Hoy he alterado mi destino que en vez de la VIT ha sido la biblioteca del Kunst. Bueno, el nombre completo es el Kunsthistorisches Institut in Florenz pero como resulta demasiado largo y pomposo, la mayoría de mis colegas lo conoce como el Kunst. Para los florentinos es, simplemente, I’Istituto Tedesco.
Descubrí este lugar durante el verano de 2011 gracias a Laura Palumbo que a pesar de estar haciendo su tesis doctoral en Barcelona pasaba temporadas en Florencia donde tenía un novio que trabajaba como orfebre. No sé qué se habrá hecho de esa relación. Acababa por entonces de publicar mi libro sobre el palacio real de Nápoles y estaba realizando las primeras prospecciones sobre Eleonora en la Biblioteca Nazionale Centrale, un lugar (como el resto de las bibliotecas nacionales italianas que conozco) tan bien surtido de información como incómodo para trabajar. Quizá por el contraste, enseguida quedé prendado de la biblioteca del Kunst a la que desde entonces he vuelto cada año. En mi recuerdo este lugar está asociado a Anna Danilevskaia, Rosa Scala y Francesca Regni, tres de las personas que más me han ayudado a localizar la información. Con ellas he pasado muchas horas buscando libros y artículos en las estanterías de esta biblioteca.
El Kunst es, en muchos sentidos, un lugar singular. Aunque en la actualidad forma parte de la Sociedad Max Planck, la red alemana de institutos de investigación científica, fue impulsado por algunos historiadores del arte alemanes enamorados de Florencia. Personajes de fama mundial por sus investigaciones como Aby Warburg, fundador de un centro de investigación en Londres que todavía hoy es la meca de los estudiosos del arte, Wilhelm von Bode, creador del museo de Berlín que lleva su nombre o Carl Justi, el gran estudioso de la pintura de Velázquez, están directamente relacionados con la historia del instituto. Mucha gente ha oído hablar de la presencia en Florencia de ingleses y americanos atraídos por sus tesoros artísticos y el paisaje de la Toscana. La propia Villa i Tatti, que era la mansión de uno de ellos, Bernard Berenson es un buen testimonio de ello. Pido perdón porque todavía no os he presentado la figura apasionante Bernard de Berenson. Espero hacerlo en los próximos días. Películas como Una habitación con vistas y Té con Mussolini o exposiciones como Americani a Firenze que recientemente organizó el museo de Palazzo Strozzi han dado a conocer entre el gran público a esta comunidad anglosajona que llegó a tener sus propios comercios como The Old England Stores o, incluso, su propio lugar de enterramiento en el recoleto cimitero degli inglesi del que también espero poder hablaros algún día.
La presencia de la comunidad alemana en la ciudad es mucho menos conocida, en parte porque ha sido también mucho más azarosa. Pero, aunque sólo fuera por la iniciativa de crear el Kunst merece ya un capítulo aparte. Creado en el último cuarto del siglo XIX, el Kunst ha tenido a lo largo de su historia varias sedes, desde las residencias particulares de sus promotores al Palazzo Guadagni en la Piazza Santo Spirito, antes de ocupar, desde 1964, la sede actual en el Palazzo Capponi-Incontri de la via Giuseppe Giusti muy cercana a la plaza de la Santissima Annunziata. El emplazamiento no podía ser más adecuado. Esta zona fue conocida en el pasado por la gran cantidad de artistas que habitaban en ella. Pintores como Andrea del Sarto, Pontormo y Zuccari, arquitectos como los Sangallo, escultores y orfebres como Cellini o Giambologna fueron algunos de ellos. Desde entonces se le han añadido dos edificios más, los de la Casa Rosselli y la casa Sarto-Zuccari, en la esquina de Giuseppe Giusti con Guido Caponi que conserva todavía varias salas con magníficos frescos pintados por este último.
