Como os comentaba ayer, gracias a las cartas de los secretarios ducales a Pierfrancesco Riccio es posible reconstruir con notable precisión los desplazamientos de Eleonora y Cósimo por la geografía de la Toscana. Sino fuera porque la improvisación fue la pauta dominante, se podría decir que el año se dividía para ellos en tres grandes etapas: entre mediados del verano y final del otoño en la villa de Poggio a Caiano; las navidades y el invierno, que en ocasiones se alargaba hasta bien entrado el mes de mayo, en Pisa para regresar a Florencia, donde casi nunca faltaron a los festejos del santo patrón, San Giovanni, el 24 de junio, a comienzos del estío. Por supuesto, estas pautas estaban sujetas a múltiples alteraciones. De hecho, la tendencia con el paso del tiempo fue a abreviar cada vez más la estancia en Florencia para incluir un periodo en Poggio a Caiano, sin duda su lugar favorito, durante la primavera. Decididamente, ni Eleonora ni Cósimo mostraron un gran amor por la capital de sus dominios.
Pisa y Poggio a Caiano fueron a su vez la base desde la que realizaron múltiples desplazamientos. Fijémonos en el programa que desplegaron en los años 1545 y 1546, para formarnos una idea de hasta qué punto eso podía llegar a ser así. En este caso, la estancia en Poggio a Caiano del otoño de 1544 se prolongó más de lo habitual, sin duda para aguardar el nacimiento del quinto de sus hijos, Lucrecia. Según anunció Cósimo a Averardo Serristori, su embajador en Roma, el 14 de febrero «La duchessa questa mattina in fra le 12 et le13 hore ha partorito una bambina con molta nostra satisfattione sì per essere cresciuto il numero de’ figliuoli come per esser la Duchessa restata libera et senza impedimento alcuno» (esta mañana entre las 12 y las 13 horas, la duquesa a parido una niña con mucha satisfacción, tanto por haber crecido el número de hijitos como por haber quedado libre de impedimento alguno). Apenas cinco días después, Eleonora, plenamente restablecida, estaba en condiciones de acompañarle en el desplazamiento de Pisa a Pistoia para supervisar la fortificación en curso; «Ayer por la mañana, escribía de nuevo Cósimo el 20 de febrero, la duquesa y yo partimos de Pisa y hemos venido a Pistoia para dar una ojeada a la fortificación» (Hiermattina la Duchessa et io partimmo di Pisa, et questo giorno siamo venuti a Pistoia, per dare una occhiata alla fortificatione). El 13 de marzo se encontraban en Livorno, seguramente por razones similares y el 20 en el eremo (el cenobio) de Lecceto, junto a Malmantile, aunque en esta ocasión con la caza como principal actividad; el 24 estaban de nuevo en Pisa, aunque por pocos días. A principios de abril viajaron a Pietrasanta, en el norte, desde donde, el día 11 escribió el secretario Lorenzo Pagni, «con tutta la corte sono andati verso Seravezza per pescare tutto questo giorno alle trote»; entre el 14 y 17 viajaron todavía más al norte, casi en la frontera con Génova, para realizar una breve estancia en Carrara situada a los pies de las famosas canteras de mármol blanco que tanto amaba Miguel Ángel. Allí fueron alojados en su imponente palacio por el cardenal Inocencio Cybo que, buen conocedor de los gustos de sus huéspedes, organizó la correspondiente jornada de pesca de truchas; el 18 se encontraban de nuevo en Pietrasanta y el 22 de retorno en Pisa desde donde el 29 viajaron a Livorno para supervisar la fortaleza y, ¡cómo no! para disfrutar de una jornada de pesca, en este caso en aguas abiertas, en la Torre Nuova de la isla de Gorgona. A principios de mayo se encuentran de nuevo en Pisa donde encontraron tiempo para hacer escapadas de pesca en el Fiume Morto a la altura del actual parque de San Rosore. Sin duda, un ritmo demasiado intenso para Lorenzo Pagni, harto de ir «di campanile in campanile», chapoteando (es el término que utilizó) sin rumbo aparente. En una carta escrita el 4 de mayo suspiraba por unos días de resposo a ser posible en Poggio a Caiano. ¡Vana aspiración! Mayo volvió a ser otro mes muy viajero: el 17 la corte ducal se encontraba en Volterra; el 18 en Colle di Val d’Elsa alojados en el panorámico palacio que se acababa de construir Francesco Campana, uno de los asistentes de Cósimo que había desempeñado un papel crucial en los primeros años de su gobierno; el 19 en San Gimignano (donde las autoridades les ofrecieron una representación teatral que no pasó de mediocre a juicio del escritor Francesco Lottini) y el 20 de nuevo en Pietrasanta.

