La Academia dei Ponti tiene sus propias tradiciones. Una de ellas es que la cena de los lunes es de asistencia obligada. Antes, a las 7:45, nos reunimos todos los residentes para tratar los asuntos de la semana. Procuro no faltar nunca. Pero hoy he tenido que acelerar el paso para llegar a tiempo ya que el tren que me traía desde Asís, con transbordo en Cortona y Rifredi, ha llegado a la estación de Santa Maria Novella más tarde de lo previsto. Efectivamente, he pasado el día en Asís. Tenía decidido volver, pero no imaginé que lo fuera a hacer tan pronto. En realidad la idea no ha sido mía sino de Xavi Torras. Desde que le hablé de la fuerte impresión que me había producido la ciudad de Francisco y Clara no ha dejado de recordarme que teníamos que dedicarle uno de los días de la visita que iba a hacerme con Mireia, su mujer. En realidad, Xavi y Mireia son sólo una parte de la expedición, la primera en llegar y la última en partir, que se decidió el pasado 26 de noviembre durante la cena en el restaurante El Trapio de Barcelona. El resto la han formado Juan y Zoila, Manel y Montse. Viendo el entusiasmo con que les hablé de Eleonora durante aquella cena, no tuvieron la menor duda de que iban a venir a conocerla. En ocasiones me recrimino por no valorar suficientemente la suerte que significa tener amigos como ellos. Pero, todo hay que decirlo, es también una responsabilidad. Cada uno me puso sus propias condiciones. Además de visitar Asís, Xavi quería conocer la Scuola di Arte Sacra (como ya os dije, su hijo mayor es un artista en ciernes) y asistir a un espectáculo operístico (una de sus diversas pasiones); Montse quería que se lo explicara todo sobre Eleonora y Juan que los llevará a cenar a buenos restaurantes. Bueno, esta era una exigencia compartida por todos. Mis amigos adoran la buena mesa y por mi parte tenía claro que ahí iba a radicar el éxito de los días que pasaríamos juntos.
Jueves. Xavi y Mireina aterrizan a primera hora de la tarde. Este fin de semana coincidía con su aniversario de bodas y venían decididos a celebrarlo a lo grande. Ruggero me prestó el Seat Ibiza para ir a recogerlos al aeropuerto. Lo hice no sin ciertas prevenciones porque todavía me acordaba de lo que me costó llegar hasta allí cuando tuve que devolver el coche que había alquilado para visitar la villa de Seravezza. El sentido de la orientación no es precisamente mi punto fuerte. Por fortuna, en esta ocasión logré llegar sin mayores dificultades. Eso sí, tarde. Xavi ya me esperaba en la salida de la terminal apurando un cigarrillo.
—«Pensaba que no ibas a venir», fueron sus primeras palabras.
—«No te quejes, lo tengo todo preparado: merienda en la AdeiP donde la señora Antonella nos ha preparado un pastel marca de la casa; visita al duomo, cena y ópera para hoy. Mañana os espera Giancarlo Polenghi para enseñaros la Scuola de Arte Sacra y al mediodía os invitaré a comer nuevamente en la AdeiP». Ánimos placados.

Osteria Santo Spirito
Había reservado mesa para cenar en la Osteria Santo Spirito, uno de mis restaurantes preferidos en la ciudad. Lo conocí a través de Rosa Scala que como buena napolitana, nolana para ser más precisos, de cocinar pasta entiende un poco. «Es el único restaurante de Florencia donde saben preparar los rigatoni napolitani alla rustica con ricotta salata», me aseguró con un convencimiento que no dejaba margen para la duda. Ignoro que fundamento tendrá tal afirmación, pero, por si acaso, es mi consejo siempre que llevo invitados. Hasta ahora los rigatoni nunca me han dado la espalda por lo que no les tengo mas que motivos de agradecimiento. Aunque en esta ocasión los tuvimos que degustar a toda velocidad. «¡Como no se debe hacer!», me diría Rosa con toda seguridad. Pero no contaba con que en un gélido jueves del mes de enero el local fuera a estar hasta los topes y la espera fuera tan larga. Además, a las 9 en punto teníamos que estar en la iglesia anglicana de St. Mark’s en la cercana Via Maggio para el concierto de arias. Un espectáculo montado para turistas, en un lugar tétrico y con unos intérpretes que por algún motivo no tuvieron su mejor día. Y todo eso a un precio exorbitado. Pero fue lo único que fui capaz de encontrar y sabía que sino había ópera, Xavi me lo iba a recordar el resto de sus días.

