Me da vergüenza aceptarlo, pero lo cierto es que esta mañana me ha costado horrores regresar a la rutina de la Villa I Tatti. «Cualquiera diría que eres un parvulito de esos que se pilla un berrinche el primer día de escuela después de las vacaciones», me decía a mi mismo mientras sorteaba los coches en la via Bolognese, especialmente concurrida esta mañana. No es tanto que me cueste retomar el trabajo (que, de hecho, no he abandonado del todo durante estos días pasados) como que odio las escenas de reencuentro casi tanto como las despedidas. Seguramente Patrizia, la recepcionista, me iba a interrogar sobre mis navidades y no tenía unas ganas especiales de entrar en detalles. Patrizia ha sido instruida para mostrar siempre la máxima cordialidad mostrando un interés que se plasma en preguntas muy generales que no siempre me resultan fáciles de responder, pero sin entrar nunca en la distancia corta. En un arranque de sinceridad, me confesó en cierta ocasión que prefiere no involucrarse demasiado en las relaciones con los fellows para no sentir pena cada vez que uno se marcha, cosa que, con tráfico constante de llegadas y partidas que hay en este lugar, ocurre constantemente. En mi último viaje a Barcelona decidí comprarle unas barras de turrón Vicens, pero luego me dio vergüenza dárselas. En general, me cuesta hacer regalos, y en este caso todavía más porque no sabía cómo se lo podría tomar. Ahora me arrepiento de no haberlo hecho.
Sobre todo, me costaba regresar a la VIT porque sabía que hoy iba a ser día de caras nuevas y me daba pereza volver a comenzar con las presentaciones. Sé que es algo que tengo que superar. Para hacerlo escucho de vez en cuando una de mis TED Talks preferidas. Se titula The secret to great opportunities? The person you haven’t met yet. Pero, nada, ni con estas. De hecho, al final no han sido tantas como estaban anunciadas. Por lo visto, algunos se irán incorporando a medida que avance el semestre. Ahí estaba Joško Belamarić, con su imponente corpulencia y su aspecto bonachón, historiador de la arquitectura y profesor en la universidad de Splitz; Yoshie Kojima, menuda y sonriente que enseña en la Sophia University, la universidad de los jesuitas en Tokyo; Florin Leonte, un rumano silencioso especialista en literatura bizantina que ahora tiene un contrato postdoctoral en Harvard; Pamela Long que a pesar de su aspecto de abuelita excéntrica es una reconicida especialista en historia de la técnica; y el equipo argentino formado por Francisco Battista y Mariano Pérez Carrasco, ambos apasionados por la literatura florentina del primer Renacimiento. He tratado de localizar a Ingrid Baumgartner, más que nada por espíritu de cuerpo ya que forma parte del grupo minoritario de director’s appointees al que yo pertenezco. Pero no ha habido manera. Más tarde, ha sido Patrizia quien me lo ha aclarado todo: aunque figure entre las nuevas incorporaciones, en realidad no va a venir. Es la esposa de Alessandro Nova, uno de los directores del Kunst y su vinculación con la VIT es sólo nominal, para conseguir el permiso de su universidad en Alemania para realizar largas estancias en Florencia. ¡Un chanchullo, vaya!
