A las 9 de la mañana ya estaba frente a la entrada del Palazzo Grifoni Budini-Gattai, para asistir al encuentro Leonardo & gli altri/ Leonardo in Dialogue organizado por el Kunst que tiene en este edificio la sede de su espléndida fototeca. En Florencia son numerosos los palacios con nombre compuesto por los apellidos de su primer y último propietario. De los Budini-Gattai apenas puedo decir nada, pero de Ugolino Grifoni, espero tener ocasión de escribir más ampliamente en futuras entradas. Fue uno de los principales hombres de confianza del duque Cosimo I de Médici y uno de los inspiradores de su matrimonio con Eleonora por lo que obtuvo una notable fortuna que le permitió encargarle a Bartolomeo Ammannati, uno de los arquitectos que más contribuyó a modificar el aspecto de la ciudad durante la segunda mitad del siglo XVI, este fantástico palacio en la esquina de la Piazza della Santissima Annunziata con la via dei Servi.
Aun con ser de lo más interesante, el tema de este encuentro cae un poco lejos de mis intereses. Me había propuesto evitar las distracciones ya que es raro el día que en esta ciudad no se convoca un acto al que merezca la pena asistir. Después de haberle dado no pocas vueltas ayer por la tarde finalmente decidí hacerlo. Un argumento decisivo ha sido el de saludar a una de las intervinientes, Diane Bodart, a quien no había vuelto a ver desde que la invité a participar en un encuentro en Barcelona el año 2006. Diane es una historiadora del arte francesa muy amiga de Diana Carrió-Invernizzi que enseña en la Columbia University después de haber hecho una fulgurante carrera académica. También porque entre el resto de los oradores se encuentran algunos de mis colegas de la VIT. De entre todos al que más me interesa escuchar era a Christian Kleinbud, un profesor de la Ohio State University que, aunque es especialista en Miguel Ángel, hoy tenía previsto confrontar las teorías de la pintura de Leonardo y Rafael.
Sin duda, lo más impactante del encuentro ha sido el pugilato entre los oradores, todos ellos alemanes y americanos, y un sector del público mayoritariamente italiano. Aunque no he reconocido a ninguno, parecían profesores de la universidad de Florencia o estudiosos locales. Tras cada intervención, empezaban a disparar sin piedad sus dardos que, sustancialmente, respondían siempre a la misma estrategia retórica: “lo que usted ha dicho es muy interesante, aunque en realidad no suponga una gran novedad ya que eso mismo fue escrito hace muchos años por…”, y a continuación dejaban caer la referencia bibliográfica más rebuscada que les venía a la cabeza con la esperanza de que el orador la ignorara. Así que el desconcierto se perfilaba en el rostro de los interpelados, sabían que había llegado el momento de hincar la puntilla. «Porque doy por supuesto que conoce usted este texto, ¿verdad?» Touché. Objetivo cumplido que no era otro que ridiculizar a esos presuntuosos extranjeros que se atreven a venir a Florencia a darnos lecciones sobre nuestro arte. Había oído hablar en diversas ocasiones del menosprecio que algunos estudiosos italianos profesan hacia los forasteros a los que acusas de fantasiosos y superficiales, pero hasta hoy no había tenido oportunidad de presenciar la contienda en directo.
En un momento determinado mi mirada se cruza con la de Jonathan Nelson que me saluda efusivamente. Esto es, arqueando las cejas. Mucho más de lo que ha hecho Alina para quien la única persona presente en la sala era Alessandro Nova.