Monica Azzolini
Desde el regreso de las vacaciones de Navidad tengo una nueva vecina en la biblioteca. Ocupa invariablemente el escritorio situado a mi izquierda. Llega cada día puntualmente a las 9:30 y apenas se levanta de la silla. Cosa poco habitual en este lugar en el que, con la excusa de buscar libros hay quien no para de pasear entre las estanterías. Cuando hacía la tesis doctoral me dieron un consejo que siempre he agradecido: no consultes más libros que los que tenías previstos al entrar en la biblioteca. No estoy seguro de que todos mis colegas sean del mismo parecer. Algunos trabajan rodeados por elevados muros de volúmenes de los que apenas si sobresale la cabeza. Me pregunto si realmente los utilizarán todos. En ocasiones en el desplazamiento hacia el comedor aprovecho para curiosear. Hay quien tiene los mismos libros casi desde el día que llegaron. No puedo juzgar: quizás son de consulta habitual.
Mi nueva vecina apenas utiliza libros. Así que se sienta por la mañana se pone directamente a teclear su ordenador. Sólo de vez en cuando consulta algún ejemplar que devuelve a la estantería al final de la jornada. Desde el primer momento tuve claro que no se trataba de ningún nuevo fellow puesto que ya había saludado a todos los recién llegados. Además, no participa de las comidas colectivas. De hecho, ni siquiera estoy seguro de que coma. Cuando bajo al mediodía al comedor, allí está ella. Cuando regreso casi una hora y media más tarde, ahí sigue estando. A eso de las cinco de la tarde mira el reloj, da un bote sobre el asiento, recoge las cosas rápidamente y sale corriendo. Está claro que alguien la espera y no puede llegar tarde.
Pensé que se trataba de una transeunte. De vez en cuando, muy de vez en cuando porque la Berenson Library es muy restrictiva a la hora de aceptar usuarios, aparecen personas que vienen para hacer consultas concretas: están unos o dos días y no se les vuelve a ver. Por eso no acostumbro a presentarme ni ellos tienen interés en hacerlo. Pero en este caso era distinto. Algunos días los pasamos casi solos en el segundo piso del módulo Geier, o para ser más precisos, de la Paul E. Geier Memorial Library. Bueno, aparte de Eve Borssok, unos de los tres eméritos de la VIT, que tiene su oficina en una esquina de nuestro mismo piso donde pasa largas horas hablando por teléfono. Pero Eve, que camina con mucha dificultad, hace su propia vida y apenas se relaciona con los demás.

Berenson Library
A medida que empezaron a pasar los días empecé a sentirme algo incómodo: se supone que deberíamos presentarnos. Y resultaba obvio, por la tímida sonrisa con la que esbozaba algo parecido a un saludo al llegar por la mañana, que no iba a ser ella quien tomara la iniciativa. Parece mentira que a estas alturas todavía no haya aprendido la lección: salvo contadas excepciones (Diego Pirillo, John Christopoulos, Courtney Quaintance , Giulia M Torello-Hill y pocos más), en la VIT nadie toma la iniciativa de las presentaciones, lo cual es origen, al menos para mí, de no pocas situaciones embarazosas. Desde hace ya un tiempo, procuro ser siempre yo quien se adelanta a hacerlo. Y la verdad es que me está dando buenos resultados. Por lo general mis interlocutores se sienten agradecidos de que sea yo quien rompa el hielo. Así que esta mañana he decidido que había llegado el momento de hacerlo: tan pronto apareció, me dirigí a su mesa para presentarme.