Nada más entrar en el salone Sassetta a la hora del aperitivo busco con la mirada a Alina Payne. Uno de mis propósitos de estas navidades ha sido mejorar la relación con ella, así que me dirijo directamente a donde se encuentra para felicitarle el nuevo año. «Vamos a comer que ya es la hora», es toda su respuesta. Tendré que seguir intentándolo. Ya en el comedor me siento entre Wanessa Asfora y Holly Flora. La primera está entusiasmada con el viaje familiar que ha hecho por el centro de Europa. Me vuelvo a sorprender por el ritmo de vida que llevan algunos de mis colegas. Yo no me lo podría permitir. Holly, en cambio, muy callada. «Hoy es para mí un día triste. No puedo olvidarme de los que ya se han ido», me responde cuando me intereso por su mutismo. Holly es una americana sentimental y delicada. No hay más que ver el cariño con que trata a sus dos hijos de corta edad que se han instalado con su marido en una pequeña casita en Settignano siempre abierta para todo tipo de celebraciones familiares. Mientras tomamos el café, Giulia Torello-Hill me regaña amistosamente: «¿Has estado en Florencia estas navidades y no me has dicho nada? Podríamos haber quedado para hacer algún plan». ¿Debería haberlo hecho?. La verdad es que ni se me pasó por la cabeza. Pero su reacción me da que pensar. Algunos de mis colegas están más solos de lo que a primera vista pueda parecer y agradecen cualquier propuesta de planes fuera del trabajo. Me llama la atención que ese sea el caso de Giulia, una genovesa delgadita y risueña, madre de dos niñas encantadoras, a la que le gusta vestir con prendas floreadas; siempre tiene algo simpático que explicar durante las comidas por lo que es una de las comensales más «cotizadas»; tras sus estudios de su doctorado en Inglaterra encontró trabajo en la Griffith University, en Brisbane, Australia. Un lugar perdido en el mapa del que, se nota a la legua, se muere por salir. Nuestra relación se hizo mucho más fluida desde el día en que tuvimos una conversación sobre la programa ICREA, la joya de la corona del sistema de investigación de Cataluña, ya que ofrece unos contratos magníficos para investigadores de todo el mundo. Quería presentar una solicitud y me pidió consejo. «¿Y qué opina tu marido, que es australiano, sobre esto?», se me ocurrió preguntarle. «Bueno, ese es mi problema», me respondió secamente. Nunca lo he visto en la VIT. Mejor no preguntar.
Cuando me llegó el plan de actividades previstas para el mes de enero, me sorprendió que ya el primer día hubiera un seminario programado. Y más aún que el ponente fuera Carlos Plaza, que finalizó su vinculación con la VIT a final del trimestre pasado. Pensaba que había regresado a Sevilla para reincorporarse a su universidad pero, por lo visto, sigue estando en Florencia. No acabo de aclararme mucho con su situación, pero eso no tiene más importancia. Me ocurre con otros muchos de mis colegas de este año. Su participación no estaba prevista en el programa inicial pero, por lo que me ha contado luego Martha Caroscio, insistió mucho a Alina para que le hiciera un hueco. Algo que yo nunca haría. Su intervención se ha centrado en la figura de Jacopo Indaco, que en España fue más conocido como Jacopo Florentino, un pintor y escultor amigo y colaborador de Miguel Ángel que pasó un tiempo trabajando en Andalucía. La verdad es que la exposición ha sido muy técnica (intuyo que pensada sobre todo para impresionar a Alina) y me ha costado seguirla. En realidad, lo que más me interesa del trabajo de Carlos es el libro que, según me dijo, está a punto de publicar. Se titulará Españoles en la corte de los Médici y dedicará una parte al entorno de Eleonora.
Uno de mis objetivos cuando comencé esta investigación era precisamente centrarme en la numerosa colonia española que la acompañó durante sus años en Florencia. De hecho, éste fue el tema principal de la conversación que mantuve con Marcello Fantoni, uno de las máximas autoridades en la corte de los Médici (aunque ahora haya decidido dejar de ser historiador para ganar dinero trabajando como gestor en una universidad americana), cuando todavía estaba explorando las posibilidades de este trabajo. Me animó a seguir por esta línea. Ahora ya no lo veo tan claro. Y eso por varios motivos: a) no estoy seguro de poder añadir nada nuevo sobre lo que ya han dicho Blanca González Talavera, Carlos J. Hernando o el propio Carlos Plaza b) no estoy seguro de que el numeroso entorno español de Eleonora, tuviera un papel tan determinante en la supuesta españolización de la vida política florentina de esos años c) no estoy seguro de que fuera Eleonora la responsable directa de la llegada de españoles a Florencia ya que Cósimo tuvo por lo menos tanto interés como ella y d) sobre todo, no estoy seguro de qué significaba en ese momento ser español. De hecho, ni tan siquiera estoy del todo seguro de que la propia Eleonora pueda ser considerada como española. ¡Vaya, que navego en un mar de inseguridades!