Desplazamientos febrero-junio 1545
El 6 de junio toda la familia se encontraba en Florencia para celebrar el bautismo de Lucrecia en en battistero di San Giovanni como mandaban los cánones y el 15 en la villa de Poggio a Caiano donde iniciaron una larga estancia de casi seis meses. ¡Por fin llegaba la tranquilidad tan anisiada Pagni! No tanto por deseo de sus señores como por la larga enfermedad que padeció Luis de Toledo, el hermano menor de Eleonora que por esas fechas residía con ellos. Antes de acabar el año, aún tendrían tiempo de visitar de nuevo Volterra (entre el 14 y 21 de noviembre), Rosignano Marítimo (24 de noviembre) y Livorno donde Cósimo comunica para extrañezas de su secretario Vincenzo Ferrini su intención de pasar las Navidades en Pietrasanta.
1546, comenzó de forma más tranquila, con una larga prolongada en Pisa a donde Eleonora y Cósimo habían llegado el 2 de enero, Duró al menos hasta el 27 de mayo aunque con escapadas breves durante la primavera a las villas de Cafaggiolo (9-11 de mayo) Poggio (13-15 de mayo) y vuelta a Cafaggiolo, donde se encuentraban el 20 de junio. Eleonora estaba de nuevo embarazada y quizá eso fue lo que aconsejó cierta tranquilidad. El 8 de agosto nació Pedricco seguramente en el Poggio. Tras bautizarlo el 1 de septiembre en el battistero de San Giovanni, la pareja ducal emprendió una nueva tourné, en este caso por la región suroriental de sus dominios. Las primeras etapas incluyeron Arezzo y Borgo Sansepolcro. El 17 de septiembre se encuentraban en Pieve Santo Stefano camino de La Verna, uno de sus santuarios perferidos, en el que San Francisco había tenido la experiencia de los estigmas. Tras regresar nuevamente a Arezzo, el 24 hicieron una entrada solemne en Castiglion Fiorentino camino de Cortona donde llegaron ese mismo día al atardecer. Entre el 28 de septiembre y el 1 de octubre se encontraban en Montepulciano (cuyas autoridades se comprometieron a invertir una fuerte suma en la fortificación de la ciudad).

Desplazamientos otoño de 1516
Desde Montepulciano Cósimo escribió a Francisco de Toledo, tío de Eleonora (que en realidad no era tal, aunque ella le llamara así) relatándole algunos pormenores del viaje: «La Duchessa et io siamo venuti a Montepulciano» comienza la misiva, «habiendo visitado antes las ciudades de Borgo Sansepolcro, Arezzo y Cortona (…) donde he dado instrucciones sobre todo aquello que me ha parecido necesario para tenerlas bien provistas y fortificadas». En la Verna, sigue narrando, se encontraron de forma inesperada con el cardenal Salviati (hermano de María y, por lo tanto, tío de Cósimo); en Cortona, donde nunca habían estado antes, fueron agasajados por las autoridades y aprovecharon para disfrutar de la magnífica villa (conocida en la actualidad como Il Palazzone) que había ordenado construir el cardenal Silvio Paserini; lo apretado del programa no les impidió desviarse de la ruta para acercarse a Bagno Vignoni donde se encontraba Luis de Toledo recuperándose de sus dolencias. El 13 de octubre estaban de regreso en Florencia o, mejor dicho, en la villa del Castello situada en las afueras de la ciudad. Aunque por pocos días, ya que el 20 se encontraban en Poggio a Caiano; dos semanas más tarde, el 4 de noviembre, en Pisa donde permanecen tres semanas, hasta el 6 de diciembre en que se trasladan a Livorno para regresar de nuevo a Pisa el 15 de diciembre con intención de celebrar allí las navidades.