Mi vecina resultó llamarse Monica Azzolini y ser profesora en la Universidad de Edimburgo. Lo que parecía que iba a ser una presentación de simple cortesía derivó pronto en una animada conversación. Era de Milán, me contó, había estudiado la licenciatura en la Università Cattolica del Sacro Cuore y se había doctorado en Cambridge con una tesis sobre los dibujos anatómicos de Leonardo Da Vinci y la medicina en el Renacimiento. Tras haber enseñado en Cambridge durante un breve periodo obtuvo un puesto temporal en la Universidad de Sidney. “La mia carriera iniziale è stata una peregrinatio accademica davvero frenetica per tutto il mondo», me aseguró. «En 2002 me trasladé a Estados Unidos para trabajar en la Universidad de Washington en Seattle. En 2004 crucé de nuevo el Pacífico para regresar a Sydney, esta vez a la Universidad de Nueva Gales del Sur. Durante el curso 2005-2006 pasé un año inolvidable en la Villa I Tatti donde empecé la investigación que estoy tratando de culminar ahora sobre los usos políticos de la astrología en Milán en tiempos de los Sforza». Me pregunto por qué todos los que han pasado por aquí se sienten en la necesidad de calificar la experiencia como inolvidable. «Al año siguiente hice una estancia en el Warburg Institute de Londres seguida por otra en la Universidad de Princeton hasta que, por fin, obtuve mi trabajo actual en Edimburgo». Claro que con ello no han acabado las dificultades. Tiene dos niños pequeños, «a los que no es sencillo criar lejos de tu país sin ningún tipo de ayuda familiar». Ahora entiendo por qué sale corriendo a las cinco en punto: «tengo que tomar el autobús en Ponte a Mensola (en el cruce entre Via della Vincigliata y Gabriele d’Annunzio) para llegar a tiempo de recoger a los niños a la salida de la guardería». Aunque esta no es su principal preocupación: está casada con otro historiador, Stefano Dall’Aglio —no me lo dice pero deduzco que se conocieron cuando ambos eran fellows en la VIT— que a pesar de tener un currículum excepcional no ha conseguido todavía una posición académica estable. De momento colabora con el Medici Archive Project pero está tratando de encontrar trabajo en una universidad inglesa, si fuera posible no muy lejana de Edimburgo. Dentro de pocas semanas tiene una entrevista en la de Leeds. Casi me pide que rece por el resultado de la misma. Parecía una persona tímida. ¡Nunca juzgues por las apariencias! me repito mientras regreso a mi escritorio.

Monica Azzolini
Confieso que me ha impresionado la historia de Monica ¿Es éste el futuro que aguarda a los jóvenes investigadores que aspiran a un trabajo estable en la universidad? Nadie tiene que convencerme de la importancia de desplegar una carrera internacional, pero ¿hasta dónde tendrán que estar dispuestos a sacrificar su vida personal y familiar? Sea como sea, parece incuestionable que una persona que apenas ha abandonado su ciudad de origen no puede tener la misma perspectiva que Monica Azzolini.
Isaac García Osés
Le daba vueltas mientras pensaba en las conversaciones de estos últimos días con Isaac García Osés. Se trata de un investigador predoctoral de mi departamento que estudia las actividades del gremio de ceramistas en Barcelona en la Edad Moderna bajo la supervisión de Jaume Dantí. Me escribió el pasado mes de noviembre para comunicarme su intención de pasar un mes en Florencia después de las navidades. Por las condiciones de su beca necesitaba un tutor que supervisara su trabajo durante ese tiempo y me pedía si podía ponerle en contacto con algún profesor del Departamento de Historia y Civilización del Instituto Universitario Europeo. No pude serle de mucha ayuda porque, además de que no tengo relación directa con ninguno de ellos desde que se fueron Martin Van Gelderen y Bartolomé Yun, me había llegado la onda de que estaban desbordados (en los próximos meses trasladarán su sede de la villa Schifanoia a la villa Salviati) y por ello no aceptaban más estudiantes. Le animé a que tratase de hacerlo directamente a ver si tenía suerte. No la tuvo, pero, finalmente, encontró un tutor en la universidad de Florencia. También me pidió orientación sobre el alojamiento. Como la AdeiP no aceptan estancias inferiores a los tres meses, le aconsejé que hablara con Montse Molina que tan contenta está del apartamento en la zona de Le Cure que suele alquilar durante sus estancias en la ciudad. Eso lo logró sin dificultad.
