Me costaba escribir esta entrada, así que he dejado pasar algo de tiempo. No quería verme atrapado por un tono melodramático. Pero, lo cierto, es que estoy todavía en estado de shock. Desde hace unos días, todas las portadas de la prensa local están dedicadas al mismo tema: el asesinato del pasado día 6 de enero en un pequeño apartamento de la via Santa Mónaca, 3. Cuando Fernando Cidoncha me habló de ello no le presté mayor atención. Por desgracia, estas cosas ocurren y habiendo sido en el Oltrarno, pensé, debió tratarse de un ajuste de cuentas o una pelea a la salida de algún local nocturno. Pero cuando al día siguiente vi su fotografía en el Corriere Fiorentino me quedé helado: conocía a la víctima.
Se llamaba Ashley Olsen y tenía 35 años, aunque esto último lo he sabido después por la prensa. Parecía más joven. Nos saludamos en la Villa I Tatti. Me dice la agenda que fue el pasado 19 de noviembre durante el seminario que impartió Jessie Ann Owens sobre los madrigales de Cipriano de Rore, un compositor que llegó a ser muy reconocido en la Italia de los años de Eleonora. Para ilustrar su exposición Jessie se hizo acompañar del grupo Ensemble Euphrasia y la soprano Elena Cecchi Fedi que interpretaron algunas de sus obras. Ashley se sentó a mi lado y se presentó sin más preámbulos. Se notaba que era una persona decidida. Delgada, melena desordenada de un rubio platino y ropa de marca tipo Desigual, entre hippie y alternativa. Tan guapa como desconcertante. Me contó que solía asistir a las actividades musicales de la VIT desde que algunos años atrás le había invitado un antiguo fellow. Como no conocía a nadie y tenía ganas de hablar, se explayó a gusto durante el aperitivo que siguió al pequeño concierto. Era de Florida, había estudiado en el Art Institute di New York y llevaba tres años viviendo en Florencia donde lo hace también su padre, arquitecto y profesor de una escuela de diseño. Me dijo que era artista pero no logré averiguar lo que eso significaba exactamente ya que respondió a todas mis preguntas con evasivas. Sólo después he sabido que su actividad principal era cobrar comisiones de Airbnb a cambio de facilitar clientes americanos. Cuando le conté el argumento de mi investigación mostró gran interés pues, me dijo, un amigo suyo, también americano, estudiaba los retratos de mujeres florentinas del Renacimiento y los de Eleonora le resultaban especialmente interesantes. «Tenemos que volver a vernos», insistió mientras nos despedíamos. Y así lo hicimos
Por iniciativa suya nos encontramos de nuevo el sábado 19 de diciembre. La cita era a las 10 de la mañana al pie de la enorme escultura de Dante Alighieri ante la fachada de la iglesia de Santa Croce. Se presentó acompañada por un cuarentón de aspecto desaliñado y pocas palabras que de estudioso de retratos renacentistas resultó tener bastante poco. Y por su beagle al que se dirigía como si de uno más del grupo se tratara. «Propongo ir a una cafetería cercana para charlar tranquilamente», sugirió. Tenía ya decidido el lugar. No me pareció que el Cibreo Caffè, en Via Andrea del Verrocchio, junto al mercado de Sant’Ambrogio, fuera precisamente una cafetería cercana pero preferí guardármelo para mi. El café era malo y caro y, para colmo, tampoco resultó ser el mejor sitio para hablar, al menos a esas horas, atestado como estaba por gente camino del mercado para la compra semanal. Los únicos asientos libres estaban en la terraza, y ahí nos acomodamos a pesar del frío. Me resultó un encuentro extraño. La conversación derivó en un canto a las maravillas de Florencia. Según ella era una ciudad creativa («vibrant» era su término preferido) donde resultaba fácil encontrar gente interesante si se sabía donde buscarla. Mencionó diversas galerías de arte, talleres de restauración y tiendas de anticuarios con las que colaboraba. Y de su amado Oltrarno, sin duda alguna el mejor barrio del mundo para vivir. La verdad, sus puntos de vista me parecieron un conjunto de tópicos propios de esas películas americanas, acarameladas y tontorronas, en las que el protagonista recibe una revelación que le cambia la vida durante un viaje a la Toscana. Pero tampoco me extrañó mucho. Algunos de mis colegas de la VIT, capaces de hacer análisis imaginativos y agudos cuando de trata de su investigación, Tienen visiones extremadamente tópicas de la Florencia actual. Como si nunca hubieran salido de esas películas.
Nuestro encuentro finalizó con un paseo por el mercado entre puestos de venta de los productos más diversos. Todo le parecía auténtico, desde las mercancias a los vendedores pasando por su forma de chillar a los clientes. Me pareció que después de varios años asentada en la ciudad, todavía tenía una visión muy superficial. Como, sin. duda, es también mi caso. No quiero ahora darme aires que no me corresponden.
«No sé para que me ha citado pero esto no da más de sí» me dije mientras nos despedíamos entre insistencias de su parte para seguir hablando. No volví a saber de ella hasta que ví su foto en las portadas de los diarios.
Las primeras noticias sobre el asesinato resultaban confusas. ¿Se trataba de un ladrón al que se había resistido? Las primeras sospechas recayeron sobre su novio (ni sabía que lo tuviera ni había razón por la que tuviera que habérmelo dicho) que fue quien descubrió su cuerpo sin vida al día siguiente. Se llama Federico Fiorentini y ese sí que es un artista que, al parecer, adquirió cierta notoriedad por una serie de pinturas cuyo único protagonista era un Fiat Cinquecento. Según descubrió la policía habían tenido una fuerte discusión pocos días antes y el hombre presentaba magulladuras en una de las manos que podrían haber sido fruto de una pelea. En los días siguientes la via Santa Monaca, una estrecha callejuela que desemboca en la piazza del Carmine, fue acordonada por la policia a la búsqueda de pruebas en el apartamento y numerosos vecinos se acercaron a curiosear. En la puerta del edificio aparecieron ramos de flores con mensajes blandengues. La mitificación de la Toscana por parte de los americanos sólo es comparable a la mitificación de América por parte de los italianos. Algunos medios construyeron enseguida su propio cuento de hadas con final dramático. Una bella artista americana enamorada de Florencia encontraba la muerte en manos de un desalmado. Los vecinos del barrio se prestaron enseguida a colaborar. «A pesar de ser extranjera, era una más entre nosotros». Todos la recordaban, jovial, abierta y simpática, acompañada siempre por su inseparable perrito. Una persona adorable a la que encontrarían a faltar.