Una cosa es cierta, Eleonora llegó a Florencia acompañada por un nutrido séquito de connacionales, cuidadosamente seleccionado por su padre, que incluía diplomáticos, secretarios, escribientes, soldados, damas de honor, mozas de servicio y esclavas, capellanes, mayordomos, cocineros, coperos, porteros, cantores, pajes… y, por supuesto, algunos de sus parientes más cercanos. El documento con la relación de todos ellos, conservado en el Archivio di Stato di Firenze, ha sido reproducido por casi todos los estudiosos que se han ocupado de ella. Y, a juzgar por la importancia que le han dado, les ha causado mucha impresión. Don Pedro dispuso que una parte de este acompañamiento regresara a Nápoles tras comprobar que el acomodo de su hija se había realizado conforme a sus instrucciones. Pero otra, no menos numerosa, debía permanecer al servicio de la duquesa. De ella formaban parte algunos de los que habían trabajado anteriormente en la casa del virrey como el secretario Cristobal de Herrera o el doctor en teología Francisco de Astudillo, todos ellos comandados por Pedro de Solís, otro antiguo criado de don Pedro, que quedaría como mayordomo, y su camarera mayor María de Contreras, al frente de la “compañía femenina”. Ésta última se vió acrecentada unos meses después con motivo de la primera gestación de Eleonora, con la llegada de otras damas españolas de la confianza de su padre “como personas que la criaron”. Entre ellas se encontraban Maria Pimentel, que había sido camarera de su madre, e Isabel Reinoso (Hernando, Castilla y Nápoles p. 139). Todas llegaron a configurar el círculo más cercano a la duquesa.
Conocemos el número de españoles que trabajaron al servicio de Eleonora (y, cada vez más, también de Cósimo) gracias a i ruoli dei salatiari (la relación de asalariados), un documento de carácter contable que se actualizaba anualmente con el fin de organizar el pago de los sueldos (Litchfield, 2008, pp. 77 y ss). Para haceros una idea: sobre un total que rondaba en torno a los 140 sirvientes, en la relación de 1551 constaban 38 españoles de los que 15 eran damas al servicio directo de Eleonora, encabezadas por Isabel Reinoso y María Solís. En la de 1553 el número había ascendido a 43 aunque el de damas se había reducido a 12 (Blanca González, pp. 206-211 y Hernando, Castilla y Nápoles, p. 139). Nada tenía de extraño que muchos florentinos llegaran a pensar que Eleonora vivía secuestrada por su entorno español. Incluso alguien tan cercano a Cósimo como el escritor Bernardo Segni se lamentó por “los gastos incomparables que se hacían para la provisión de coroneles, espías, españoles y mujeres que servían a la Señora” (Istorie fiorentine, libro XI, p. 301).
Es cierto que la mayoría de ellos desempeñaron tareas de servicio personal, “funciones de cámara” como se designaban en la época, y que Cósimo reservó las principales responsabilidades de gobierno a los florentinos. Pero esta norma general tuvo sus excepciones. Casos contados, es cierto, como el de Antonio de Aldana, Fabio Arrazola de Mondragón y, sobre todo, Antonio Ramírez de Montalvo. El primero llegó a Florencia formando parte de la comitiva que acompañó a Eleonora. Había ocupado previamente diversas responsabilidades militares en el reino de Nápoles y, aunque estaba previsto que regresara de nuevo junto a don Pedro, Cósimo se dio cuenta de que un perfil como el suyo era lo que necesitaba para hacerse cargo de sus fortalezas, de modo que ya no lo dejó escapar. Aunque de origen español, Fabio Arrazola de Mondragón, había nacido en Nápoles donde seguramente tuvo relación con Eleonora que lo reclamó para hacerse cargo de la educación de su hijo mayor. Llegaría a ser su confidente y principal consejero cuando sucedió a Cósimo. Hasta que un día, en 1575, Francesco se cansó de él y lo expulsó de Florencia. Aunque, sin duda alguna, el español que desplegó una carrera más exitosa a la sombra de Eleonora fue Antonio Ramírez de Montalvo. Procedente de una familia de hidalgos de Arévalo en Ávila fue contratado por el tío de la duquesa, el cardenal Juan de Toledo para trabajar a su servicio. Durante uno de sus viajes a Florencia en 1540 acompañando a su señor, Eleonora se quedó prendada de su “bell’ aspetto e gentile maniere”. Nunca más abandonó la ciudad. Comenzó su carrera como simple paje y la culminó como mayordomo de Cósimo, lo que, a efectos prácticos, significaba su ministro principal.