Por lo que me dijo, tenía previsto llegar a Florencia a principios de la semana pasada. Quedamos en vernos el miércoles a última hora de la tarde. Como todavía se está ubicando en la ciudad me pidió si pudiera ser en algún lugar cercano a su alojamiento. Le propuse la librería-café Alzaia del viale don Giovanni Minzoni. Suelo pasar con frecuencia por delante pero nunca antes había entrado. Resultó ser un espacio minúsculo: minúscula la librería y minúsculo el café. Buscamos una alternativa y acabamos en otro cuchitril todavía menor en la esquina de via Massaccio con la via Fra Bartolomeo. Decididamente, ésta no es la mejor zona de la ciudad para quedar. Pero al menos me pudo explicar su plan. Necesitaba contactar con el profesor de la universidad que le debía firmar los documentos acreditativos de su estancia, pero, hasta el momento, no le había dado muchas facilidades. Ármate de paciencia, pensé para mis adentros. Tenía previsto visitar algunas bibliotecas y hacer una incorsión en el Archivio di Stato. Y, sobre todo, visitar Montelupo Fiorentino, el gran centro de producción de cerámica (entonces y ahora) de la Toscana. Le propuse venir a la VIT para presentarle a Martha Caroscio que es una gran especialista en el tema. Aceptó inmediatamente. Le propuse llevarle en la moto. Eso ya se lo pensó más. Quedamos para encontrarnos al viernes siguiente en el mismo punto donde lo habíamos hecho hoy. Con tan mala suerte que el día amaneció lluvioso. Al pobre no le quedó más remedio que arriesgarse. Tras las presentaciones de rigor, le dejé hablando con Martha en el Granaio. Lo hice con la impresión de que no hablaban exactamente el mismo idioma. Y la duda de saber si Isaac hubiera venido a Florencia en caso de que esta estancia no fuera un imperativo de su beca.
Allen Grieco
Quien no necesitó que me adelantara con las presentaciones fue Allen Grieco, otro de los tres eméritos de la VIT. El único que viene a comer con los fellows e interactúa con el grupo. Desde el día en que, durante la primera semana del curso, viéndome perdido sin conocer a nadie, me invitó a sentarme con su grupo durante una comida al aire libre en el jardín, ha sido uno de mis principales guías en esta institución en la que, al menos para mí, no siempre resulta sencillo orientarse.

Allen Grieco
Su especialidad es la historia de la alimentación, algo que encaja muy bien con su aspecto de bon vivant, sonriente, acogedor y buen conversador; siempre con un comentario jocoso en la boca. Es autor de varios libros sobre el significado cultural de la comida en la Italia del Renacimiento y co-editor de la prestigiosa revista History&Food. Aunque su trayectoria no encaja para nada en los cánones académicos clásicos. Ha vivido en varios paises donde ha desempeñado actividades muy variopintas.
Desde hace algunas semanas me insiste para charlar con tranquilidad. «Mejor fuera de la VIT», sugirió para mi sorpresa. Después de intercambiar varios correos, quedamos finalmente para hacerlo ayer por la tarde. «Podemos ir a la Pasticceria Cesare», me dijo cuando nos encontramos en la sala de revistas, donde suele trabajar. «Vamos com mi coche. Lo tengo aparacado en la puerta». Antes de que cruzáramos el portone que da a la Via della Vincigliata empezó a desvelarse el motivo de su interés. Necesitaba desahogarse y quería saber mi opinión.
«Llevo años aparcando en el mismo sitio», siguió diciendo mientras indicaba un descomunal 4×4 mal estacionado en un saliente de la estrecha carretera, junto en la salida de la pronunciada curva en la que se encuentra la entrada principal de la VIT. «Ahora Alina Payne se ha empeñado en que no puedo hacerlo, pero no tengo la menor intención de dejarlo en el aparcamiento colectivo para subir luego la cuesta caminando».
Allen está muy disgustado con Alina: «acaba de llegar y ya quiere modificarlo todo. Aquí las cosas funcionaban bien y antes de introducir cambios lo normal es hablar con quienes llevamos más tiempo».
Que la nueva directora de la VIT venía con aires de cambio es algo de lo que ya me había percatado. Sobre todo por lo que a mí me ha afectado: he pasado de ser research associate a director’s apointee; también él ha cambiado de categoría: de senior research associate a seniors research associate emeriti. La verdad es que no me he preocupado en averiguar los motivos. Ignoro si debería tomármelo como como un ascenso o una degradación. Más bien parece lo segundo viendo que mi nombre, como el del resto que se encuentran en mi misma situación, se ha caído del apartado de people en la página web del centro. Me da absolutamente igual mientras pueda seguir haciendo mi trabajo con normalidad. De lo que no tenía idea es de que los cambios estuvieran ocasionando tanto malestar entre el personal de la casa.
