Hubiera deseado despertarme antes pero el cansancio de la travesía ha sido superior a mis buenos propósitos. Al bajar a la planta principal de la residencia me he dado de bruces con la sonrisa de Ruggero que tiene su oficina justo al pie de la escalera. Seguramente le habré mirado con cara de disculpa por la hora. No te preocupes, es que lo necesitabas, me responde antes de que pueda abrir la boca.
Ruggero es un ingeniero de 63 años que a pesar del tiempo que lleva viviendo en Florencia conserva intactos sus modales romanos. De complexión fuerte, aire juvenil, sentido práctico, ojos claros y sonrisa permanente. Sus cabellos ralos conservan todavía el tono pelirrojo que un día tuvieron. Viste de manera informal con colores pastel muy al gusto italiano pero sin llegar a la estridencia de algunas personas de este país que a cierta edad confían a la indumentaria lo que el cuerpo ya no puede proporcionarles. Durante años trabajó en la empresa familiar de ingeniería lo que le llevó a viajar de un lado a otro de la costa meridional del Mediterráneo coordinando proyectos de obras públicas de gran envergadura. Cuando la situación política en algunos países de Magreb aconsejó poner tierra por medio, decidió que había llegado el momento de cambiar de aires. Tras vivir unos años en Peruggia aceptó el ofrecimiento de dirigir la Accademia dei Ponti que, por lo que me ha explicado, además de la residencia promueve múltiples actividades de carácter social y cultural en diversas ciudades toscanas.
Así que le comento mi intención de dedicar la jornada a explorar los itinerarios que deberé seguir para llegar hasta los diversos lugares en los que voy a trabajar este curso, extrajo de la estantería situada tras su escritorio un viejo plano de la ciudad. Reconozco que he sido injusto con sus esfuerzos y apenas he atendido sus explicaciones. Aunque relativamente cercano al centro histórico, el barrio en el que viviré se encuentra aislado del tumulto turístico por el torrente Mugnone y la Piazza della Libertà, seguramente una de las de mayores dimensiones y caos circulatorio de toda la ciudad.
Mi objetivo principal era encontrar el trayecto más adecuado para llegar cada mañana a la Villa I Tatti (la VIT para abreviar). Según las indicaciones de Google Maps el más directo es el que partiendo de la Piazza della Libertà transcurre por Le Cure y el Viale dei Mille para tomar la dirección de Coverciano y Setigliano después de haber bordeado al estadio de la Fiorentina. Por fortuna me advierte también de que esta ruta coincide con algunos de los puntos negros del tráfico matutino. La alternativa es tomar la via Bolognese en dirección a Fiesole. Me he decantado por explorar la segunda y no me arrepiento de ello.
Como su nombre indica, la Bolognese es la antigua via que desde la puerta de San Gallo (hoy asediada por el tráfico) comunicaba Florencia con Bolonia. En su primer tramo remonta la ladera del monte Morello por una angosta carretera que no solamente conserva el antiguo trazado sino también sus dimensiones originarias de modo que en varios puntos los vehículos tienen casi que subirse a la acera para dejar paso a los que circulan en dirección contraria. A la salida de Florencia la Bolognese discurre entre imponentes mansiones (algunas de ellas ocupadas por instituciones académicas como las universidades de Nueva York o París) rodeadas por imponentes tapias y pequeños núcleos suburbanos. Poco después de cruzar uno de ellos, El Cionfo, aparece a mano derecha la villa Salviati (una de las grandes familias del antiguo patriciado florentino) donde se aloja en la actualidad el archivo general de la Unión europea. Me paso de largo. Doy marcha atrás. En villa Salviati debía haber girado noventa grados a la derecha para tomar una pronunciada pendiente encajonada entre la tapia de la villa y bancales de olivos jóvenes rebosantes de aceitunas en esta época del año. Ahora si! En el fondo del valle surcado por el torrente Mugnone, me encuentro con el Ponte alla Badia. Aun asumiendo el riesgo de ser arrollado y la dificultad de mantener la moto en pie sobre el caballete he acabado sucumbiendo a la tentación de detenerme a contemplar el paisaje. Ante mí se yergue orgullosa la colina de Fiesole tachonada de villetas y coronada por la ciudad etrusca que tiene a gala haber sido el origen de Florencia.