Quizá no fue casualidad que los tres echaran raíces en la ciudad tras casarse con otras tantas damas de Eleonora. Se hace dificil pensar que ella no tuviera nada que ver en esto. La prueba más tangible de su éxito, al menos en el caso de Arrazola y Ramírez de Montalvo, fueron los magníficos palacios que se hicieron construir a cuyo estudio Carlos Plaza va a dedicar el libro que está preparando. Nunca he tenido oportunidad de visitar el de los Arrazola de Mondragón, pero sí el de Ramírez de Montalvo en el borgo Albizi. Su monumental facahada es toda una declaración de lealtad a los Médici.

Palacio Ramírez de Montalvo con la insignia de los Médici sobre la entrada principal
Aunque, sin duda, la capa más densa de la burbuja española en la que supuestamente vivió Eleonora estuvo formada por su propio círculo familiar cuyos nombres no figuraban en i ruoli dei salariati. La relación de parientes que se dejaron ver en Florencia, donde fueron alojados con todos los honores, en ocasiones en el propio Palazzo della Signoria, incluía a su hermano García, que había comandado la expedición que la trasladó desde Nápoles y posteriormente se erigiría en referencia esencial para la política naval de Cósimo; tíos carnales como el cardenal Juan de Toledo, hermano de don Pedro, que a punto estuvo de llegar a ser papa en el cónclave de 1549; primos más o menos acreditados como don Pedro y don Gutierre de Toledo; miembros de ramas secundarias como Francisco de Toledo, que vivió durante largas temporadas en la ciudad con el título de embajador imperial, o el tocayo del virrey, otro Pedro de Toledo, al que Eleonora llamaba tío sin que en realidad lo fuera y que, junto con su esposa, otra Leonor, formó parte de su esfera más cercana. Y eso, sin tener en cuenta a su padre, que, de hecho, falleció en Florencia el 22 de febrero de 1552 durante una de sus visitas.
Pero, sin duda, el predilecto de Eleonora fue Luis, su hermano menor, que permaneció soltero hasta edad avanzada. Lo alojó durante largas temporadas en el mezzanino, el apartamento asignado inicialmente a Maria Salviati en el Palazzo Vecchio; se ocupó de él durante sus frecuentes enfermedades y le facilitó la adquisición de la villa que había sido del banquero republicano Bindo Altoviti y el terreno situado a la espalda de la basílica de la Santissima Annunciata donde construyó un jardin monumental que más tarde serviría de inspiración para los jardines del Boboli que ella misma ordenaría construir tras adquirir el Palazzo Pitti. Siempre justo de recursos, Luis tuvo que acudir constantemente a la ayuda de su hermana que no solamente se hizo cargo del mantenimiento de su casa, sino que le avaló para hacer frente a sus múltiples deudas. Fue el único miembro de la familia Toledo del que se acordó en su testamento.

