Regreso a Florencia con el Vueling de las 17:30 tras pasar una semana en Barcelona donde he experimentado una extraña sensación de lejanía. La misma sensación que cuando hacía campana en el instituto y recorría furtivamente las calles de Palafrugell con mis amigos de la adolescencia. El descubrimiento de que la vida seguía mientras yo estaba encerrado en un aula. He tratado de examinar las causas, aunque con poco éxito, mientras esta tarde aguardaba en el aeropuerto la llamada para el embarque. ¿Serán la concentración de nuevas experiencias y la densidad de algunos momentos los causantes del sentido de la distancia? Tantas caras nuevas, tantas historias personales, tantos lugares desconocidos, tantas vivencias intensas, luminosas unas, frustrantes otras. Tantas horas pasadas frente a la ventana de mi diminuto escritorio en la Biblioteca Berenson, desconectado del mundo exterior, a solas con Eleonora, mientras observaba las alteraciones cromáticas que el avanzar del otoño imponía sobre los olivos situados al otro lado del cuidado seto. El sol intenso proyectado sobre la colina de Fiesole mientras me dirijo cada mañana a la Villa I Tatti. Las fachadas ocres con sus ventanales verdes de las casas del centro de Florencia. Los mil sabores de la pasta cotidiana. Esta es mi ciudad, he pensado al entrar de nuevo en la AdeiP y saludar a Marco que esta dando sus últimas caladas al pitillo antes de ir a preparar la cena. No. Sé que no lo es. Sé que dentro de poco será tan sólo un recuerdo. Pero ahor sí. Ahora es mi ciudad.

Desde mi escritorio el 11 de noviembre a las 9:03
Durante estos meses he tratado de viajar lo menos posible. Temo la dispersión. Así que decidí concentrar mis compromisos en Barcelona tanto como pude. El martes pasado asistí a la defensa de la tesis doctoral de Ángel Rivas. Fue la culminación de un largo itinerario que comenzó cuando nos conocimos en Madrid hace más de diez años. Él era entonces un estudiante de historia en la Universidad Complutense y yo estaba haciendo una estancia en la capital del reino con la esperanza de encontrar información para mi libro sobre los virreyes españoles en Nápoles. Ambos compartíamos el entusiasmo por las visitas al Museo del Prado, de modo que hicimos buenas migas. Quizá por ello aceptó, creo que sin mucho convencimiento, mi propuesta de que hiciera una tesis doctoral. Entre medio se interpusierieron la preparación de unas oposiciones al cuerpo de conservadores de museos, el matrimonio, el nacimiento de su hija… y su afán, para mi gusto algo exagerado, de localizar hasta el último documento en el más inaccesible de los archivos. Pero finalmente ha logrado, con un esfuerzo titánico, poner el punto final a su monumental estudio sobre el conde de Monterrey, uno de los principales mecenas artísticos en la España del rey Felipe IV para quien trabajó, primero como embajador en Roma y luego como virrey en Nápoles. Ya os he hablado de mi admiración por aquellos que son capaces de compaginar una actividad como esta, que requiere una gran dedicación, con otras mil obligaciones.
Ayer lunes le tocó el turno a Diego Sola que defendió su teis sobre el fraile agustino Juan González de Mendoza y su Historia del Gran Reino de la China, un libro escrito al calor de los debates que tuvieron lugar en la corte del rey Felipe II sobre una posible conquista del imperio de oriente. La trayectoria de Diego ha sido completamente distinta. Cuando le propuse hacer una investigación doctoral se limitó a responder con una sonrisa. No volví a saber de él hasta un año más tarde. «Lo he pensado (se tomó su tiempo para hacerlo) y acepto el reto». Y lo hizo con tanta determinación y disciplina que pulverizó el calendario de modo que antes incluso de cubrir los plazos previstos por la normativa, ya tenía el resultado sobre la mesa. En otras circunstancias, Diego tendría ante sí una prometedora carrera académica. ¡Veremos qué ocurre!

Diego defiende su tesis
Entre tesis y tesis, mi programa de estos días incluía varios encuentros con amigos a los que no veía desde el verano. El jueves pasado, cena en El Trapío con Juan Pich, Zoila Barroso, Manel Bofarull, Montse Guash, Xavi Torras y Mireia Casas. Bueno, más que una cena fue un interrogatorio. «¿Pero qué mosca te ha picado para irte un año fuera a estudiar la vida de una mujer a la que nadie conoce?» Me lo pusieron en bandeja. Me faltó tiempo para desgranar con todo detalle los motivos por los que consideraba que Eleonora había dejado una impronta en el modo de conducirse de las mujeres de tiempo. Seguramente me pasé de frenada pero el discurso causó impacto. «Vendremos a visitarte a Florencia y queremos que nos enseñes todos los lugares por los que discurrió su vida» respondieron casi al unísono. Los conozco lo suficiente para saber que lo harán.
Aunque, sin duda, el momento más divertido de estos días ha sido la boda de Alfredo el sábado pasado. Alfredo es un galeote de la investigación para quien no hay obstáculo que pueda frenar su entusiasmo. Contra todo pronóstico (reconozco que tuve que superar muchas reticencias cuando me pidió que le supervisara la tesis) consiguió escribir un magnífico texto, encontrando información donde parecía imposible, sobre las visitas de los reyes a Barcelona en la Edad Moderna. Y todo ello mientras vendía libros en El Corte Inglés, daba clases particulares, hacía sustituciones en una escuela y servía cervezas en uno de los bares más animados de l’Hospitalet. Alfredo es un genuino continuador de la generación de inmigrantes llegados a Cataluña en los años Sesenta del siglo pasado, que ha sabido lo que es trabajar duro para abrirse camino sin dejar de disfrutar de la vida con alegría y optimismo. Ahí estaban todos, el sábado pasado, disfrutando de uno de los banquetes de bodas más alucinantes a los que nunca he asistido. Fue un baile continuo, interrumpido tan sólo por breves intervalos para dar cuenta de los platos servidos por unos camareros saltimbanquis. Así que no me arrepiento para nada de haberme perdido la celebración del Thanksgiving day en la Villa i Tatti. ¡Para que voy a engañaros! Esa no es mi fiesta. Y entre los rituales solemnes de la VIT presididos por Alina Payne y el jolgorio de l’Hospitalet no hay punto de comparación. Al menos, así lo veo.

Así de guapos estamos todos. De izquierda a derecha: Daniel, Ida, Joana, yo, Ana, Alfredo, Carlos y Diego