Uno de mis objetivos cuando inicié mi año florentino era pisar el mayor número de lugares visitados por Eleonora. A fin de cuentas, ésta fue una de las razones por las que decidí traerme la moto ya que gran parte de ellos resultan inaccesibles con transporte público. Sospechaba entonces que si bien Florencia había sido el centro simbólico de la autoridad de los duques, en absoluto fue el lugar donde pasaron más tiempo. Esta sospecha se ha confirmado en las últimas semanas a medida que he ido leyendo las cartas de los secretarios. Está claro que si aspiro a cumplir mi objetivo debo empezar a espabilar. Llevo aquí tres meses y apenas he estado en ninguno. Por ello el jueves pasado anuncié durante la cena en la AdeiP mi intención de aprovechar el día de hoy para visitar el santo eremo di Camaldoli, «loco molto al gusto suo», escribió Cósimo refiriéndose a Eleonora durante su primera estancia en el verano de 1540. Francesco Paganini y Angelo Passini se apuntaron enseguida. Bernardo Estrada que vive habitualmente en Roma, pero pasa muchos fines de semana en Florencia, se añadió al plan en el último momento.
La hora fijada para la partida era las 9 de la mañana. Este será mi segundo encuentro de estos meses con la Toscana interior. Empezamos mal. Antes de llegar a Pontasieve ya nos hemos confundido de carretera en dos ocasiones. Tratamos de calmar a Francesco, nuestro conductor. No tenemos prisa, aseguramos los demás con poco convencimiento. Finalmente damos con el camino adecuado. Al poco de dejar Pontasieve, la carretera inicia una pronunciada pendiente que entre frondosos bosques debe llevarnos hasta el Passo della Consuma. De los 108 metros sobre el nivel del mar hasta los 1060, sugún Google Maps. Tiene muchas curvas, pero es el itinerario más conveniente, nos había asegurado Ruggero, antes de salir. Por supuesto, este no era el trayecto que acostumbraban a seguir Eleonora y Cósimo. El passo della Consuma fue ordenado en el siglo XVIII por el Gran Duque ilustrado Pietro Leopoldo de Lorena para conectar las comarcas del Valdarno Superior y el Casentino, prácticamente incomunicadas entre sí. A medida que avanzamos, los robles y castaños que alfombran el suelo a su alrededor de hojas anaranjadas van dando paso a las hayas y abetos. La niebla empieza a caer espesa a medida que nos acercamos a la cima. Paramos a repostar gasolina en una pequeña estación de servicio que situada al poco de cruzarla. Grupos de motoristas, desayunan en la pequeña cantina de madera mientras comentan orgullosos sus hazañas. Tratamos de adentrarnos en uno de los caminos para disfrutar de la vista sobre el valle. Magnífica, me habían anunciado. Imposible.
Por fortuna el sol logra abrirse paso a medida que iniciamos el suave descenso entre prados llamativamente verdes para la época del año en que nos encontramos. Atravesamos los pequeños núcleos de Scarpaccia y Tartiglia donde se respira un ambiente festivo de aperitivo, mercado all’aperto y paisanos endomingados camino de la Iglesia. Al parecer, el aislamiento secular del Casentino fue considerado idóneo por San Romualdo para establecer el cenobio de Camaldoli y, años más tarde, por Francisco de Asís para hacer lo propio con el de la Verna. Quizá fuera así, pero, en todo caso, la calma no duró siempre. Aquí tuvo lugar, entre Poppi y Pratovecchio, el 11 de junio de 1289 la mítica batalla de Campaldino entre los güelfos florentinos y los gibelinos aretinos en la que participó nada menos que Dante Alighieri. La victoria de los primeros resultó decisiva para la hegemonía de Florencia sobre la Toscana. Al poco de cruzar la ciudad de Poppi, dominada por el macizo Castello dei conde Guidi, nos desviamos hacia el norte para enfilar la estrecha carretera que, a través de Soci, debe conducirnos, entre altísimos abetos blancos, al Sacro Eremo di Camaldoli. El contacto con la naturaleza y en particular el cuidado del bosque fue uno de los elementos distintivos de la regla que San Romualdo legó a los monjes camaldulenses. No me extraña que Eleonora encontrara en este lugar alivio para sus dolencias.