Luis de Toledo
Los Toledo dieron señales desde el primer momento de que estaban dispuestos a exprimir al máximo las posibilidades que les ofrecia el matrimonio de Eleonora. Desde 1539 Cósimo empezó a recibir solicitudes de favores por parte de la familia. El cardenal —cuya ayuda económica había sido determinante en la recuperación del control de las fortalezas de Florencia y Livorno— le inundó de peticiones de cargos y mercedes para los miembros de la extensa clientela de letrados, religiosos y caballeros que había ido forjando entre Nápoles, Roma y Bolonia, de cuyo Colegio Español de San Clemente era protector. De ese modo se fraguaron carreras como la de Antonio Castillo, que llegó a ser rector de la renacida Universidad de Pisa, y su hermano Jerónimo, que sería secretario de uno de los hijos de Cósimo y Eleonora, el cardenal Giovanni de Médicis (Hernando, diccionario de la RAH).
¿Cómo reaccionó Cósimo ante esta invasión extranjera? Si bien en alguna ocasión manifestó su disconformidad con el elevado número de damas españolas de su esposa, por lo demás, se mostró encantado. Aunque esto pueda parecer sorprendente, tiene una explicación: no se fiaba en absoluto de los florentinos, siempre sospechosos a sus ojos de veleidades antimediceas, republicanas y conexiones con los fuoriusciti. Así que, debió pensar, mejor los españoles. De hecho, fue el responsable de la llegada de muchos de ellos. Por eso resulta una simplificación, en la que algunos han incurrido, pensar que el llamativo incremento del número de españoles en Florencia fue cosa de la duquesa. Como también es un error pensar, como han hecho otros, que desaparecieron del mapa tras su muerte. Cierto que eso ocurrió en el caso de las damas (cosa bastante lógica, por otra parte), pero no en el del resto de servidores. La mayoría fueron recolocados en otras funciones. Florencia siguió siendo una ciudad muy española durante el gobierno de Francesco. Todo cambió a su muerte en 1587. El nuevo duque, su hermano Ferdinando, no los podía ni ver. Los Médici ya no necesitaban españoles.
Tampoco resulta exacto, por otro lado, que la presencia de españoles en Florencia comenzara con la llegada de Eleonora. Como Blanca González Talavera y el propio Carlos Plaza han demostrado, al menos desde la década de 1480 vivía en la ciudad una nutrida colonia española. De mercaderes castellanos, para ser más precisos. La tercera comunidad extranjera más numerosa tras la de Brujas y Nantes. Su negocio estaba en la venta de lana merina y la adquisición de tejidos de seda y objetos de lujo a las compañías mercantiles de los Salviati, Medici, Strozzi, Antinori o Caponi que, posteriormente, distribuían en la península ibérica y, cada vez más, también en América. Para defender sus intereses armaron una sólida organización que en 1509 fue reconocida por la República con el rango de consulado. Además, disponían de un lugar para sus reuniones, no sólo religiosas, con un alto valor simbólico. Se trataba de la sala capitular situada en uno de los claustros del monumental convento de Santa Maria Novella, conocida con el paso de los años como el Cappellone degli Spagnoli. Un espacio de visita obligada por los sensacionales frescos que entre 1366 y 1368 pintó Andrea di Bonaiuto. En alguna ocasión he cometido el error de escribir (aunque no soy el único que lo ha hecho) que fue gracias a Eleonora que los españoles obtuvieron el uso de ese espacio. ¡Nada de eso! Más bien al contrario. Durante los años en que Eleonora fue duquesa de Florencia, las cosas no les fueron especialmente bien. Todo venía de un pleito incoado por los frailes dominicos con el objetivo de sacárselos de encima. La sentencia definitiva, favorable a los mercaderes castellanos, no llegó hasta después de la muerte de la duquesa. Al parecer, gracias a la intervención de Cósimo (González Talavera, pp. 133-135). Entonces, como muestra de afirmación, decidieron añadir a las pinturas existentes toda una colección de figuras entresacadas de lo mejor del santoral español: San Vicente Ferrer, San Hermenegildo, San Lorenzo, Santo Domingo, San Vicente Mártir y San Isidoro. Y con ello desgraciaron los frescos de Bonaiuto.

