Quedo para comer con Montse Molina. Recibí un correo suyo en el que me anunciaba su intención de pasar unos días trabajando en Florencia. Quedamos en encontrarnos a la 1 en la entrada del Archivio di Stato situado en el viale Antonio Gramsci, muy cerca de la Piazza Beccaria. No tenía ni idea de que el archivo abriera también los sábados. Algunos organismos italianos tienen horarios que me resultan sorprendentes. Montse compagina la escritura de la tesis doctoral con el trabajo como bibliotecaria en la Biblioteca de Catalunya y aprovecha todos los momentos libres que éste le deja para dedicarse a la investigación. Conozco por experiencia propia el sacrificio que eso conlleva. Aunque el director de su tesis es Xavier Gil, me pidió si podía desempeñar las funciones de tutor. Como los dos ignoramos en qué consisten éstas exactamente dichas funciones, las solventamos a nuestra manera con charlas periódicas. Desconozco las razones que le llevaron a interesarse por Maria Caterina Brondi, una mística italiana que en los primeros años del siglo XVII desarrolló una actividad asombrosa llegando a convertirse en una especie de consejera espiritual del Gran Duque de la Toscana Cosimo III de Médici. Intuyo sin embargo, ya que nunca se lo he preguntado, que algo tiene que ver con sus propias inquietudes religiosas. Sea como sea, Montse es una de esas personas que, si bien con un estilo mucho más comedido que el de Elsa Filosa, habla con pasión de su trabajo. Por eso nuestros encuentros me resultan siempre estimulantes. Hoy no ha sido menos. La he escuchado con atención mientras degustábamos las pappardelle al ragú de liebre en un pequeño restaurante en el Borgo la Croce. Me cuenta que ha dedicado varios días a recorrer lugares por los que pasó Caterina Brondi a la caza del menor indicio que le permita coser las informaciones sueltas de que dispone. Algunos archiveros, continúa, se han quedado sorprendidos por la importancia que le otorga a detalles aparentemente insignificantes. Se han sorprendido porque son archiveros pero no historiadores. Carlo Ginzburg explicó en la instrucción a su famoso libro El Queso y los Gusanos que el trabajo del historiador se asemeja al del inspector de policía para quien cualquier minúsculo indicio hallado en el lugar del crimen puede resultar decisivo para la resolución del caso. Así que comprendo muy bien a Montse. Todavía no han sonado las 3 cuando salimos del restaurante. Tiene prisa por regresar al apartamento que ha alquilado cerca de Le Cure. «Debo participar la semana próxima en un seminario en Roma sobre formas de religiosidad en la Edad Moderna y aún no tengo lista mi intervención», me dice mientras nos despedimos.
Ante mí se despliega una luminosa tarde otoñal que no pienso desaprovechar. Una ocasión magnífica para volver a recorrer el itinerario que realizó Eleonora el día de su entrada en Florencia, decido.
El equipo de asesores de Cósimo había preparado hasta el menor detalle. La entrada solemne de la nueva duquesa ofrecía una oportunidad inmejorable para celebrar la autoridad de un gobernante que todavía tenía los pies de barro y de paso dar un nuevo impulso a la vida artística, alicaída desde la marcha de Miguel Ángel que prometió no regresar mientras los Médici estuvieran en el gobierno. Así que programaron una procesión por algunas de las principales calles de la ciudad repleta de detalles simbólicos que hoy día resultan difíciles de interpretar pero que los espectadores del momento podían entender a la perfección. Bueno, quizá no todos lo hicieron. Eleonora no iba vestida de rojo carmesí como algunos pensaron sino de fuego, como Dante vio a Beatriz en la Vita Nuova. Quizá con el mismo vestido con que la pintó Bronzino en el primer retrato que le hiciera. Fue una festa dantesca en el sentido más literal del término.