Son más de las 12 cuando aparcamos junto a la abadía. ¡Demasiado tarde! La iglesia se cierra al finalizar la misa de 11, informa el cartel con los horarios colgado en la puerta principal. Tendremos que esperar a otra ocasión para contemplar las pinturas que un joven de la comarca, Giorgio Vasari, realizó por encargo de los monjes entre 1537 y 1540, muy poco antes de que Eleonora visitara este lugar por primera vez. Algunas de ellas, los frescos, se han perdido en la reforma posterior de la nave, pero otras todavía se conservan. Se trata del gran cuadro sobre el altar mayor que representa la deposición de Cristo de la cruz (el mismo tema que poco después ilustraría el altar de la capilla de Eleonora en Palazzo Vecchio) flanqueada por dos parejas de santos (San Donato y san Ilariano a la izquierda y San Romualdo y san Benito a la derecha) que hoy se encuentran en las paredes laterales de la iglesia. ¿Seguro que no hay ninguna relación entre ambos encargos?
Al menos nos queda la posibilidad de rodear el exterior del recinto, sugiere Bernardo Estrada con el optimismo que le caracteriza. Así que, sin pensarlo dos veces, nos adentramos en lo que parece un estrecho sendero que circunda las ermitas en las que moran los monjes pero que pronto deja de ser tal para convertirse en un bosque escarpado. Bernardo, que es profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, aprovecha para ilustrarnos sobre el estilo de vida eremítico que San Romualdo quiso para sus seguidores. Un estilo en el que la meditación y la soledad no estaban reñidas con los pequeños placeres. Así que debemos darnos prisa, concluye, si queremos comprar una botella de vino local para acompañar nuestros tristes bocadillos antes de que cierren también la tienda de la abadía. Por poco no lo conseguimos. Ahora ya podemos dirigirnos a la zona de picnic habilitada junto al riachuelo que rodea la antigua farmacia de los monjes y la forestería para los peregrinos. Ignoro si era aquí donde Eleonora y Cósimo se alojaban cuando visitaban el lugar.
No está mal el vino aunque, a juicio, una vez más de Bernardo, que tiene opiniones muy firmes no sólo sobre cuestiones teológicas, no hay ningún otro como el Brunello di Montalcino. Si alguien tiene curiosidad, por 685€ puede hacerse con una botella de la cosecha de 2009 que al parecer fue excepcional. Yo no tengo intención de hacer la prueba. Además, sobre cuestiones de caldos me merece más crédito la opinión de Philippe Davierio que, como ya os dije, apuesta decididamente por el Sagrantino di Montefalco. El que de verdad le gustaba a Eleonora era el Greco di Tufo que se producía en Avellino y que su padre le enviaba regularmente desde Nápoles. A mi el Rosso Toscana de la Fattoria I Tatti que a diario nos sirven en la VIT me parece excelente, aunque debo reconocer que en cuestión de vinos lo ignoro casi todo. Otra cosa es lo que se refiere al amaretto. Ahí sí que reclamo cierta autoridad. Al menos para distinguir los diversos orígenes y saber que el Disaronno que se comercializa en España es el peor de todos. No estoy en condiciones de asegurar, como afirma convencido Attilio Antonelli, que el amaro luquesse que se cría en los Abruzzi sea el mejor, pero no voy a dejar escapar la ocasión de probar el amaro de baricca que sirven en la cantina situada junto al aparcamiento donde hemos dejado el coche. Ahora sí que todos estamos de acuerdo: es excelente.