos de los acontecimientos vividos.
Me escribe Toni Gañet desde Barcelona: acabo los posts de forma demasiado abrupta, me dice. Debo añadir una frase conclusiva. No sé cómo hacerlo. Pero lo pensaré porque Toni es un blogger experimentado y merece ser escuchado.
Habitualmente, salgo a eso de las 10:30 para comprar el diario en el pequeño quiosco de la via Luigi Lanzi. Siempre el mismo intercambio con la dependienta que me saluda como si me conociera de toda la vida.
– «Mi da Il Corriere per favore?»
– «Con Lettura o senza Lettura?»
– «Con Lettura»
– «Eccolo, Il Corriere»
Lettura es el sesudo suplemento literario que publica Il Corriere della Será los fines de semana. Lo compro cada sábado a sabiendas de que apenas leeré dos o tres artículos antes de irme a dormir durante los días siguientes.
Franco Benigno me aconsejó que leyera la Reppublica, que es el diario de los votantes del PD, el Partito Democratico, heredero de los antiguos comunistas. Según él, es el mejor con diferencia. Pero en este punto no le hago caso. Es cuestión de lealtades. Y la mía está con el diario La Vanguardia de Barcelona hermanado con Il Corriere della Sera. Durante años viví enganchado a los artículos que aparecían en La Vanguardia del gran Indro Montanelli, director del Corriere . Además, prefiero la visión desde Milán que desde Roma.
- Bar 206
- He aquí la tienda con la arcada de la antigua iglesia claramente visible
A continuación me dirijo a tomar un café en el bar 206 situado en la esquina del Largo Cesare Cantú con Melchiorre Gioia. Apenas me ve cruzar el umbral, Andrea, el joven camarero, empieza a preparar el café sin necesidad de preguntarme.
– «Buongiorno professore. Come è andata la settimana?»
El 206 es el punto de encuentro de las mujeres del barrio que hacen un alto en su ir y venir de las compras para tomarse el caffe macchiato y departir sobre las novedades de la vecindad. Me admira la habilidad de la dueña del local que, cual experimentada directora de orquesta, ordena la conversación dando entrada a las discordantes solistas para, finalmente, darles la razón a todas. Trato de hojear el periódico mientras sorbo el café sentado frente al pequeño tavolino. Imposible. Me interesa mucho más la conversación de las parroquianas que las noticias del periódico. Me siento mucho más a gusto aquí que en las impersonales cafeterías de paso que frecuento en el centro de Barcelona, siempre abarrotadas de turistas y atendidas por jóvenes camareros explotados sin el menor interés por entablar conversación con los clientes. Bastante tienen con saber si les renovarán el contrato al mes siguiente.
El almuerzo de los sábados en la AdeiP es a la 13. Media hora antes de lo habitual, para dar tiempo a las señoras que atienden la cocina a dejarlo todo preparado antes de empezar su fin de semana. Por ello, il pomeriggio comienza para mí a las 2 de la tarde, cosa que agradezco infinitamente ya que me deja seis horas por delante para pasear por la ciudad. Es el único día que me acerco al centro pertrechado con mi inseparable guida rossa del Touring Club Italiano a la que ya empiezan a desprendérsele algunas páginas por el uso intensivo al que está siendo sometida. Hoy he salido antes de lo habitual para hacer algunas compras. La temperatura ha descendido bruscamente en los días pasados y los trayectos matutinos hasta la VIT comienzan a resultar gélidos. Necesito una prenda de abrigo que me sirva no sólo para ir en moto sino también para asistir a los múltiples actos sociales a los que, por lo que estoy viendo, me esperan en los próximos meses. Tras descartar diversos comercios de precios escandalosos, acabo entrando en un local de la piazza degli Antinori con todo el aspecto de ocupar lo que debió ser una iglesia. Viendo mis dudas sobre lo que realmente deseaba, la joven dependienta se ha ofrecido a asesorarme. Pero, claro está, para hacerlo necesitaba conocer mis circunstancias. En cinco minutos me había sonsacado mucha más información de la que hubiera deseado darle. «Questo è il cappotto che li serve», me ha asegurado con tanta convicción, mientras me mostraba una prenda que superaba con creces mi presupuesto, que no he podido resistirme.
Como si intuyera que me había hecho una mala pasada por la que debía compensarme, me ofrece un café en el espacio habilitado a tal propósito en el propio local. Ignoro si esta es una práctica habitual con todos los clientes, sólo con los buenos clientes o con los clientes engañados como yo. Mientras lo prepara aprovecha para explicarme que ha estudiado historia del arte y está muy contenta de trabajar en un lugar como éste que es la antigua iglesia del Convento della Stufa. ¿Tendrá algo que ver con el abate della Stufa, participante habitual en las timbas de cartas que organizaba Eleonora en la villa de Poggio a Caiano? Deberé comprobarlo. Y, sobre todo, deberé andarme con más ojo sino quiero ser desplumado por los vendedores florentinos. Soy una presa demasiado fácil.