Cappellone degli Spagnoli
Desde luego, este tipo de decisiones contribuía poco a ganarse amigos en la ciudad. Claro, que los desencuentros entre españoles y florentinos venían de lejos. Como mínimo de 1512 cuando las tropas de Fernando el Católico rodearon la vecina ciudad de Prato con el objetivo de expulsar a los franceses que la habían ocupado veinte años antes y reinstaurar a los Médici en el gobierno de Toscana. “Vituperaron, asesinaron y vendieron monjas y frailes”, escribió años después Agostino Lapini en su Diario fiorentino. “Robaron las iglesias y las despojaron de todos sus bienes, sin miedo ni reverencia alguna; de lo de violar todo tipo de mujeres no se puede decir tanto que no sea poco”. El saqueo al que sometieron la ciudad quedó marcado a hierro en la memoria de muchos florentinos. “Y así que entraron dentro [de Prato] los pérfidos, crueles y despiadados españoles asesinarón más de la mitad de la población”. (Agostino Lapini, Diario fiorentino, pp. 77, 79-82). Las noticias del sacco de Roma en 1527 y el terrible asedio al que fue sometida Florencia por parte de tropas españolas entre octubre de 1529 y agosto de 1530 acabaron de estropear el ambiente. “Bárbaros” fue el calificativo que en lo sucesivo emplearon muchos florentinos para designar a los españoles.
— “Me lamento de mi fortuna porque me veo en el peligro de estar sin vos en una ciudad enemiga del nombre español”, escribió Eleonora a Cósimo en una de las pocas ocasiones en las que se vió obligada a separarse de él.
— “Estamos en manos de una bárbara española enemiga de la patria de su marido”, escribió por su parte un anómimo cronista local.
Quedaba claro que Florencia no era el lugar más acogedor del mundo con los españoles.
Carlos Plaza no solamente se ha revelado un experto en la figura de Jacopo Indaco sino también en la preparación de Aperol Spritz como ha tenido ocasión de demostrar durante el piscolabis en el granaio que hemos tenido tras el seminario. Uno de mis descubrimientos etílicos de los últimos meses, junto con el amaro lucchese y la grappa Nonino. Aprovecho para charlar largamente con Martha Caroscio que habla un castellano perfecto gracias al tiempo que estuvo trabajando en Valencia, según me ha contado. Hasta ahora habíamos intercambiado sólo algunas frases, habitualmente en presencia de Blanca González Talavera con la que es muy amiga. Hoy me ha contado con todo detalle su trayectoria y sus investigaciones. Al final me ha pedido disculpas por haberme robado el tiempo. Me ha sorprendido que lo hiciera.
Ya durante la cena en la AdeiP (Academia dei Ponti), me cuenta Fernando Cidoncha que dos de sus estudiantes en la Scuola di Arte Sacra han llegado conmocionadas a la clase. Al parecer, ayer se produjo un asesinato en un apartamento vecino al suyo en la Via Santa Monaca.
Para saber más
González Talavera, Blanca,Presencia y mecenazgo español en la Florencia medícea. De Cosme I a Fernando I.Tesis doctoral inédita, Universidad de Granada-Università di Firenze, 2011.
Hernando, C.J., Castilla y Nápoles en el siglo XVI. El virrey Pedro de Toledo, Junta de Castilla y León, 1994.
Hernando Sánchez, C.J.,“Toledo Osorio, Leonor de” en Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia.
Franceschini, Chiara,“Los scholares son cosa de su escelentia como lo es toda la Compañía: Eleonora di Toledo and the Jesuits” en Eisenbichler, K.(ed.), The Cultural world of Eleonora di Toledo. Duchess of Florence and Siena, Aldershot, Ashgate, 2001.
Lapini A. Diario fiorentino dal 252 al 1596. Firenze, Sansoni editore, 1900.
Litchfield, R. Burr, Emergence of a Bureaucracy. The Florentine Patricians, 1530-1790, Princeton University Press 1986.