No dejéis de probarlos si teneis oportunidad
A pesar de sus exigencias Xavi siempre acaba siendo comprensivo. Así que también yo puse mis condiciones: «si quieres que el lunes os acompañe a Asís, el viernes por la mañana tendréis que espabilaros sin mí; no me puedo permitir cuatro días de descanso», le dije al despedirnos en la entrada del hotel de la via Tornabuoni donde se alojan.
—«Trato hecho. Nos encontramos mañana a la hora de comer. Llevaré dos botellas de vino»
—«Espero que estén a la altura», le respondo entre bromas.
Viernes. El encuentro con el resto del grupo está previsto a las 6 de la tarde en el hall del hotel De la Ville. Llegan en plena forma. «¿Donde nos vas a llevar a cenar?», me inquiere Juan así que nos saludamos. Lo conozco suficientemente bien como para saber que esta iba a ser su primera pregunta. Así que llevo días preparando la respuesta. Enseguida me di cuenta de que mis colegas de la Villa I Tatti sólo conocen los lugares que ellos consideran típicos; es decir, caros, malos y abarrotados. Menos mal que para estas ocasiones siempre tengo a mano la sabiduría de Giorgio Fozzati que, por supuesto, conoce la ciudad mucho mejor que ellos. «Hay que salir del circuito turístico», me aconsejó. Me decidí finalmente por el Dino de la via Ghibellina entre la Basílica di Santa Croce y el antiguo convento de Le Murate. Acierto pleno. Además de disfrutar de una magnifica bisteca fiorentina, el plato estrella de esta ciudad, aprendimos los secretos de su preparación directamente de la propietaria del local, una mujer regordeta y dicharachera, agradecida por las entusiastas alabanzas de los comensales.
Todo empieza por sacarla a tiempo de la nevera, para no arruinarla con el cambio brusco temperatura. Luego hay que envolverla en papel para eliminar la humedad. Una de las claves es la preparación de las brasas que tienen que ser un setenta por ciento de leña y un treinta por ciento de carbón vegetal y calcular bien la distancia entre la parrilla que tiene que estar entre diez y doce centímetros. Llegados a este extremo ya me había dado cuenta de que eso estaba fuera de mi alcance. Al parecer, uno de los puntos más delicados es el tiempo ya que en esto sirve más el termómetro que el cronómetro. Y, por supuesto, el ojo. Eso requiere mucha experiencia y algunos fracasos. Antes de depositarla en la parrilla, la bisteca tiene que ser adecuadamente masajeada con una finísima capa de aceite de oliva extravirgen para lograr que la parte exterior quede bien crujiente. Por lo visto, uno de los debates entre los expertos tiene que ver con la sal. Para ella, la bisteca fiorentina se ha salado siempre una vez hecha, nunca antes, como algunos defienden. Y, finalmente, un consejo para degustarla: no hay que pincharla con el tenedor ya que entonces perderá el jugo que es parte de su esencia. Como buena guardiana de las esencias, concluyó su explicación con una advertencia categórica: todo lo anterior no serviría de nada si la carne no está adecuadamente cortada. Algo que, según ella, sólo saben hacer los mejores carniceros florentinos. Es decir, que si la queremos volver a comer, tendremos que regresar a su restaurante. ¡Ni pensar en prepararla en casa!

Xavi regando adecuadamente su bistec florentina en el restaurante Dino
Mientras de regreso al hotel atravesamos la piazza de Santa Croce, desierta a estas horas de la noche, trato de hacer algunas explicaciones sobre el lugar. ¡Inútil! Pensé que esto formaba parte de lo que esperaban de mí pero me doy cuenta de cuan equivocado estaba. Según como, pienso, mejor así. Nunca he sido bueno como guía turístico. Me faltan anécdotas y me sobran disquisiciones. Y, claro, ¿quién quiere escuchar disgresiones de profesor después de una cena como esta?. Quedamos mañana a las 10 para visitar los Uffizi, concretamos antes de despedirnos.
Sábado, 11,15h: puede considerarse que una espera breve para entrar en la Galería de los Uffizi, es una espera inferior a los 45 minutos. Así que no podemos quejarnos: la nuestra de hoy ha superado por poco la media hora. Nos concentramos al final de la monumental escalera que da acceso al piso principal del museo, donde suele formarse un barullo de visitantes que no saben por donde empezar. Montse es la única dispuesta a escuchar mis explicaciones. La principal preocupación de Zoila son los regalos que quiere llevar a sus hijos. Xavi insiste en que ya lo ha visitado en otras ocasiones. «Enséñanos lo más importante», me pide Juan. Invoco mi regla de oro para estas ocasiones: «no tiene sentido quererlo ver todo. Así que lo mejor es que cada quien seleccione lo que más le atraiga». Pero teniendo en cuenta que lo más interesante está en el piso inferior, concluyo de forma interesada. Obviamente me refiero al retrato de Eleonora pintado por Bronzino. Cuando, tras las paradas de rigor en la cafetería, la terraza (desde la que se puede contemplar una impactante vista de Palazzo Vecchio) y los baños, llegamos ante él, la sala está prácticamente vacía. A estas alturas del recorrido, los visitantes exhaustos aceleran el paso para dedicar sus últimas energías a la Anunciación de Leonardo da Vinci que se encuentra unas salas más adelante. «Te haré una foto con el cuadro al fondo» me propone Manel adivinando mi arrobamiento. En cuestión de segundos me encuentro ante seis improvisados fotógrafos que tratan de capturarme como si fuera una celebridad. Me muero de vergüenza. Casi me parece una profanación. Espero que la duquesa me perdone. No me estoy quieto y no acaban de salir bien a pesar de sus esfuerzos de fotógrafos amateurs.

Eleonora, su hijo Giovanni y yo
Sábado, 13:50h: nos acomodamos en una mesa del tercer piso del Mercato Centrale. Una zona algo más tranquila de la nave del antiguo mercado transformada en un inmenso, variopinto y ruidoso restaurante. Por mucho que haya sido rebautizado como Centrale, éste siempre había sido el mercado de San Lorenzo, la zona de la ciudad que toma el nombre de la iglesia de los Médici. Se trata de un edificio construido en el tercer cuarto del siglo XIX siguiendo la moda de la arquitectura de hierro y cristal que caracteriza a los mercados de otras muchas ciudades europeas. Como vivo habitualmente en Barcelona, no tengo más remedio que decirlo: algo así como el mercat del Born, de Sant Antoni o la Boquería. Pensé que a Juan le gustaría conocer este lugar ya que él mismo ha participado en la transformación de un antiguo almacén junto al Passeig de Gràcia de Barcelona, la zona comercial más exclusiva de la ciudad, en el retaurante El Nacional.

