Consigo dormir de un tirón arrullado por el ronquido cavernoso de los motores del barco. Pero nada más desvelarme me asalta la duda. ¿Hago bien en trasladarme durante todo un año a otro país, dejando en Barcelona familia, amigos y múltiples obligaciones, para dedicarme casi exclusivamente al estudio y la investigación? ¿No habrá sido una decisión desproporcionada? De hecho, cuando se la comenté, algunos de mis colegas abrieron los ojos sorprendidos. En otros ámbitos universitarios resulta relativamente frecuente entre los profesores dedicar largos periodos a cargar pilas. También resulta cada vez más común entre los jóvenes que aspiran a realizar una carrera académica y, sea por exigencia de sus becas o por falta de trabajo, tienen que hacer las maletas en ocasiones para no volver. Pero en mi entorno no resulta muy habitual y menos aún entre los profesores con una posición estable. De hecho, hasta donde sé, ninguno de mis colegas de departamento lo ha hecho nunca. ¿Hasta donde es razonable llevar el compromiso con mi trabajo? Tampoco es para tanto, he acabado tranquilizándome. A fin de cuentas, Florencia se encuentra a menos de dos horas de vuelo de Barcelona. Además, voy a compartir la experiencia con personas llegadas de muy diversos lugares que han tomado la misma decisión.
Acabo de despertar y la duda se desvanece por completo. Por supuesto que estoy haciendo bien, me digo a mí mismo. Es algo sobre lo que he meditado mucho en los últimos meses. Después de unos años de actividad en ocasiones desbordante que me han llevado por derroteros inesperados necesito tomar distancia y adquirir perspectiva. Aunque todavía me quedan años por delante de actividad profesional hace ya tiempo que he cruzado el ecuador. Es el momento de volver a consultar el mapa y considerar el mejor modo de recorrer el camino que me queda por delante. Estoy convencido de que el único viaje es el viaje interior. Todo lo demás es simple cambio de lugar. He presentado este blog como un viaje tras los pasos de Eleonora. Quizá hubiera sido más preciso que aspiro a realizar un viaje tras mis propios pasos. Aunque quizá no sean dos cosas tan diferentes.
Desayuno en la cafetería que a estas horas resulta mucho más practicable que ayer por la noche. Aunque sigue estando abarrotada. Sobre todo por hombres, muchos de ellos ataviados con chilaba, que hablan en voz baja agrupados en pequeños corros. Casi ninguno sonríe. Otros, solos, miran fijamente la línea del horizonte situada al final de un mar gris marengo. ¿En qué estarán pensando? ¿En la familia y los amigos que han dejado atrás para construir una nueva vida en un lugar que nunca sentirán como propio? No sé en qué punto de la travesía nos encontramos. No se divisa tierra por ninguna parte.
- Barcelona-Livorno-Florencia
Ahora sí que es el momento de explorar la nave. Salgo a cubierta. Muchos niños con sus madres que no los pierden de vista. Algunos esperan ya a que retiren la lona que cubre la piscina. Procuro no caer en el tópico en las diferentes conductas ante la natalidad pero me resulta inevitable. Me encuentro un mensaje de Ramón Ragués en el teléfono. Me pregunta si ya estoy en camino. Le respondo con una fotografía desde la cubierta superior azotada por un fuerte viento. Estoy un poco ridículo y no sé si ponerla. Bueno, ahí va.
Regreso al camarote para buscar el libro que estoy leyendo estos días: Un otoño romano de Javier Reverte. Lo compré en el aeropuerto de Santiago de Compostela en diciembre pasado cuando ya me rondaba por la cabeza la posibilidad de escribir este blog. Pensé que podría ser una buena inspiración pero se quedó en la estantería tras haber leído las primeras páginas y no lo he vuelto a retomar hasta ahora. Reverte es uno de los escritores españoles más populares de literatura de viajes. Muchos de sus libros tratan de aventuras exóticas que personalmente no me interesan demasiado. Prefiero los que dedica a narrar sus experiencias urbanas como la de Nueva York o esta en Roma. Reverte tiene una habilidad especial para expresar con un lenguaje sencillo pasión, amor y ternura por los lugares que describe lo que hace que sus textos resulten tan cercanos a los lectores.
Josep Pla escribió en El Quadern Gris que «Davant de la mar, un queda sempre amb un pam de nas. La mar és impintable, indescriptible, inaferrable, incomprensible i d’una indiferència total.» No puedo estar más de acuerdo con él. Por ello me resulta sorprendente observar algunos pasajeros contemplar el agua, como embobados, durante horas y horas. El viaje se me hace pesado así que después de una comida para olvidar en un restaurante abarrotado empiezo a contar las horas que quedan para llegar.
A media tarde comienza a divisarse en el horizonte una franja de tierra que, si mis cálculos no fallan, debe ser la costa norte de la isla de Córcega. De ser así significa que no debe faltar mucho para llegar a Livorno.
A este mismo puerto llegó Eleonora un 22 de junio de 1539. Procedía de Nápoles donde su padre, don Pedro de Toledo, era virrey del emperador Carlos V. Lo hizo acompañada por una impresionante flota comandadas por su hermano García. El 29 de marzo de ese mismo año había contraído matrimonio por poderes con el joven duque de Florencia Cósimo de Médici. Quizá porque su padre no se acababa de fiar de su nuevo yerno, confeccionó una relación detallada de las personas que debían acompañar a su hija es: familiares, soldados, mayordomos, secretarios, capellanes, damas de honor y de compañía, camareras, dueñas, mozos de servicio, pajes… En fin, todo lo necesario para que no le faltara nada. Es difícil adentrarse en los sentimientos de una joven de 17 años mientras navegaba rumbo a un país extraño para iniciar una nueva vida. Es difícil sobre todo porque la estructura emocional de una joven como ella nada tenía que ver con las de hoy día. A fin de cuentas, conocía desde la infancia que su destino pasaba por el matrimonio acordado por intereses políticos y familiares con un príncipe extranjero.
