Ahora que ya tengo claro el camino para llegar a la Villa I Tatti (la VIT) me ha parecido una buena idea dedicar la mañana de sábado a descubrir el que será mi barrio en los próximos meses. La Accademia dei Ponti (la AdeiP para abreviar), se encuentra como dije en la Via Trieste, una pronunciada pendiente conectada directamente a la vía Bolognese que todavía hoy constituye la entrada principal por el norte de la ciudad.
Después de desayunar y aprovechando que el inclemente verano florentino ha decidido tomado un días de respiro, emprendo mi paseo. Desciendo hasta la Via Vittorio Emmanuele II, una larga avenida (como no podía ser de otra manera tratándose del primer rey de Italia) que une el ponte Rosso con la bulliciosa Piazza Dalmazia separando el barrio del Statuto (deberé informarme de qué estatuto se trata) de la colina de Montughi ocupada en gran parte por un amplio parque que en su día fueron los jardines de Villa Fabricotti y la sorprendente Villa Stibbert. Tiempo tendré de pasear por ellos. Por el momento prefiero concentrarme en la vertiente izquierda de la vía ocupada por armónicos edificios de tres plantas color crema y contraventanas de lamas verdes. Quienes vivimos habitualmente en ciudades asediadas por un turismo masificado sabemos bien el abismo que puede llegar a separar el centro histórico de los barrios residenciales donde habita la población local. Diana Carrió-Invernizzi, que vivió un año en esta ciudad como estudiante postdoctoral en el Instituto Universitario Europeo, me aconsejó buscar un alojamiento en el centro histórico. Con todo el cariño que le tengo, me alegro de no haberle hecho caso.
Mi paseo me lleva hasta la Pasticceria Bellucci, un pequeño local ocupado en esta tranquila mañana de sábado por vecinos que se desayunan un cornetto con capuccino mientras comentan felices el fulgurante arranque de la Fiorentina en la Serie A de calcio. Attilio Antonelli ya me advirtió que el café de Florencia no llegaba a la altura del de Nápoles pero aun así se encuentra a años luz del brebaje que suelen servirte en las cafeterías españolas.
Aprovecho para consultar de nuevo al plano que ayer me prestó Ruggero que incluye una breve leyenda sobre la historia de los barrios de la ciudad. Según afirma, me encuentro en el distrito de Rifredi que presta el nombre a la segunda estación ferroviaria en importancia después de la de Santa Maria Novella. Se trata de una de las zonas de expansión urbana proyectada por el ingeniero Giuseppe Poggi en 1865, cuando Florencia era la primera capital de la Italia unificada, Un plan que incluía la demolición de las viejas murallas. No quiero incurrir en localismos pero cuando pienso en el Eixample de Barcelona proyectado apenas seis años antes, en 1859, me queda claro que Poggi no llegaba a la suela de los zapatos de Ildefons Cerdà.
Claro que, como pude comprobar ayer por la tarde cuando fui a comprar una tarjeta de teléfono italiana en un pequeño cuchitril de via Minzoni, decirle a un florentino que vives en Rifredi es lo mismo que no decirle nada. Media ciudad es Rifredi, me respondió el dependiente. Observando ahora el plano me doy cuenta de si bien la afirmación es exagerada no se aleja mucho de la realidad. El distrito de Rifredi incluye zonas tan diversas como Careggi dominada por el mastodóntico complejo sanitario, la suave colina de Castello en el límite de la ciudad donde se encuentran, casi una al lado de la otra, dos expléndidas villas mediceas, Fortezza da Basso casi aneja a Santa Maria Novella, la zona industrial de Novoli para llegar incluso a Peretola que da nombre al diminuto y problemático aeropuerto de la ciudad.
Menos mal que el servicio meteorológico de mi teléfono resulta mucho más preciso: vivo en el barrio de Il Pellegrino casi en la confluencia de Montughi y Statuto. No deja de ser importante saber donde uno se encuentra.