Listos para comer en el Mercato Centrale
Al acabar la comida decidimos darnos un descanso. Al menos yo estoy derrengado y necesito recuperar fuerzas. Quedamos en encontrarnos de nuevo a las 17:30 en la entrada del hotel De la Ville.
Sábado, 18:05h: compramos los tickets en la biglieteria de palazzo Vecchio. Me comprometí a ofrecer un recorrido por el apartamento de Eleonora. Pero antes toca una parada en el gran salón de ceremonias del primer piso: el Salone dei Cinquecento, cuyo nombre procede del número de participantes en las reuniones del Consejo General de la república florentina. Los barceloneses, que en este punto son mucho más modestos, nos conformamos con un Saló de Cent (salón de ciento) en el ayuntamiento de la ciudad.

Palazzo Vecchio. El salón del Cinquecento desde el pasillo que da acceso al apartamento de Eleonora
No podemos detenernos mucho pero, para amenizar la visita, hacemos la prueba del Cerca Trova, el lema escrito sobre el estandarte de los soldados de una de las pinturas de batallas que rodean la gran sala. Según la teoría de un estudioso local, difundida recientemente por National Geographic, esta fue la señal que dejó Giorgio Vasari, el responsable de las pinturas, para indicar que debajo se encuentra el mural que en este mismo lugar pintó nada menos que Leonardo Da Vinci. Como ahora no es el momento de jugar a ser Dan Brown, que ambientó en este salone una surrealista escena de sus libros dejo el enlace de National Geographic para quien quiera satisfacer la curiosidad: https://www.nationalgeographic.es/historia/national-geographic-channel-investiga-la-obra-maestra-perdida-de-da-vinci

Cerca trova
Cualquiera que haya visitado este palacio recordará que todas sus paredes están forradas con pinturas. Bueno, para ser precisos, todas las del primer piso y algunas del segundo.Es decir las salas oficiales destinadas a recepciones y actos públicos. El principal responsable del aspecto que hoy ofrece el interior del edificio fue Giorgio Vasari, que en 1555 recibió el encargo de Cosimo de redecorarlo completamente con la intención de borrar toda huella de su pasado como sede de la república de Florencia y transformarlo en un homenaje a la familia Médici. Por supuesto, no lo hizo solo sino ayudado por un numeroso equipo. La finalidad de estas pinturas era mucho más que simplemente decorativa: aspiraban a comunicar mensajes precisos sobre las acciones gloriosas de Cósimo y su familia. Empezando por el propio Salón del Cinquecento que muestra sus victorias militares y está coronado por un tondo en la bóveda en el que aparece él mismo en acto de ser elevado a los cielos.

Cubierta del Salón del Cinquecennto. Vida de Cósimo. En el centro la escena de su glorificación
Algunas de estas pinturas narraban historias protagonizadas por los más destacados miembros de la familia como sus antepasados Cósimo il Vecchio (que muchos consideraban el fundador de la dinastía), Lorenzo el Magnífico (que la había llevado a su máximo explendor) o el hijo de este último, Giovanni, que llegó a ser papa con el nombre de León X. Otras tenían un sentido alegórico, es decir, evocaban historias de personajes mitológicos, bíblicos o legendarios con el fin de compararlos con los miembros de la familia a fin de poner de relieve que éstos podían ser perfectamente comparados con aquellos y que, en algunos casos, incluso los superaban en la práctica de las virtudes. Esta última fue la opción elegida para las habitaciones del apartamento de Eleonora. Ni que decir tiene que la inmensa myoría de las personas que visitan el palacio hoy día, no entiende absolutamente nada: ni del primer tipo de pinturas, las históricas, ni, aún menos, del segundo, las alegóricas. Estas imágenes reflejan una cultura que, desgraciadamente, está en curso de desaparecer. Y, claro está, resulta complicado disfrutar de aquello que no se entiende. Cabría esperar que los guías suplieran esta deficiencia pero, aparte de que muchos de ellos tampoco van sobrados de conocimientos, no se les puede pedir que en cuestión de unos minutos proporcionen lo que requeriría largo tiempo de estudio. El resultado es que la experiencia de visitar lugares como éste resulta para muchos superficial cuando no frustrante y agotadora.

