Una de las posibilidades que me ofrecía la Villa I Tatti era la del alojamiento. De hecho, por lo que me explicó Susan, la mayoría de los investigadores acostumbran a vivir en la propia Villa. Desde luego, la oferta era magnífica. Pero después de pensarlo bien, decidí no aceptarla. La VIT (como Susan acostumbra a designarla en sus correos) se encuentra en un paraje idílico a los pies de una de las colinas que rodean Florencia. Pero, para mi gusto, demasiado alejado del centro de la ciudad. Entiendo que algunos de mis colegas busquen la tranquilidad rodeados de viñedos, olivos y cipreses pero mi intención es pasar estos próximos meses lo más cerca posible del bullicio urbano.
Lluís Segarra, un amigo de Barcelona, me pasó la dirección de Ruggero Cozzani que es el director de la Accademia dei Ponti, una pequeña residencia situada en la via Trieste, casi en la esquina con via Trento. No es exactamente la zona de la ciudad que hubiera deseado pero enseguida comprobé que se encuentra en una zona tranquila, cercana al centro y razonablemente bien comunicada. De modo que le escribí preguntando si tendrían lugar para mí durante este curso. Ruggero ha resultado ser una persona de una amabilidad exquisita. Así que no me lo pensé dos veces y concreté mi reserva.
Poco a poco se iban solucionando los problemas logísticos pero todavía quedaba uno que debía resolver. ¿Cómo iba a desplazarme a diario desde la Academia dei Pont a la VIT? Descartada la opción del transporte público. Los autobuses que llevan a Settignano, la frazione donde se encuentra la VIT, salen de piazza San Marco y dan un rodeo por toda la ciudad antes de llegar a su destino. Descartada también la opción de la bicicleta. Mis inclinaciones suicidas no llegan a tanto. Además, conozco lo suficiente la ciudad para saber el calor que hace en verano, el frío en invierno y la cantidad de días de lluvia a lo largo del año. ¿En coche? No, no, eso tampoco. Basta haber seguido un poco la prensa local para saber que una de las noticias habituales hace referencia al colapso del tráfico y las dificultades de aparcamiento. Y más desde que el comune ha decidido poner la ciudad patas arriba para construir un tranvía que supuestamente tendrá que solucionar los agobiantes problemas de tráfico. ¿Qué opción me quedaba? Llevarme la moto. A fin de cuentas, si este es mi medio de transporte habitual en Barcelona, ¿por qué no puede serlo también en Florencia?
¿Pero cómo llevar una scooter de Barcelona a Florencia? La solución me la proporcionó el mecánico de Aprimoto, mi taller habitual: en barco. En los últimos años he viajado a Italia con mucha frecuencia pero nunca llegué a imaginar que llegaría a hacerlo por este medio. ¿Y cual iba a ser mi puerto de llegada? ¿Génova? ¿Roma? Nada de eso: Livorno.