Para alguien como yo, habituado a las sillas vacías en eventos de carácter cultural, resultaba dificil creer que un simple estudioso del arte fuera capaz de abarrotar, a las 9 de la noche de un día laborable, la nave inmensa de la basílica de San Lorenzo con un público dispuesto a escuchar sus disertaciones sobre lo divino y lo humano. Pero esto es Florencia y Philippe Daverio es algo más que un simple estudioso del arte.
Me llamó la atención la convocatoria del acto mientras ojeaba ayer La Nazione esperando que me sirvieran un plato de spaghetti en el Bella Blu, un pequeño restaurante sin pretensiones en la Via Lungo L’Africo de Coverciano. Ciertos días me pesa demasiado el protocolo de los almuerzos en la VIT, por lo que decido ganar tiempo (¡y he descubierto que no soy el único!) tomando algo rápido en alguno de los escasos locales de la zona. No he encontrado todavía ninguno comparable a mi querido Caffè de’ Pinti.
- Llull y Gaudí
- Martirio di San Lorenzo
Según la nota de prensa, el de San Lorenzo era uno de los muchos encuentros que están teniendo lugar estos meses con motivo del 750 aniversario del nacimiento de Dante. No niego que la efeméride lo merezca, pero no por ello me deja de sorprender la veneración de los florentinos por el Sommo Poeta. En Cataluña acabamos de celebrar el año dedicado a Ramon Llull (algo así como nuestro Dante particular de quien, además, fue coetáneo) con motivo del 700 aniversario de su muerte y no me consta que ninguno de los actos organizados haya logrado convocar más allá de unas decenas de asistentes. Mi hermano Carlos que, entre otras cosas es ventrílocuo, ha ideado un ingenioso espectáculo de marionetas en el que hace dialogar nada menos que a Llull con Gaudí, que según él son dos personajes con mucho en común, pero sus representaciones dominicales en el siempre atestado templo de la Sagrada Familia de Barcelona, apenas han logrado congregar a un puñado de curiosos algo que, por cierto, no le causa el menor desánimo.
Llego a la basílica de San Lorenzo acompañado por Ruggero con casi 45 minutos de antelación. Ni así. El único espacio libre, nos comunica el sacristán reconvertido en portero, es el brazo lateral junto a la capella Martelli. Hacia allí nos dirigimos por el pasillo izquierdo de la nave. Aprovecho que Ruggero se entretiene saludando a unos amigos que han venido expresamente desde Prato para detenerme ferente al Martirio di San Lorenzo, el apabullante fresco que Cósimo le encargó a Bronzino en 1569, siete años después de la muerte de Eleonora. Los expertos suelen considerarla una obra decadente en la que el pintor ha perdido la gracia y la intensidad que le había caracterizado en favor de un manierismo monumental pero frío y distante. Puede que sea así. Eso le ocurrió por hacerle demasiado caso a Giorgio Vasari para quien sólo existía el estilo de Miguel Ángel. Bronzino trató de imitarlo, pero, decididamente, eso no era lo suyo. Sobran cuerpos hercúleos artificialmente musculados. Además, encaramarse al andamio para un hombre de más de 65 años no debía resultar una tarea sencilla. Sea como sea, los rostros femeninos situados en la base de la composición siguen conservándola frescura y el encanto de siempre. Pero no puedo detenerme más tiempo. Desde el fondo del pasillo se acerca la comitiva que acompaña al protagonista de la noche, así que tengo que tomar asiento sino quiero quedarme de pie.
Confieso que antes de leer la información de la Nazione apenas sabía nada sobre Philippe Daverio, pero así que lo he tenido ante mí, acompañado por cortejo de rostros en los que se reflejaba la satisfacción de una buena cena, he entendido las razones de su popularidad. No ha sido necesario que nadie me indicara quien era. Su imponente corpulencia, abundante melena rizada (y, seguramente, teñida), ojos vivaces tras unas gafitas Harold Lloyd y el modo seguro de caminar lo hacían destacar claramente del grupo. Y, claro está, su atuendo formado capa morada española, chaqueta de cuadros vistosos, estridente pajarita color mandarina, foulard floreado colgando del cuello, sombrero Panamá de fieltro verde botella, zapatos blancos y un aire de seguridad capaz de disipar cualquier duda sobre la veracidad de sus opiniones. En definitivas cuentas, alguien que ha sabido crear su propia marca. Una especie de Dalí de la crítica artística. En realidad, mucho más que de la crítica. Nacido en Francia aunque naturalizado italiano, Daverio, se hizo un lugar en el mundo del arte como galerista, en Milán y Nueva York, y escritor de libros que, como L’arte di guardare l’arte o Guardar lontano veder vicino, trascendían el trabajo erudito para exaltar una joie de vivre propia de un hedonismo estético. Su presencia en múltiples medios de comunicación y, sobre todo, sus programas televisivos en la RAI le hicieron enormemente popular en Italia. En los últimos años se ha convertido en polémico protagonista de todos los grandes proyectos culturales del país.
- Philippe Daverio en la Basílica de San Lorenzo. Encuentros con motivo del 750 aniversario del nacimiento de Dante
- Nave de la Basílica de San Lorenzo
Entre los dos púlpitos de Donatello se encuentra ya dispuesta, sobre un pequeño estrado la silla y el micrófono para el orador. Apenas ha tomado la palabra, ha quedado claro que lo de Dante era una simple excusa. Lo que de verdad le interesaba a Daverio era hablar de gastronomía. No estoy en condiciones de valorar sus escritos porque nunca los he leído; tampoco sus opiniones artísticas porque de eso no ha dicho ni una palabra. Lo que sí me ha quedado claro es que una parte de su vida ha transcurrido frente a una buena mesa. Y que el mejor vino de Italia, y por supuesto del mundo, es el Sagrantino de Montefalco, una pequeña población de Peruggia que nunca he tenido el placer de visitar.
A medida que avanzaba la perorata no pocos asistentes abandonan sus asientos camino de la puerta de salida. Aprovechando que el ajetreo no parece incomodar al orador, hago lo propio pero no para salir del templo sino para pasear por el transepto. Contemplo la nave desde el centro del mismo. La perspectiva del conjunto encargado por Cosimo il Vecchio a Philippo Brunelleschi resulta espectacular. Una espléndida iluminación contribuye a resaltar los detalles de la arquitectura. Un marco insuperable para el eterno descanso (aunque por las veces que las sepulturas han sido abiertas esto no deja de ser un modo de decir), de varias generaciones de la familia Médici. Es una lástima que la visita a las conocidas como Capelle Medicee se haga en la actualidad directamente desde el exterior ya que con ello se priva a los visitantes de la experiencia majestuosa de la nave central de la basílica. La fachada que Miguel Ángel dejó sin hacer disuade a muchos de la visita. A mi izquierda del punto donde me encuentro, la Sacristía Nueva diseñada por Miguel Ángel; a mi espalda la ostentosa y, para mi gusto, horripilante capilla de los príncipes; dos pisos bajo mis pies, en un ángulo recóndito, una sencilla losa cubre los restos de Eleonora. La última vez que la visité, descansaban sobre ella los utensilios de limpieza que algún empleado había dejado abandonados.