Palazzo Vecchio. Sala de Cósimo Il Vecchio

Palazzo Vecchio. Sala de Lorenzo El Magnífico
Como ya he comentado (entrada 9 noviembre En las habitaciones de Eleonora), el apartamento de Eleonora fue el primero que se ordenó acondicionar al arquitecto, escultor y tallísta Giovanbattista di Marco del Tasso, cuando la familia se trasladó a vivir al Palazzo Vecchio. Entonces se consideró que la capilla privada de la duquesa era una de las tareas más necesarias. Sabemos que el resto de las salas fue también decorado con pinturas aunque no es mucho lo que ha quedado de ellas. Seguramente se trató de una intervención provisional. A partir de 1549, cuando la familia había crecido notablemente, se hizo necesario acondiconar algunas habitaciones en el tercer piso para los hijos, las damas y las institutrices. Y para la propia Eleonora que pasaba cada vez más tiempo en esta planta donde se encontraba su amado terrazzo y custodiaba gran parte de sus objetos personales. Pero no fue hasta 1561, es decir, casi veinte años después de la llegada, cuando se decidió que había que poner las salas del quartiere de la duquesa a tono con el aspecto general que estaba adquiriendo el edificio tras las múltiples reformas. El objetivo era pintar las bóvedas con historias protagonizadas por personajes en los que Eleonora se pudiera reflejar. Ni que decir tiene que debían ser mujeres. La idea de que éstas fueran de la familia Médici ni siquiera fue tomada en consideración. En parte por falta de modelos en un clan que tradicionalmente había relegado a las mujeres al segundo plano. Pero, sobre todo, porque, a diferencia de lo que se había hecho en el primer piso, el segundo estaba consagrado a las evocaciones mitológicas (Tinaglia, Paola,“Eleonora and her ‘Famous Sisters’, p. 119). El Renacimiento vivió una explosión de la literatura sobre las virtudes de las mujeres, que bebía de autores clásicos como Plutarco, Livio, Valerius Maximus y otros más recientes como Petrarca o Boccaccio, destinada a su educación a partir del ejemplo de heroínas del pasado, aunque también otras más recientes. Sin ir más lejos, a finales de 1560 Eleonora recibió una carta firmada por Horatio Flavio Falisco (seguramente el seudónimo de un miembro de la Academia Fiorentina) en la que exaltaba sus virtudes comparándola con algunas de las más famosas mujeres de la antigüedad (Benson, Eleonora di Toledo among the Famous Women, pp. 136-138)
Pero, ¿quiénes iban a ser estas mujeres?. La elección vino precedida por un estudio en el que Vasari hubo de echar mano del historiador Vincenzo Borghini,su principal asesor para estos menesteres. ¿Participó Eleonora en esta discusión? A fin de cuentas eran sus habitaciones. ¿Estaba preparada para hacerlo? El 28 de enero de 1561 Vasari le dirigió una carta, a ella y no a Cósimo, proponiéndole el esquema decorativo para su aprobación (Gàldy, L’appartamento di Eleonora, p. 618). En ella le proponía narrar las historias de Gualdrada, Esther, Penélope y Hersilia. Es cierto que el programa que posteriormente fue ejecutado se ajustó literalmente a esta propuesta. ¿Significa eso que Eleonora lo aceptó sin rechistar? En absoluto. De la correspondencia que Vasari mantuvo con su amigo Borghini se desprende más bien que las negociaciones no fueron sencillas. En alguna de ellas mencionaba expresamente algunas conversaciones mantenidas al respecto con los duques, es decir, con los dos. En la que le escribió el 21 de noviembre de 1561 daba a entender que la última de dichas conversaciones la había mantenido por separado con cada uno de ellos. Con la diferencia, seguía explicando Vasari, que mientras que estuvo una hora con Cósimo, estuvo dos con Eleonora. No fue un encuentro fácil para él. Eleonora mostró interés por obtener información más detallada sobre sus planes. En otra carta a Borghini escrita seis meses más tarde, en mayo de 1562, revela expresamente que Eleonora no estaba dispuesta a conformarse con cualquier explicación y quería descender hasta los menores detalles de lo que estas pinturas iban a reflejar (Benson, Eleonora di Toledo among the Famous Women, pp. 139-141). Es muy posible, sin embargo, que estas discusiones no tuvieran que ver tanto con la identidad de las mujeres que iban a ser representadas como con el modo de hacerlo y que, más allá de los mensajes simbólicos de las escenas, Eleonora tuviera sus propias ideas sobre cómo deberían quedar plasmadas.
En esta y otras ocasiones, Eleonora dio muestras de la poca simpatía que sentía por Vasari. Con él le ocurrió lo mismo que con otros de los colaboradores más cercanos de Cósimo, como el mayordomo Pierfrancesco Riccio o el escultor y orfebre Benvenuto Cellini, con quiénes se las tuvo tiesas cuando consideró que tenían en poca consideración sus opiniones y se extralimitaban en sus funciones. Quizá actuaban así porque no habían entendido que las cosas habían cambiado mucho con el tiempo. La jovencita hiper dependiente de sus primeros años en Florencia, se había mutado en una mujer cada vez más segura de sí misma. El punto de inflexión en dicha transformación fue sin duda la adquisición en 1549 del Palazzo Pitti, un conjunto de dimensiones muy superiores al Palazzo Vecchio, con su propio dinero. Un dinero que ella, y no Cósimo, había obtenido de sus inversiones económicas. Palazzo Pitti, que llegaría a ser la residencia principal de los Médici, era su palacio. Y en él se iba a hacer tan sólo lo que ella deseara. ¿Por qué razón debía entonces plegarse obedientemente ahora a la propuesta de un pintor engreído sobre la decoración de sus habitaciones? ¿Engreído? Años más tarde se atribuiría la autoría de estas pinturas de las que ahora sabemos que en realidad fueron pintadas por su ayudante Giovanni Stradano al que Vasari le atribuyó tan sólo los dibujos preparatorios.
La primera de las salas que los visitantes encontraban al entrar al apartamento de Eleonora (que, recordémoslo, en la época se hacía a través de la puerta situada en el extremos opuesto a la que se utiliza hoy día) era la dedicada a Gualdrada. La descripción del edificio realizada en 1553 (es decir, antes de que fuera realizada esta pintura) la presentaba como una sala de espera, con las paredes recubiertas con colgantes de cuero, en la que aguardaban aquellos que iban a ser recibidos por la duquesa.