Las entradas solemnes, inspiradas en las de los generales romanos victoriosos, se habían convertido en una pieza esencial de la propaganda política del Renacimiento. Y la de Eleonora fue, como el cronista Pier Francesco Giambullari se encargó de difundir, una de las más espectaculares vistas hasta entonces. Desde la Porta al Prato, la comitiva se dirigió al rio Arno a través de la Via il Prato y el Borgo Ognissanti, que toma el nombre de la iglesia que si bien entonces todavía no lucía la deslumbrante fachada barroca que muestra en la actualidad, era ya una de las más importante de la ciudad. Tras discurrir paralelo al río el trayecto que hoy separa los puentes de la Carraia y Santa Trinita, embocó la via de’ Tornabuoni hasta alcanzar la esquina todavía hoy conocida como canto de’ Tornaquinci por el nombre de la familia que en ese punto tenía su palacio. Desde ahí se dirigió a la plaza del Battistero y la catedral donde Eleonora desmontó de su cabalgadura para recibir la bendición del obispo que la estaba aguardando. El tramo final de la cabalgata recorrió la via dei Servi hasta la Piazza della Santissima Annunziata y de ahí hasta la de San Marco donde se encontraba el convento que fuera residencia del fraile talibán Girolamo Savonarola. Es fácil imaginar que llegada a este punto entre aclamaciones populares (quizá al grito de palle, palle, palle, con que acostumbraban a saludar los devotos de los Médici) y saludos de las principales autoridades locales, la joven duquesa estría exahusta. Por fortuna para ella, tan sólo la separaban pocos metros del Palazzo Medici, situado en un extremo de la que hoy es la via Cavour y entonces era la via Larga. En el aplazo la aguardaban Cósimo junto con su madre, Maria Salviati. Esto había sido tan sólo el aperitivo. Le esperaban aún varios días de celebraciones con espectáculos musicales y representaciones teatrales que marcaron un hito en la historia de la escenificación del poder. Nada tiene de extraño que esta fiesta haya sido estudiada sobre todo por los historiadores del teatro. Fue una puesta en escena del poder recobrado de los Médici. Quizá por la fuerte impresión que causaron entre quienes las presenciaron, se han conservado tantos testimonios de estos festejos. (El estudio principal sigue siendo el de Anna Maria Testaverde La decorazione festiva e l’itinerario di ‘Rifondazione’ della città negli ingressi trionfali a Firenze tra XV e XVI secolo”).
Recientemente, diversos grupos de música antigua se han coordinado para recuperar los madrigales compuestos para la ocasión por Francesco Corteccia y algunos estudiosos de las artes escénicas han tratado de reconstruir la escenografía de las principales representaciones que tuvieron lugar durante varios días en el cortile principal del Palazzo Medici. (La música se puede escuchar en Musiche fatte nella nozze dello illustissimo Duca di Firenze il signor Cosimo de’ Medici et della illustrisima consorte sua mad. Leonora da Tolleto interpretada por el Centre de Musique Ancienne de Geneva – Studio di Musica Rinascimentale di Palermo – Schola “Jacopo da Bologna” dirigidos por Gabrile Garrido; Claudia Rousseau ha intentado reconstruir los decorados de las representaciones teatrales en “The Pageant of the Muses at the Medici Wedding of 1539 and the Decoration of the Salone del Cinquecento”)
Mi plan inicial de realizar el trayecto completo de la entrada de Eleonora entre Porta al Prato y Palazzo Médici (todo un paseo, hay que decirlo) se ha venido abajo porque no he sido capaz de resistir la tentación de entrar en la Iglesia de Ognissanti. Tenía al menos cinco poderosos motivos para hacerlo.
- El Sant’Agostino nello studio de Sandro Botticelli
- El San Girolamo nello studio de Rodolfo del Ghirlandaio
- La Croce di Ognissanti de Giotto
- La sepultura de Botticelli
- Era la única iglesia mayor de Florencia que todavía no había visitado
Cinco motivos que por sí solos justifican sobradamente una visita detenida a Ognissanti. Aunque la mía de hoy ha sido muy rápida, me ha sorprendido encontrarlo casi vacío a pesar de las riadas de visitantes que deambulan por las calles cercanas. Pero, claro está, pudiendo hacer fotografías en el Ponte Vecchio o tocarle el morro al porcellino del Mercato Nuovo, ¡quién va a perder el tiempo con nimiedades como las que ofrece esta iglesia!