¿Es posible que, como con frecuencia se ha repetido, Eleonora y Cósimo se hubieran conocido con anterioridad a la negociación de los capítulos matrimoniales entre los agentes de sus respectivas familias? ¿Es creíble que más allá de los múltiples intereses que entretejieron dichos capítulos (con cláusulas detalladas sobre la dote y las obligaciones de ambas partes) estuvieran unidos por una corriente de afecto? Lo cierto es que el enlace había sido largamente discutido en las más altas esferas de la política del momento. De hecho, Eleonora no había sido la primera opción de Cósimo que durante tiempo abrigó esperanzas de casar nada menos que con una hija de Carlos V. Pero también es cierto que, según algunos indicios, cuando el duque de Florencia dirigió sus dardos hacia una de las hijas del poderoso virrey de Nápoles rechazó la primera oferta que éste le hizo. No se casaría con Isabel, la mayor, sino con la segunda, Eleonora. ¿Es cierto que la había conocido durante una estancia en Nápoles y había quedado prendado de su belleza? ¿Cómo hay que interpretar las cartas que con letra insegura Eleonora escribió a su nuevo esposo desde Nápoles expresando el deseo que tenía de reunirse con él lo antes posible? ¿Cortesía propia de una dama educada? ¿manifestación de un sentimiento sincero?
Ignoramos el lugar preciso donde atracó la embarcación de Eleonora, aunque casi con toda seguridad se puede afirmar que lo haría en la dársena situada frente a la Fortezza Vecchia, la maciza construcción diseñada apenas unos años antes por Antonio da Sangallo il Vecchio que todavía hoy constituye uno de los símbolos de Livorno. A medida que mi ferry se aproxima a la ciudad la imagen dominadora de la fortezza se perfila majestuosa dominando el puerto viejo. Es el momento de llamar, tal como habíamos acordado, a Ruggero que amablemente se ofreció a recogerme. Quedamos en que me esperará al otro lado de la aduana del puerto. Ello significa que deberé ingeniármelas para desembarcar moto y equipaje por mis medios. La operación resulta mucho más tumultuosa que la del embarque ya que éste es el punto final de la travesía en el que deben descender todos los pasajeros. No puedo evitar una cierta sensación de discriminación cuando los carabineros nos dan instrucciones: mientras que aquellos que tengan pasaporte de la Unión Europea desembarcarán por una puerta, el resto lo hará por otra distinta. Apenas nos encontramos una docena de personas en la primera de ellas. Ya en tierra opto por trasladar mi equipaje hasta el garito de la aduana. Le explico al carabinero de guardia que debo regresar a la nave a recoger la moto. Me responde que no está permitido dejarlas allí. Le respondo que él sabrá lo que hace con ellas y sin más palabras regreso hacia la embarcación. Mi experiencia italiana me dice que la obtención de tus objetivos depende en gran medida de la seguridad con que los manifiestes. Y en este caso me sale bien.
¿Pero donde se habrá metido Ruggero? ¿No habíamos quedado en encontrarnos al otro lado de la aduana? Me queda claro que cuando me citó en este lugar no sabía lo que me decía. Se trata de un cruce de carreteras completamente oscuro sin apenas arcén de modo que tengo que pegar la espalda contra el muro del recinto portuario para evitar ser atropellado. Espero un rato. Le llamo. Estoy llegando, me responde. Lo hace al cabo de casi media hora. Lo hace acompañado por Angelo, un joven profesor de la universidad de Pisa y Giovanni, un estudiante que se alojará, me dice, en la Accademia dei Ponti. Saludos de bienvenida. Acomodamos el equipaje en el diminuto maleta del Seat Ibiza y tomamos rumbo a Florencia. Son las 9 de la noche pasadas y el día ha oscurecido completamente. No me hace ninguna gracia tener que seguir a un conductor italiano, de noche y por carreteras desconocidas. Y más después de un viaje de casi 24 horas. Pero no me queda otra. Ya en la autostrada Firenze-Pisa-Livorno hacemos un alto en un área de servicio. No sé por qué se empeña Ruggero en que me tome a estas horas un capuchino con un cornetto del día anterior. Pero acabamos de conocernos y no es cuestión de discutir. Así que le obedezco sin rechistar. Mientras lo hago me llama la atención la alta ristra de ejemplares de La Chica del Tren, el libro de Paula Hawkins que he leído este verano expuesto en el quiosco del local. No hay nada mejor para vender libros que un despliegue como este en una estación de servicio, pienso.
Ya en la segunda parte del trayecto Angelo, que es quien conduce el Seat Ibiza acelera la velocidad. Debo esforzarme al máximo para no perderlo de vista lo cual me ocasiona más de un susto. !Sólo me faltaría empezar con un accidente, pienso!
Por fin en Florencia. No sé bien por donde hemos entrado hasta que de repente descubro a mi izquierda la Porta al Prato. A través de ella hizo Eleonora su entrada solemne en Florencia a primera hora de la tarde del domingo 29 de junio de 1539. Pero de eso hablaré otro día. Son casi las 12 de la noche cuando escribo este post desde mi habitación en la segunda planta de la academia dei Ponti y mis fuerzas ya no dan para más. A la llegada nos estaba esperando Marco Ridella. Os lo presentaré en otra ocasión. Ruggero se ha empeñado en que vuelva a cenar. No estaba preparado para tantas amabilidades. Esto promete.