Quedo con Giancarlo para pasar la tarde en Lucca, donde se celebra la Fiesta de la Santa Croce. Nos encontramos a las 15:30 bajo la arcada del enorme edificio de la compañía de seguros la Fondiaria que ocupa uno de los laterales de la Piazza della Libertà. Con nosotros viene también Osamu Tanimoto. Es pintor, me dice Giancarlo. Me saluda con reverencia oriental. Ya en el coche, mientras atravesamos el barrio de Novoli, que en su día fue la zona industrial de Florencia y hoy está ocupado por grandes edificios públicos y comerciales de dudoso gusto arquitectónico, Osamu me cuenta su historia sin necesidad de que se lo pida. Se nota que está acostumbrado a hacerlo, como si sintiera la necesidad de justificar su presencia en esta ciudad. Nació en Tokyo hace treinta y cinco años. Contra los deseos de su padre que es ingeniero eléctrico y no veía ninguna utilidad en los intereses artísticos de su hijo, decidió venir a Florencia para estudiar pintura y restauración. “Me atraía especialmente Fra Angelico y Rafael, pero no por la técnica de sus obras sino por la espiritualidad que transmitían a pesar de que lo ignoraba todo sobre el cristianismo”. Antes había estudiado la filosofía de los nativos americanos y colaborado con un famoso pintor especializado en los bosques amazónicos. Ya en Florencia entró en contacto con la Academia Rusa de Arte. De la mano de Dony McManus, un escultor irlandés especializado en el arte sacro, fue descubriendo el catolicismo. “Me quedé especialmente prendado de la parábola evangélica del hijo pródigo que presenta la imagen de un Dios misericordioso”. Decidió hacerse católico y recibió el bautismo de manos del cardenal Betori. Por lo visto esta decisión fue noticia en diversos medios de comunicación. Está preparando una exposición que se inaugurará el próximo 7 de noviembre. ¿Me sigues?, se interrumpe. Sí, sí, por supuesto, le respondo. En realidad, estaba pensando que uno de los problemas de la religión en el mundo actual es que ha perdido la batalla de la estética.
En Lucca nos aguarda Renato Di Giuseppe, otro amigo de Giancarlo. El punto de encuentro es una gasolinera situada extramuros. Allí aparcamos el coche y nos dirigimos caminando hacia una de las puertas de la ciudad antigua, rodeada por imponentes muros destinados a protegerla de una guerra que nunca tuvo lugar. Renato es la viva imagen de la amabilidad. No puede ocultar la satisfacción que le produce guiarnos por las sinuosas callejuelas en un día tan señalado para los lucenses. Por ello cuando señala hacia poniente bromea: allí está Pisa. ¡Afortunadamente, separada por las montañas! Trato de recordar la historia del conde Ugolino della Gherardesca aliado de Lucca, capturado a traición por el obispo de Pisa Ruggieri degli Ubaldini y cruelmente condenado a morir de hambre junto con sus hijos y nietos. “Que a los de Pisa la visión de Lucca estorba”, escribió Dante en el canto XXXIII cuando se topó con ambos en el círculo más profundo del infierno.