Son casi las 10:30 de la noche cuando me pongo a escribir este post y no estoy seguro de que las fuerzas me den para finalizarlo hoy. Acabo de regresar de la Enoteca Alla sosta dei papi en Borgo la Croce, donde nos hemos reunido un pequeño grupo para despedir a Blanca González Talavera que mañana regresará a Granada después de pasar el trimestre en la VIT. La verdad es que me lo ha comunicado en el último momento y me ha pillado un poco a contrapié. Pero no podía faltar.
La hora fijada era las 19:30. Como no estaba seguro de encontrar el local a la primera he llegado con antelación. Tras aparcar la moto en la Piazza Beccaria he aprovechado para dar un paseo por las callejuelas que rodean la iglesia de San Ambroggio, una zona que apenas había pisado hasta ahora. Mientras deambulo sin rumbo fijo, trato de entender la fascinación que ejerce este barrio sobre mis colegas de la VIT, varios de los cuales se alojan en él. Pasa por ser uno de los últimos reductos del centro histórico todavía no colonizado por el turismo, lo que le da un cierto aire de autenticidad si bien, a mi juicio, algo postiza. Suele ocurrir con los barrios que de pronto se convierten en “auténticos”. A estas horas de la tarde está abarrotado de gente que entra y sale de los pequeños comercios, más bien anodinos, quizá comprando los regalos navideños que, a diferencia de España, donde todo se lo debemos a los reyes, aquí los trae el babo Natale el 25 de diciembre.
Unos minutos después de la hora fijada llego a la Enoteca Alla sosta dei papi (el descanso de los papas, para entendernos) que resulta ser un angosto local forrado con botellas con una única mesa corrida ocupando todo el espacio atestado de “gente auténtica”. Las enotecas son un tipo de establecimiento que en los últimos años han proliferado mucho en esta ciudad y que, en definitivas cuentas, no son otra cosa que las viejas bodegas con aire chick. Cuando entro tan sólo han llegado Wanessa Asfora, Courtney y Blanca. Me informan de que no se esperan muchos más asistentes y, como para disculparse, añaden que, seguramente, voy a ser el único hombre de la velada. No es que me importe demasiado, pero la observación me recuerda aquello de “en tu fiesta me colé…” la canción del grupo Mecano que tan popular se hizo en la España de los años 80. Poco después lo hará Bing Huang, una joven y, para mis entenderas, enigmática estudiante china de doctorado cuya vinculación con la VIT todavía no he logrado dilucidar. Se presenta ataviada a lo garçon según los cánones de los felices años veinte, tocada con un llamativo cloché coronado por un enorme lazo rosa. «Es lo que tienen las chinas con pasta», me susurra Vanessa por lo bajín, «que se presentan a tomar unas copas como si de una fiesta en la mansión del Gran Gatsby se tratara». Me queda claro que el aspecto de Bing la incomoda. Por fortuna para todos, aparece súbitamente Ivano con su esposa, una historiadora de la ciencia que trabaja en el museo Galileo, y su hijo de apenas un par de años. Como siempre hace en estas ocasiones, Ivano prefiere jugar con el pequeño antes que implicarse en la conversación de los adultos. Y, en este caso, pienso que hace bien porque, a partir del segundo vaso de vino, ésta adquiere un tono melancólico por los compañeros que ya han regresado a sus países (a quienes probablemente nunca volveremos a ver) y los que, como Blanca y la propia Vanessa, están a punto de hacerlo.
Es el tono que domina las conversaciones de estos últimos días durante las comidas en la VIT. ¡Qué rápido que ha pasado el tiempo y qué lejos estamos todos de haber alcanzado los objetivos que nos marcamos un día, ya lejano, de principios de septiembre! Para muchos (Marco, Ljerka, Yaochun, Christia, Maria, Jessie, Carlos entre otros) ha llegado el momento de volver a gustar el sabor de la realidad. Alérgicos a las despedidas, hay quien, como Marco Rosario Nobile, ya han desaparecido sin decir esta boca es mía. No lo juzgo. Quizá yo hubiera hecho lo mismo. A algunos les aguarda la incertidumbre. Marco Simone Bolzoni es uno de los más angustiados por lo que pueda ocurrir.
«He solicitado un puesto como conservador en la sección de dibujos en la Morgan Library & Museum, de Nueva York» me contó la semana pasada en voz baja mientras tomábamos nuestro zumo de tomate con cacauetes en un rincón del salone Sassetta antes del almuerzo. «Creo que tengo muchas posibilidades, pero ya deberían haberme contestado y todavía no lo han hecho»
Marco es uno de los fellows con quien he empezado a tener un trato más personal en el último mes. Me presentó a su novio de aspecto caribeño durante la fiesta de cumpleaños que organizó Ljerka Dulibića a finales de noviembre en su apartamento del claustro del antiguo convento de San Martino. Se veía a la legua, su atuendo lo delataba, que ese no era el tipo de encuentros a los que estaba acostumbrado, así que, creo que con poca habilidad, hice lo posible por darle algo de conversación. Días después volví a coincidir con Marco, ya de noche, en la salida de la VIT tras uno de los seminarios del jueves. Estaba apurado porque había organizado una cena en su apartamento de la plaza de Le Cure, era tarde y aún tenía que hacer las últimas compras. Me ofrecí para llevarle en moto. Desde entonces se mostró mucho más abierto conmigo. Hablando con Milena Viceconte días más tarde en Barcelona, resultó que ella y Marco eran amigos de los años en que habían compartido en Nápoles mientrás él hacía su tesis doctoral.