Palazzo Vecchio. Quartiere de Eleonora. Sala de Gualdrada
La historia de Gualdrada, que en realidad nunca ocurrió, era conocida gracias a Bocaccio que la había incluido en su obra De Mulieribus Claris. Básicamente venía a decir que cuando el emperador germánico Otón IV visitó Florencia en el año 1180 quedó tan prendado por la belleza de la joven Gualdrada que le pidió que le besara. Ella se negó a hacerlo aduciendo que sólo besaría a quien fuera a ser su esposo. Este es el momento que refleja la escena. Admirado por tanta virtud Otón le ofreció el matrimonio con uno de los hombres de su séquito, Guido Guidi, que hasta entonces había sido un firme enemigo de los florentinos pero que, a partir de ese momento, movido por las virtudes de Gualdrada, se transformó en uno de sus más decididos aliados. Los cuatro hijos del matrimonio de Gualdrada y Guido desempeñaron en los años siguientes un destacado papel en la vida de la ciudad. ¿Y qué tenía que ver esta historia con Eleonora? Cualquiera que la conociera podía descubrir múltiples paralelismos entre ambas mujeres. O al menos, eso se esperaba que hiciera. Éstos iban desde la belleza que había cautivado a sus respectivos maridos hasta la participación de los emperadores (Otón IV en el caso de la primera y Carlos V en el de la segunda) en sus respectivos matrimonios pasando por la exaltación de su castidad o el futuro que aguardaba a sus hijos en el destino de Florencia.
El mensaje de la historia no se quedaba aquí. La figura de Gualdrada, que era, en realidad, la encarnación simbólica de Florencia, defendiendo su castidad ante el emperador podía ser considerada como un símbolo de la independencia de los florentinos frente al imperio. En un momento en el que Cósimo estaba tratando de sacudirse la sombra tutelar de los españoles, eso significaba mucho. Una idea que quedaba reforzada en el friso que rodeaba la sala con imágenes de diversas plazas de la ciudad en momentos especialmente simbólicos de su calendario festivo. Pero las pinturas de Stradano presentaban la relación de Florencia con el imperio como algo más complejo que el simple rechazo. Gualdrada se negó a besar al emperador pero se casó con uno de sus cortesanos. Cósimo aspiraba la independencia de Florencia pero, a través de su matrimonio con Eleonora, mantenía su alianza con el imperio que le había respaldado en sus primeros años. (Pamela Benson, Eleonora di Toledo among the Famous Women: p. 306-308).

Palazzo Vecchio. Quartiere de Eleonora. Sala de Penélope
La siguiente de las estancias estaba dedicada a Penélope, la heroína de la Odisea que se había ganado un merecido lugar en el imaginario de la época como ejemplo de fidelidad conyugal. Su historia es suficientemente conocida. Su esposo, el rey de Itaca, había partido a la guerra de Troya hacía más de veinte años. Contra toda esperanza, Penélope seguía esperando su regreso. Cosa que, por supuesto no hacían sus múltiples pretendientes que abusivamente se habían instalado en el palacio real donde organizaban festejos desenfrenados. Para quitárselos de encima, Penélope prometió que elegiría a uno de ellos cuando finalizara el sudario que tejía durante el día y destejía durante la noche. La escena muestra un taller de hilatura que bien podía considerarse una evocación del que ocupaban sus damas en el piso superior del palacio. Una actividad en la que, al parecer, Eleonora llegó a ser una experta.
Según el inventario de los bienes del palacio que se hizo en 1553, ésta era la única estancia en la que había una cama. Lógicamente, sólo podía ser la cama de Eleonora. Es decir, que al menos durante una época éste fue su dormitorio. ¿O quizá el que utilizaba sólo cuando se encontraba con Cósimo? ¿Sorprende que fuera contiguo a la sala de espera y, por lo tanto, paso obligado de las visitas? No debería sorprendernos tanto. Para nosotros los dormitorios acostumbran a ser la parte más privada de las viviendas, pero eso no era así en una época en la que no resultaba extraño recibir visitas en la cama o tener reuniones en el dormitorio.

Palazzo Vecchio. Quartiere de Eleonora. Sala de Esther
Desconocemos la función precisa, si es que la tenía, de la tercera sala, dedicada a Esther. Pero su pretendida relación con Eleonora resulta manifiesta. La Biblia le dedicó un libro entero a esta hermosa doncella judía que vivió durante la época del exilio de su pueblo en Babilonia. Habiendo quedado huérfana entró a formar parte del harén del rey de Persia Asuero que, admirado por sus virtudes, la acabó tomando como esposa. Cuando Aman, el primer ministro de Asuero, enemigo mortal de los judíos, dictó una orden para que éstos fueran exterminados, Esther intercedió ante el rey obteniendo con ello su salvación. Este es el momento que recoge la escena. La tradición judía había reconocido siempre en Esther su valentía, preocupación por su pueblo, prudencia, autodominio, sumisión, sabiduría y determinación. La tradición cristiana la vió como predecesora de la Virgen María en la intercesión por los necesitados, exemplum virtutis y símbolo de la victoria sobre el mal. El Renacimiento añadió, además, su consideración como modelo para las mujeres casadas. Para hacer todavía más explícita la relación entre Esther y la duquesa, en el friso de la sala se encuentra escrito, con grandes letras intercaladas por angelotes, el nombre de Eleonora.