—«Créeme, están todos muy enfadados y algunos han presentado ya sus quejas a las autoridades de la universidad de Harvard que, alarmadas, tienen previsto enviar una comisión para inspeccionar lo que está ocurriendo». No podía imaginar que las cosas estuvieran llegando tan lejos.
Me cuenta que él es uno de los más afectados (aunque no me dice si es también uno de los que han presentado quejas) ya que la directora pretende suprimir la categoría de investigadores eméritos. Para empezar, le ha quitado el despacho que ocupaba; este es el motivo por el que ahora tiene que trabajar en la sala de revistas.
Ante tal cascada de enojo opto por la prudencia y me limito a escuchar. Eso sí, intercalando de vez en cuando algunas palabras de comprensión. Desde la primera vez que saludé a Alina me quedó claro que no era la persona más simpática del mundo. Pero he llegado hasta aquí para hacer mi trabajo y no para involucrarme en intrigas que ni me van ni me vienen. Además, no conozco los detalles para poder opinar. Ni me interesan. Por otro lado, no tengo claro cual es la función de los eméritos. Ninguno de ellos ha desarrollado una carrera académica estable. No niego que sus investigaciones no merezcan la pena, pero, como ya he dicho, salvo Allen, los demás apenas participan en la vida del centro por lo que poco contribuyen a la formación de los más jóvenes. Más bien parece que están en la VIT disfrutando de un retiro dorado así que, hasta cierto punto, puedo entender que Alina quiera limitar sus privilegios. He conocido situaciones similares en otras instituciones académicas con personas atrincheradas en un estatus que con el paso del tiempo nadie sabía quien se lo había otorgado. En fin, ¡que en todas partes cueces habas!
La relación de Allen con la VIT ha sido algo particular. Ya sentados alrededor de una mesa de la pasticceria Cesare me cuenta que era propietario de una finca vitícola cercana a Arezzo, que le funcionaba muy bien, cuando la VIT le ofreció dirigir su explotación agraria y la conservación de sus jardines. «Nadie sabía como hacerlo y los trabajadores estaban peleados entre sí de modo que mi principal tarea consistió en poder orden». Intuyo que debió ser entonces cuando decidió iniciarse en la investigación de la historia de los alimentos. «Tenía que dedicarle tanto tiempo que era incompatible con mi actividad como productor de vinos por lo que, aún perdiendo dinero, decidí dejar esta última. He trabajado durante veinticinco años para I Tatti. Creo que merezco algo más de consideración».

Pasticceria Cesare
La Pasticceria Cesare es un local amplio y funcional, estratégicamente situado en un cruce de la carretera que conduce de Coverciano a Setignano. En realidad, es más que una simple pasticceria; es el punto de encuentro de los vecinos de la zona que forman una clientela numerosa y consolidada. Se conocen todos. A principio de curso paré en alguna ocasión a tomar un café en mi camino a Villa i Tatti. Pero tardaban demasiado en servir y decidí dejarlo. Más adelante decidí probar suerte con el almuerzo cuando no podía perder todo el tiempo que exigen los de la VIT, pero los platos combinados que ofrecían me parecieron pobres y caros. Así que dejé de frecuentarla. Allen es sin embargo un viejo conocido de los empleados: «¿Es hora ya de pedir un Spritz?», pregunta al camarero así que entra en el local. «Lo mismo para mí», añado movido por la confianza que me inspira mi acompañante en lo que a estos asuntos se refiere, sin saber en realidad qué era lo que estaba pidiendo.
De regreso a la VIT, Allen se muestra mucho más relajado. No sé si por efecto del desahogo verbal o del Aperol Spritz. Yo sigo sin saber por qué me habrá elegido para contarme sus cuitas. No siempre me resulta sencillo entender el modo como los demás me perciben. Sobre todo, estos últimos meses. La VIT es un paraíso con fecha de caducidad. Y ya son varios los colegas que me han dejado caer, como quien no quiere la cosa, lo encantados que estarían de poder trabajar en Barcelona. ¿Me consideran una persona con influencias? Pues sí que andan equivocados.