A pesar de que su futuro como profesora sustituta interina (no sé si eso significa que sustituye a alguien interinamente o que sustituye a una persona interina, pero me parece el colmo de la precariedad) en la universidad de Jaén tampoco es para tirar cohetes, Blanca González se ha tomado estos últimos días en Florencia con mucho mejor humor. En parte porque estaba convencida de que su fellowship acababa a principios de este mes. Cuando supo que todavía podía quedarse tres semanas más encerrada de 9 a 13 en el Archivio di Stato buscando los documentos del viaje a España de Francesco de Medici, lo aceptó como una propina inesperada.
Al poco de enterarse de ello, el pasado 2 de diciembre, me envió un mensaje al teléfono.
«Finalmente he cambiado la fecha de mi regreso y podré acompañarte al congreso de Pisa».
Es cierto que habíamos hablado de la posibilidad de asistir al encuentro organizado por el infatigable Bernardo García que con el título de “Élites Internacionales y redes de poder en la Europa Moderna” iba a tener lugar en la Universidad de Pisa el 15 de diciembre. Aunque, para ser sinceros, cuando me llegó su mensaje ya no tenía claro que quisiera hacerlo. Más que el programa, mi principal motivación era saludar a algunos de los participantes, pero, desde que regresé de Barcelona, estoy intentando recuperar la concentración y eso supone evitar al máximo las alteraciones de mi rutina. Además, le respondí a Blanca, ese mismo día estaba prevista también la fiesta de navidad en la VIT.
—«No te preocupes, me respondió decidida, podemos regresar a tiempo para cambiarnos y asistir a la fiesta».
Así que quedamos para ayer, a las 8 de la mañana en Santa Maria Novella para tomar el tren de Pisa.
Cuando ayer llegué ya había comprado los billetes.
—«Aún nos queda tiempo para desayunar, el tren no sale hasta las 8:28», me dijo tan pronto me vió entrar en el majestuoso hall de la estación
Ya en el tren me contó que, en realidad, su motivación para asistir a este encuentro no era muy distinta a la mía: hacerse ver por la profesora Marcella Aglietti que había sido su tutora durante una de las estancias predoctorales que hizo en Florencia. No sé si durante dicha estancia se vieron con frecuencia, pero lo cierto es que, cuando llegamos a Pisa, donde hacía un frio tremebundo, Blanca estaba tan desorientada como yo sobre el camino a seguir para llegar a la Universidad. Cuando finalmente lo logramos con la ayuda de Google Maps, hacía ya un buen rato que habían comenzado las sesiones. ¿No vamos a interrumpir con nuestra entrada, verdad? nos dijimos casi al unísono. Así que nos dirigimos directamente a la cantina para tomarnos el segundo café y tratar de entrar en calor. Y, al final, acabamos interrumpiendo igualmente los parlamentos porque no encontrábamos la sala y llegamos tarde a la segunda sesión. Pero al menos tuve la oportunidad de saludar durante el descanso a Bernardo García, Rafa Valladares, Paola Volpini y algunos más cuyo nombre soy incapaz de recordar ahora. Cumplida nuestra misión, y viendo que nadie nos iba a invitar a comer, decidimos emprender el camino de regreso a Florencia a donde llegamos, como Blanca había previsto, con tiempo más que suficiente, para cambiarnos y dirigirnos a la fiesta navideña de la VIT.
Soy consciente de que es un problema mío pero, la verdad, no me acabo de acostumbrar a esta clase de fiestas. Todo el mundo es encantador pero yo no sé apreciarlo. Prefiero las distancias cortas con grupos reducidos que los apretujones, saludos formales y conversaciones de circunstancias. Y además no estaba dispuesto a hacer la cola frente a las mesas donde nuestros camareros habituales convenientemente reforzados para la ocasión, servían servían los exquisitos manjares anunciados en un gran cartel colgado de la puerda de entrada del comedor. De modo que, así que me hice con una copa de vino, observé el panorama y elegí a mi interlocutor. Iba a ser Fabio, el anciano sirviente ya jubilado a quien conocí en la festa della fettunta. Parecía abandonado en una esquina del salón, con su mirada dulce y su viejo traje de domingos. Os presentaré en otro momento a Fabio con más detalle. Por el momento sólo os digo que es el único de los presentes que conoció a Bernard Berenson lo que le convierte en la memoria viva de esta institución. Y está siempre dispuesto a relatar sus recuerdos, algo que a mí me encanta escuchar. Bueno, no sólo a mi. Por lo visto también a Susan Bates que pronto se unió a nuestra conversación para no abandonarnos hasta que algunos de los asistentes empezaron a retirarse. Me pareció que tampoco ella tenía gran interés en moverse de corro en corro compartiendo banalidades. Es lo que tienen estas fiestas en la VIT: que los miembros del staff se sienten más bien incómodos departiendo con los fellows a los que por lo visto, consideran de una categoría superior. De hecho, aunque podrían hacerlo, ni siquiera comen con nosotros. Sólo Angela Dressen aparece de vez en cuando por nuestro comedor. El resto prefiere hacerlo en la cocina. Presiento que también para ellos estos parties son un pequeño tormento.
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sensación de que era pesado, mas los últimos posts son de calidad,
conque supongo que voy a añadirte a mi lista de sitios web
favoritos. Te lo mereces. Gracias.
Muchas gracias. Espero no seguir siendo muy pesado en el futuro. A ver si consigo contarte cosas interesantes