Palazzo Vecchio. Quartiere de Eleonora. Sala de Herminia y las mujeres Sabinas
La última de las salas estaba dedicada a Hersilia y las mujeres sabinas. Su historia narrada por Plutarco, la presentaba como la más bella y noble de las mujeres de la tribu de los sabinos, enemigos de los romanos. Cuando estos últimos raptaron a las sabinas, Hersilia encabezó el movimiento para poner paz entre los hombres. Llegaría a ser esposa de Rómulo, uno de los fundadores de Roma y su imagen quedaría asociada a la concordia. Esta sala desempeñaba en cierto modo funciones de distribuidor ya que, si por un lado daba acceso a la cámera verde, la capilla y el scrittoio (En las habitaciones de Eleonora), comunicaba por otro con el salotto, un espacio cerrado hoy día a los visitantes que, con mucha probabilidad, pudo haber sido utilizado como comedor, al menos en los meses de invierno, no sólo por Eleonora sino por toda la familia. De este salotto partía la estrecha escalera que comunicaba directamente con las habitaciones de Cósimo. Esta era también la vía de acceso que seguía habitualmente Eleonora para entrar y salir de sus habitaciones. En un extremo del salotto una puerta comunicaba directamente con la escalera principal del palacio, conocida como scala piana desde que Giorgio Vasari la hizo remodelar con el fin de que Eleonora ser transportada a través de ella en litera.
Soy consciente de que resulta complicado seguir estas explicaciones sin conocer el lugar, así que trato de explicároslo sobre un plano

Plano del quartiere de Eleonora
- Camera Verde
- Scrittoio de Eleonora
- Capilla de Eleonora
- Sala de las Sabinas
- Sala de Esther
- Sala de Penélope
- Sala de Gualdrada
El espacio rectangular que queda encima de la sala de las Sabinas (en blanco porque actualmente está cerrado a los visitantes) es el salotto donde la familia se reunía para comer. En una esquina puede apreciarse la escalera que comunicaba con las habitaciones de Cósimo y al fondo la puerta que daba acceso a la scala pianna. Actualmente los visitantes entran al quartiere por el número 21 pero en la época de Eleonora lo hacían por el 27. Ella sin embargo solía entrar por el 23 cruzando el salotto.
El significado de la decoración de las habitaciones de Eleonora ha sido otro de los temas que en los últimos años han recibido más atención de los estudiosos. No tanto por la calidad intrínseca de las pinturas (lejos de las de la capilla) sino por el cambio que comportó en la imagen que se quiso transmitir de la duquesa. Hasta unos años antes, su mérito principal, exaltado en multitud de textos e imágenes, había sido la fertilidad. Pensemos tan solo en la mujer embarazada que aparece en su capilla o en los dos retratos suyos en compañía de sus hijos. Pero cuando se abordó la remodelación de estas salas, Eleonora había sobrepasado los 40 años y cumplido sobradamente la obligación de proporcionar a Cósimo la descendencia que necesitaba. Así que había llegado el momento de cambiar de pantalla. En estas pinturas el tema central iba a ser las virtudes femeninas encarnadas por sus protagonistas: la independencia y la honestidad de Gualdrada, la fidelidad de Penélope, la valentía y preocupación por el pueblo de Esther o la capacidad pacificadora de las mujeres sabinas. Cualidades que entraban de lleno en la esfera pública de una persona con responsabilidades en el gobierno (Ilaria Hoppe, A Duchess’ place, 113). Eleonora ya no era presentada solamente como una mujer destinada a procrear, como explícitamente le había sido recordado el día que llegó a Florencia en un mes de junio de 1539. Su misión ahora consistía en desempeñar una responsabilidad de primer orden en la consolidación del gobierno de los Médici, contribuyendo a la pacificación y desarrollo de sus dominios. Así pues, estas pinturas reflejan el modo como Eleonora fue públicamente presentada en la última etapa de su vida (Benson, Eleonora di Toledo among the Famous Women). Tan última que apenas tuvo tiempo de verlas. Según Vasari las salas estaban listas para volver a ser utilizadas el día de Pentecostés (queste feste dello Spiritu Santo) de 1562, que ese año cayó el 17 de mayo. (Edelstein, Nobildonne napoletane, p. 319, nota 92 y Galdy, Tuscan concerns, p. 303 y ss.). Eleonora falleció justo siete meses después.
—«Pero ¿Quién podía entender todo esto?, me espeta Manel, seguramente algo aturdido por tantas explicaciones que parecen cogidas por los pelos.
Estoy a punto de soltarle la respuesta de manual: «en aquella época el sentido de estas imágenes resultaba obvio para las personas con formación, como eran la mayoría de los que entraban en este edificio» Pero me la guardo porque, cada vez estoy más convencido de que, por mucho que los estudiosos se empeñen en repetirla, no es cierta. Estas escenas resultaban incomprensibles incluso para las personas instruidas del momento. Ciertamente, es posible que viendo la escena de las mujeres tejedoras, algunos pudieran deducir que se refería a la historia de Penélope, muy conocida gracias a la difusión que había alcanzado el libro de Homero. Pero ¿quién podía deducir a partir de una escena que presentaba a una joven frente a un rey rodeado de caballeros que se estaba refiriendo a Gualdrada? ¡Nadie! Máxime teniendo en cuenta que estas pinturas carecen de leyenda alguna explicativa. ¿Qué sentido tenía entonces encargar pinturas de historias incomprensibles? Este es uno de los grandes dilemas a los que se enfrentan los historiadores que tratan de encontrarles un sentido.
Seguimos hablando de ello ya fuera de palazzo Vecchio mientras nos dirigimos al restaurante Giannino en Borgo San Lorenzo. A pesar de que habíamos reservado la mesa con antelación, el único espacio disponible resulta ser una angosta esquina junto a la ventana. Tengo la impresión de estar cenando en un escaparate. A los demás eso no parece importarles demasiado. Incluso les parece un lugar digno de una fotografía.