Nada más atravesar el pintoresco puente medieval que toma el nombre de la vecina abadía Fiesolana, donde hoy se aloja el Instituto Universitario Europeo y en el pasado fue lugar de encuentro de ilustres humnistas protegidos por Cosimo Il Vecchio de Médicis, la carretera se empina por una abrupta pendiente que desemboca frente a la verja del cementerio de San Domenico di Fiesole, Al llegar al final de la rampa no puedo menos que dar un suspiro de alivio; por momentos he llegado a dudar que mi moto fuera capaz de superarla. En el convento de San Domenico pasó sus primeros años como fraile el Beato Angelico sin duda el más conmovedor de los pintores del primer Renacimiento florentino.Y al parecer un hombre de gran devoción que al decir de Giorgio Vasari «nunca levantó el pincel sin decir una oración ni pintó el crucifijo sin que las lágrimas resbalaran por sus mejillas». Por desgracia hoy sólo queda un testimonio de su paso por este lugar, una Majestad que espero tener ocasión de contemplar si algún día encuentro la iglesia abierta.
Desde San Domenico el trayecto sigue por la carretera nueva de Fiesole que ofrece en algunos puntos magníficas perspectivas de Florencia. Las guías turísticas no se cansan de repetir el tópico de las maravillosas vistas de la ciudad que pueden divisarse desde las diversas colinas que la circundan. Sin duda alguna, el lugar preferido por los visitantes es la que se observa desde el piazzale Michelangelo situado a los pies de la Abadía de San Miniato al Monte. No voy a ser yo quien niegue que se trata de una vista magnífica pero para mi gusto demasiado próxima al centro urbano algo que permite identificar los principales edificios del centro histórico pero impide la visión de conjunto. Yo prefiero el paisaje que ofrece la colina de Fiesole que tiene la ventaja de ser un lugar mucho más tranquilo a donde apenas llegan turistas lo que permite una contemplación más sosegada. Creo que no voy del todo desencaminado. Por algo las principales familias del patriciado florentino del pasado, grandes amantes de las buenas vistas, eligieron este lugar para levantar sus mansiones y villas de descanso. Si este va a ser mi itinerario matutino habitual puedo considerarme muy afortunado, he pensado.
Pero no puedo distraerme porque las indicaciones del navegador empiezan a ser cada vez menos claras. Todo indica que ya no debo estar muy lejos de la Villa I Tatti. Se supone que antes de llegar a Fiesole debo desviarme a mano derecha por via Benedetto da Maiano. No encuentro la placa. Ah!, si, ahora si! Pero seguro que me he equivocado. Si la via Bolognese ya me pareció estrecha esta carreterita apenas permite el paso de un solo vehículo. Por suerte no voy en coche, pienso, porque, sorprendentemente, la vía es de doble dirección. Algo no me acaba de encajar: ninguno de los edificios que se abalanzan sobre la estrecha carretera se parece a las imágenes que he visto de la Villa I Tatti y, sin embargo, ésta no debe estar muy lejos. Me paro en dos o tres ocasiones. Me acerco a la verja principital. No, esta no es!. Sigo avanzando. Paso delante de la Villa Machiaveli. ¿Tendrá algo que ver con el genio de la teoría política?, pienso. Llego al cruce con la via Poggio Gherardo. Ahora sí que me he perdido!. Consulto el mapa de nuevo. No, no, voy bien. De un momento a otro tiene que aparecer un cartel indicando la iglesia de San Martino a Mensola que linda con el recinto de la villa. Efectivamente, ahí está. Tuerzo a la izquierda y aparco en la pequeña plazoleta que forma el ángulo entre la iglesia y lo que parece un convento. Desciendo de la moto. Observo. Trato de hacerme cargo del lugar donde me encuentro. A pocos metros se divisa lo que sin duda parece (lo he visto en muchas fotografías) el jardín de la VIT. Pero el pequeño sendero flanqueado por diminutas construcciones de color azafrán está cortado por una valla. ¿Voy andando? En eso que decido preguntar a dos hombres que se acercan hacia mí. “Trabajamos en la villa, me responden. Está aquí mismo. Pero para llegar con la moto deberá dar la vuelta por la via Gabriele d’Annunzio y tomar la Vincigliata». Así lo hago. Por fin he llegado al que será mi lugar principal de trabajo en los próximos meses. Espero haber sido capaz de memorizar el itinerario para próximos días.