Basilica di Santa Trinita
Para calmar mi mala conciencia por el despilfarro que acabo de realizar, decido buscar paz en la vecina iglesia de Santa Trinita, situada junto al Arno casi en el extremo de la Via Tornabuoni. Un edificio notable por muchos conceptos pero demasiado modificado con el paso del tiempo. Durante siglos fue la casa madre de la orden de los vallombrosianos (por la cercana abadia de Vallombrosa que es su sede emblemática) con un gran protagonismo en la historia de la Toscana. Pero lo que realmente me interesa es la Capella Sassetti –Basilica di Santa Trinita-, situada en el lado derecho del transepto, por las fascinantes pinturas de Domenico Ghirlandaio. Es uno de mis lugares predilectos ante el que procuro detenerme siempre que paso por esta parte de la ciudad. Merece mucho la pena, a pesar de la desgraciada ocurrencia de iluminar el retablo mediante un dispositivo que, por 50 céntimos de euro, te permite contemplarlo durante apenas un minuto. Como para denunciar al responsable de tamaño despropósito!
- Autorretrato de Ghirlandai en el grupo de espectadores del milagro de la resurrección del niño
- Capella Sassetti
Domenico Ghirlandaio (1448-1494) fue uno de los grandes del Renacimiento florentino a pesar de que los manuales de historia del arte no siempre le han hecho justicia. Es lo que tiene eso de vivir en una época de genios. En los últimos años de su vida se convirtió en el retratista oficial de la buena sociedad florentina: los Vespucci, los Tornabuoni, los Pitti, los Albizzi, si bien apenas trabajó directamente para los Médici. A parecer, sus clientes supieron valorar su capacidad para reflejar a sus modelos con formas precisas envueltas en una pátina de tierna humanidad. También el carácter amable y la diligencia con que entregaba los trabajos. Dos características nada despreciables en una época de artistas intratables. Para atender tantos encargos como le llegaban organizó un eficiente taller, uno de cuyos aprendices fue un jovencito de 13 años llamado Michelangelo Buonarroti. Casi nada!
Francesco Sassetti fue, por su parte, un ricachón que había amasado la fortuna sirviendo a los Médici en la sucursal bancaria de Génova. Como otros magnates de la ciudad, negoció con los monjes de Santa Trinita la adquisición de una de las capillas de la iglesia para construir su propio sepulcro y honrar la memoria de su familia en los tiempos venideros. Florencia está llena de ellas y algunas como la de los Brancacci pintada por Masaccio en la iglesia del Carmine o la de los Bardi pintada por Giotho en la basílica de Santa Crocce, sirvieron directamente de inspiración a Ghirlandaio.
La tradición establecía que estas capillas debían honrar al santo del patrón del comitente. En este caso San Francisco que aquí aparece representado en varios momentos de su vida, como cuando decidió despojarse de las riquezas con gran enfado de su padre, cuando obtuvo la aprobación del papa para la fundación de una nueva orden religiosa, cuando recibió los estigmas como prueba de su identificación con la pasión de Cristo o cuando realizó ante un incrédulo sultán el milagro de caminar sobre el fuego. Pero, claro está, por muy devoto que fuera del santo, Sassetti no podía conformarse sólo con esto. Y Ghirlandaio encontró el modo de complacerle mediante una solución que había aprendido en Siena.
Consistía en entremezclar el pasado con el presente, ambientando algunas de las escenas de la vida del santo en la propia ciudad de Florencia lo que le permitió introducir a Sassetti y sus amigos de modo perfectamente reconocibles que se convirtieron de hecho en los verdaderos protagonistas de los relatos.
- San Francisco se despoja de sus bienes
- San Francisco recibe los estigmas
- San Francisco camina sobre el fuego ante el sultán
La escena en la que este recurso se aplica con mayor descaro, narra un milagro atribuido a San Francisco después de su muerte. Está ambientada en la misma plaza de la iglesia de Santa Trinita con edificios todavía hoy reconocibles. Cuenta la resurrección de un niño de la familia Spini muerto al caer de la ventana del palacio familiar situado frente a la iglesia ante la mirada atónita de los familiares y amigos de Francesco Sassetti. Ahí no falta nadie, ni siquiera el propio pintor que se autorretrata junto al grupo de hombres situados en la izquierda de la imagen.

Milagro de la resurrección del niño
Aunque, sin duda, la que contiene mayor carga simbólica es la que muestra el momento en el que el papa Honorio III hace entrega al santo de Asís de las reglas por las que en el futuro se regirán los franciscanos. A pesar de que esto ocurrió en Roma, lo que aquí vemos es la Piazza della Signoria de Florencia con el Palazzo Vecchio al fondo, todavía sin la escultura del David de Miguel Ángel que durante siglos flanqueó la entrada principal pero ya con el Marzocco de Donatello, el león que simbolizaba el poder de los florentinos que hoy puede contemplarse en el museo del Bargello. En primer plano, contemplando la escena se encuentra Sasetti acompañado por su cuñado, uno de sus hijos y su jefe, Lorenzo el Magnífico en posición de tender la mano al famoso humanista Angelo Poliziano que asciende por una escalera acompañado por los hijos de su patrón. Todo un homenaje a la familia Médici. Y a la propia ciudad de Florencia, presentada aquí como la nueva Roma gracias a la paz y progreso traidos por Lorenzo.

San Francisco recibe la real de la orden de manos del papa ante la mirada de Francesco Sassetti y Lorenzo el Magnífico en el primer plano a la izquierda
En conjunto esta capilla es un producto muy sofisticado, fruto de la relación del pintor con la Academia Florentina dirigida durante años por Marsilio Ficino. Tras su apariencia mundana, propone toda una reflexión sobre la vida, la muerte y el renacimiento. Algo que difícilmente puede ser apreciado si la luz que ilumina las pinturas se apaga a cada minuto.
Como siempre, me he acabado teniendo ante el retablo Sassetti mucho más tiempo del que había previsto. Cuando salgo de Santa Trinita se ha puesto el sol. Tendré que dejar para otro día la visita a la vecina iglesia dei Santi Apóstoli.