Flores en la entrada de Via Santa Monaca, 3
La historia ha resultado ser mucho más sórdida que todo eso. Como otras muchas noches, Ashley había pasado las horas previas a ser asesinada en el Montecarla, un turbio local en la via de’ Bardi conocido por las frecuentes trifulcas, que el municipio, farisaicamente, se ha apresurado a clausurar. A pesar de ser uno de los tugurios más frecuentados de la vida nocturna florentina, no se habían dado cuenta hasta ahora de que no cumplía la normativa. Como en otras ocasiones, bebió más de la cuenta y tuvo una agria pelea con sus amigas. Conoció a un senegalés, mucho más joven que ella. Un traficante de droga. Fueron juntos hasta el apartamento de via Santa Monaca. Se pusieron hasta las cejas de cocaína, tuvieron relaciones sexuales y luego discutieron. Ashley apareció a la mañana siguiente estrangulada y con un fuerte golpe en la cabeza. ¡Todo un poema!

Montecarla
Los mismos medios que ofrecieron el cuento de hadas empezaron a amarillear hasta extremos repugnantes. El peor de todos, La Nazione. Filtraron fotografías del apartamento tal como lo encontró la policia, hecho una pocilga. A cada día que pasaba añadían una dosis de morbo. Resultaba evidente que la historia les hubiera traído sin cuidado de no ser la víctima una atractiva americana. Además, había sexo por medio y eso ya es el máximo. Según la policía, consentido. Y el agresor era un senegalés. Seguramente, un ilegal. «No soy racista, pero…», declararon los mismos vecinos que días antes la habían presentado como un dechado de virtudes. ¿Por qué será quer todos los racistas necesitan siempre hacer la misma advertencia antes de lanzar sus escupitajos?
Ayer por la tarde tuvo lugar el funeral en la Basílica de Santo Spirito situada a cuatro pasos de la casa de Ashley. Todo el barrio se congregó en la plaza. Portaban el féretro los calcianti della squadra bianca, el equipo de calcio storico fiorentino del quartiere. A pesar de que la nave de Bruneleschi tiene casi las dimensiones de un campo de fútbol, sólo una parte pudo entrar en el templo, lleno hasta los topes. Por un momento pensé en ir. Descarté la idea. Ahora me arrepiento. Sobre todo después de haber leido la homilía que pronunció el oficiante, un anciano fraile agustino, obispo emérito de no recuerdo donde (ignoro qué pintaba ahí) que resultó ser el único que no tenía pelos en la lengua.

El féretro de Ashley entra en la basílica de Santo Spirito
«El arte con toda su capacidad catártica no se ha bastado para salvar a Ashley de la maraña mortal tejida por el alcohol y la droga […]. Ni la Iglesia ni el quartiere (el Oltrarno que tanto amaba) han sido capaces de ayudarla a ser una mujer fuerte contra todo y contra todos. La calidad de nuestra fe y de nuestra humanidad ha sido insuficiente […]. Frente a una tragedia como esta debemos pedir perdón por aquello que no hemos sabido o no hemos podido hacer; pedimos también perdón en nombre de Ashley para que pueda presentarse ante el Señor con el corazón contrito»
En una ciudad donde muchos, sobre todo entre los residentes extranjeros, se alimentan de una fe ciega en la capacidad redentora de la estética, la afirmación del fraile causó impresión. Quizá se sintieron enfrentados al espejo de sus existencias vacías.
Escuchando sus palabras en el primer banco, el padre de la víctima con su novia, la madre con su hermana, el exmarido (tampoco sabía que lo tuviera), el artista y el perrito.
Así que se calmen las aguas trataré de despedirme de ella en el cimitero di Soffiano.
Me gustaría añadir algo sobre el underground florentino. Ese que no aparece nunca en las guías turísticas. Tan pestilente como en cualquier otra ciudad, pero aquí revestido de un aroma de bohemia creatividad.
«El Oltrarno es un barrio vibrante, en el que nada está organizado, donde ocurren cosas increibles y todo el mundo es bienvenido» aseguraba hace un par de días Tom Richards, un pintor y profesor de arte inglés residente en el mismo al diario The Guardian.
«¿Quien gobierna el Oltrarno?», se preguntó el anciano fraile durante el funeral de Ashley. «El dinero, el alcohol, el sexo y las drogas».
¿Quien tiene la razón? Prefiero no responder en caliente. No vaya a ser que me entre la vena moralizante