¡Ya me diréis si os parece un lugar adecuado para cenar!
Domingo 17 de enero. La cita es a las 10 en la puerta de los canónigos de la catedral de Santa Maria del Fiore. El objetivo es asistir a la Misa que comienza a las 10.30. El duomo de Florencia sigue celebrando, especialmente en las fiestas señaladas, unos oficios fastuosos acompañados en ocasiones por la orquesta y el coro del Maggio Musicale Fiorentino. Pero hoy no ha habido suerte. Nos hemos tenido que conformar con pequeño coro de cuatro voces y canto gregoriano. Mientras esperamos que dé comienzo la ceremonia Xavi me pregunta por el célebre asesinato que tuvo lugar en esta catedral. Deduzco que se refiere a la conjura de los Pazzi el 26 de abril de 1478. Durante la misa solemne, en el momento de la consagración, unos sicarios se abalanzaron contra Lorenzo el Magnífico y su hermano Giuliano. El primero logró salvar milagrosamente la vida pero el segundo quedó anegado en un charco de sangre. Quiere saber el lugar exacto donde eso ocurrió, pero me siento incapaz de responderle. El pasado mes de diciembre compré April Blood, el libro de Lauro Martines sobre el famoso complot, pero confieso que todavía no he comenzado a leerlo.
A la salida de la catedral nos espera Bernardo Estrada. Por lo visto conoció en cierta ocasión al amigo del hermano de un amigo de Juan. Para él eso era razón más que suficiente para sumarse al grupo. Algo que, por otro lado, todos aceptamos encantados. Yo el que más. Una de las frustraciones de Bernardo es no ser guía turístico en Florencia. Él sí que tiene mil anécdotas que explicar de cada lugar. Además, el plan previsto para lo que resta de la mañana es visitar el Museo de l’Opera del Duomo. Su inauguración fue, el otoño pasado, uno de los acontecimientos culturales de la ciudad. Yo todavía no he tenido ocasión de visitarlo pero él ya lo ha hecho en varias ocasiones. Así que me parece fantástico que ocupe mi lugar como cicerone. No solamente eso: ha previsto incluso el lugar donde vamos a comer: el restaurante I Latini de la Via dei Palchetti. Según él, el mejor con diferencia para degustar las especialiddes toscanas. En eso Bernardo tiene opiniones casi tan contundentes como Rosa Scala. Y no digo que fuera del todo descaminado pero, la verdad, así como el museo desencadenó el entusiasmo general, el restaurante provocó más de un refunfuño. Más que nada por el precio. No es que la comida no lo valiera, pero la mayoría no estamos acostumbrados a que nos sienten en una mesa corrida con otros comensales y nos digan, sin darnos opción, lo que tenemos que comer: gnoqui y bisteca. Con un vino que tampoco era para echar cohetes. Juan decidió que había que pedir un par de botellas de otro de mayor calidad. Fue su perdición. Eso pasa por no informarse antes.
Último paseo antes de recoger las maletas y regresar al aeropuerto. Los domingos de invierno tienen un aire especial en Florencia. En esta época del año el turismo está formado principalmente por familias italianas que desaparecen después de comer. El centro de la ciudad queda desierto. Una estampa inusual en una calles habitualmente abarrotadas. Los puestos de venta callejera de San Lorenzo están cerrados. Hasta los aguerridos comerciantes del top manta se han retirado a sus cuarteles. Sugiero tímidamente la posibilidad de entrar en Santa Maria Novella. Nadie se da por enterado. Reconozco que era una propuesta interesada ya que me gustaría regresar al Capellone degli Spagnoli.
Tarde plomiza de frío intenso. Montse y Zoila habían pensado dedicar estas últimas horas a hacer algunas compras. Vana esperanza. Acabamos en un súper de paquistaníes en la via Ricasoli camino de la Santissima Annunciata. ¡Quien lo iba a decir! En un alarde de generosidad Xavi nos ofrece un helado para celebrar su aniversario de boda. Acabamos en el Grand Caffè di San Marco rodeados de fotografías de ilustres clientes de una época en la que, según alardea uno de los carteles colgados en la pared, éste era lugar de encuentro de escritores, artistas y profesores de las vecinas Academia y Universidad. ¡Vete a saber qué hay de cierto en ello! Hoy es un lugar bastante anodino frecuentado por turistas que se dirigen al museo del convento que da nombre a la plaza y viajeros que esperan algunos de los autobuses que tiene su parada en ella, ocasionando los días laborables un caos indescriptible. Los helados se convierten en capuccinos humeantes. Tiempo para recordar las horas que hemos pasado juntos. Nos despedimos en la puerta del café entre agradecimientos por la acogida que les he ofrecido. No hay nada como tener buenos amigos, vuelvo a pensar. Como anfitrión soy un desastre. Con Xavi y Mireia quedamos para mañana a las 7:30 en la puerta de su hotel.
Lunes 19 de enero: No estoy habituado a salir tan temprano de la Academia dei Ponti. Nunca antes de las 8:30 para llegar a las 9 a la Villa I Tatti. Así que la perspectiva de la ciudad todavía dormida a las 7 de la mañana era toda una novedad para mi. Cuando se trata de viajar, Xavi y Mireia son las personas más puntuales del mundo. Llego a su hotel cinco minutos antes de la hora prevista y ya estaban en la puerta esperando. Eso sí, al precio de no haber podido desayunar. «No os preocupéis, les digo, de camino a la estación podemos parar en el café Alinari» Uno de mis preferidos. Por supuesto, mucho mejor que el San Marco. «Pero tiene que ser un desayuno rápido. He comprado los billetes para el treno regionale de las 8:02». Menos mal que lo hice con antelación porque al ser lunes la estación de Santa Maria Novella está de lo más concurrida a estas horas. Reconozco que le tengo un afecto especial a esta estación. No solamente por la arquitectura que, en contra de lo que piensan muchos florentinos, me parece un dechado de modernidad para la época en que fue construida. Por muy fascista que fuera su arquitecto (que tampoco lo sé, aunque fue inaugurada en pleno régimen de Mussolini) tuvo la sensibilidad de no levantar una pretenciosa mole con aspiraciones de Art Déco como la de Milán, inaugurada pocos años antes. Pero sobre todo, porque conservo muy viva la emoción de mis primeras llegadas en tren a Florencia cuando me parecía estar llegando a un paraiso reservado a una minoría de escogidos.
El vagón está vacío. Además de nosotros, en el extremo opuesto, un joven subsahariano que habla por teléfono como si pretendiera hacerse oir directamente en su país de origen. Me llego hasta él para pedirle que baje el tono de la voz. Me mira con cara de pasmo y sigue exactamente igual, de modo que tendremos que desistir de la posibilidad de dormir durante el viaje. He traido algunas guías turísticas de Asís. Xavi y Mireia son una de las parejas más divertidas que he conocido. No desperdician ocasión alguna de pelearse entre bromas. Así que les dejo a lo suyo mientras me entretengo contemplando desde la ventanilla la salida del sol. Por fin nuestro joven acompañante finaliza la conversación y nos deja dormir.
No sólo la de Santa Maria Novella. Cada vez siento más debilidad por la estaciones de tren. ¡Cuanto más viejas mejor! Con mucho más gusto que los españoles, los italianos han evitado la tentación de sustituirlas por ese tipo de terminales que quieren ser funcionales y que en realidad son «no lugares», como las definiría el antropólogo Marc Augé. La cantina de la estación de Asís me parece el marco ideal para ambientar un relato costumbrista que si lo tuviera que escribir yo resultaría un compendio de ñoñerías. De camino a la parte alta de la población, nos dejamos engatusar por el taxista que nos promete un precio más económico si es él quien viene a recogernos por la tarde. Hasta no hace mucho, me molestaba que quisieran «venderme la moto». Ahora tiendo a mirar con ternura a los luchadores que defienden lo suyo. Aunque en ocasiones me engañen.