El ensamblaje de estos edificios y las numerosas reformas realizadas para adaptar lo que eran viviendas privadas a la función de biblioteca, le otorgan a este complejo un carácter más bien laberíntico. Lejos de ser un problema, esto es lo que, al menos para mi gusto, le confiere a este lugar un encanto especial. La sala principal de lectura, que tiene todo el aspecto de haber sido un antiguo salón de baile, resulta relativamente modesta, pero los estudiosos tienen la posibilidad de acomodarse en el dédalo de pequeñas y acogedoras habitaciones abarrotadas de libros. Más que una biblioteca, es como una casa (eso sí, enorme) con libros lo que le proporciona un ambiente entrañable. En la mesa del pequeño distribuidor de entrada nunca falta un centro con flores frescas. Ignoro quien se encarga de reponerlas y qué presupuesto tiene para hacerlo pero esto resultaría impensable en una biblioteca española. Mi espacio preferido es la sala de revistas, no sólo porque tiene las mesas más cómodas sino también por las vistas que ofrece al recoleto jardín. Su bibliotecario, Stefano, un joven de cabello ensortijado y barba de varios días que viste siempre con pullovers amplios y un inseparable foulard al cuello podría ser el custode del cementerio de los libros olvidados de La Sombra del Viento, la novela de Carlos Ruiz Zafón.
- La Biblioteca del Kunsthistorisches Institut è una biblioteca di sola consultazione, con una disposizione sistematica a scaffale aperto dell’intera dotazione.
Para obtener el carnet de ingreso al Kunst hay que someterse a una severa entrevista en la que el candidato, además de llevar una carta de presentación, tiene que detallar el tema de su estudio y los motivos por los que considera que ese es el lugar adecuado para desarrollarlo. Pero una vez superado el trámite goza de plena libertad para moverse a sus anchas por todos los rincones del complejo y acceder directamente a sus impresionantes fondos. Algo que resulta muy de agradecer habida cuenta de las dificultades que suelen poner otros centros similares.
Cada vez que regreso al Kunst tengo la impresión de estar de nuevo en casa. Todo me resulta familiar y cercano. Incluso la presencia de Gabriele y Christiane, los dos porteros que a primera hora de la mañana controlan el acceso y te dan a cambio de la tessera, la llave de la pequeña taquilla donde depositar tus pertenencias A pesar de su aspecto adusto resultan de una amabilidad extrema. Siempre el mismo ritual: mi darà il biglietino per internet? (la clave del biglietino es imprescindible para poderse conectar). Siiii, responde invariablmente Christine mientras anota tu nombre en una libreta. Hasta el caffè alla nocciola que suelo tomarme antes de empezar a trabajar me recuerda que estoy de nuevo en el Kunst.
Mis colegas de más edad se lamentan de que el instituto ya no ofrezca alojamiento para los estudiosos como hacía en el pasado, algo que permitía a los afortunados moverse a sus anchas a cualquier hora del día y de la noche (fines de semana incluidos) por sus pasillos atestados de volúmenes hasta el techo. Uno de los que más añora esta posibilidad es sin duda Joško Belamarić , que enseña historia del arte en la universidad de Zagreb y es el croata más simpático que conozco. Según me dijo, la situación había llegado a descontrolarse. En parte por la actitud condescendiente del director del centro Gerhard Wolf hasta el punto de que fue necesario nombrar un codirector, Alessandro Nova, un italiano con fama de alemán para poner en vereda a un alemán con fama de italiano. No sé si será cierto. Tendré ocasión de aclararlo cuando Joško venga a la VIT para pasar unos meses durante la segunda mitad del curso.
Desde hace unos cuantos días el ordenador no deja de darme problemas. Los usuarios de Apple saben lo insidioso que puede llegar a ser el malware de Mackeeper. Por ello esta tarde decidí llevarlo a limpiar. Después de mucho buscar acabé en un concesionario de la Via Fra Giovanni Angelico. Me han atendido muy amablemente pero van a necesitar varios días para limpiarlo. ¡Eso sí que es una contrariedad! ¿Qué hago ahora? Al final he decidido comprar un teclado para trabajar con el iPad. Espero que funcione. Mientras regresaba contrariado a la Academia me he consolado pensando que, al menos, este tipo de imprevistos me están ayudando a adquirir una percepción de la ciudad que nunca había tenido durante mis breves estancias anteriores.
Está a punto de acabar el día y ni siquiera me he dado cuenta de que es 11 de Septiembre, la fiesta nacional de Cataluña que, seguramente, habrá estado marcada por otra manifestación multitudinaria en favor de la independencia. ¿Cómo es posible que en tan poco tiempo me haya alejado tanto de lo que era mi realidad habitual en Barcelona? No puedo quejarme. A fin de cuentas, ¿no era esto lo que buscaba cuando decidí venir a Florencia?