Con Xavi frente a la basílica de San Francesco
Asís presentaba esta mañana un aspecto completamente diverso al que ofrecía cuando la visité en plenas fiestas navideñas. Era una ciudad diferente. La explanada de la basílica de San Francesco estaba casi desierta. «Son los días del año con menos afluencia de peregrinos», nos informa un joven fraile en la entrada de la basílica inferior. Quizá por eso los religiosos los han elegido para celebrar una de sus asambleas generales. «A las 11 tendrá lugar una ceremonia oficiada por los superiores de todos los países en los que los franciscanos están presentes», sigue nuestro informante. A Xavi eso le parece una ocasión histórica, de modo que aunque no está prevista la asistencia de público, logra convencerle para que nos deje entrar. Por las cámaras de televisión que la registran, deduzco que para ellos se trata de un momento importante. Me llama la atención la juventud de algunos religiosos teniendo en cuenta que todos ellos desempeñan funciones de gobierno en la orden.
Hoy sí que hemos podido disfrutar con tranquilidad de los murales de Giotto en la basílica superior. Bueno, con tranquilidad relativa. Para Xavi todo está visto en un abrir y cerrar de ojos. Aunque en este caso tenía razón en que debíamos darnos prisa si queríamos visitar el pequeño convento donde vivió Santa Clara junto a la capilla de San Damiano antes de que el taxista viniera a recogernos a las 4:30 de la tarde como habíamos convenido. Nos llama especialmente la atención la austeridad y rigor con que se planteó su vocación religiosa esta mujer de buena familia. Me pregunto si los franciscanos de hoy día seguirán sus normas de mortificación. Nosotros hoy sí que lo hemos hecho. ¿Donde habeis comido, me preguntan durante la cena en la AdeiP? No recuerdo haber comido.
Para saber más:
Benson, Pamela J.,“Eleonora di Toledo among the Famous Women: Iconographic Innovation after the Conquest of Siena” en Eisenbichler, K.(ed.), The Cultural world of Eleonora di Toledo. Duchess of Florence and Siena,pp. 136-156.
Edelstein, B.L.,“Nobildonne napoletane e committenza: Eleonora d’Aragona ed Eleonora di Toledo a confronto”, en Quaderni Storici,35:2, n. 140 (2000), pp. 295-329.
Gáldy, Andrea M.,“L’appartamento di Eleonora di Toledo in Palazzo Vecchio: la scena della nuova Isabella la Cattolica” en Le donne Medici nel sistema europeo delle corti XVI-XVIII secolo, en Calvi, Giulia, Spinelli, Riccardo(a cura di), Firenzze, Polistampa, 2008.
Gáldy, A.M.,“Tuscan concerns and Spanish Heritage in the decoration of Duchess Eleonora’s apartment in the Palazzo Vecchio”, en Reinassance Studies,XX, 3, 2006, pp. 293-319.
Hoppe, Illaria,“A Duchess’ Palace at Court: The Quartiere di Eleonora in the Palazzo della Signoria in Florence” en Eisenbichler, K.(ed.), The Cultural world of Eleonora di Toledo. Duchess of Florence and Siena,pp. 98-118.
Tinaglia, Paola,“Eleonora and her ‘Famous Sisters’. The Tradition of ‘Illustrious Women’ in Paintings for the Domestic Interior” en Eisenbichler, K.(ed.), The Cultural world of Eleonora di Toledo. Duchess of Florence and Siena,pp. 119-135.