Una de las ventajas de compartir residencia con estudiantes es que siempre hay alguien dispuesto a prestarte la bici. En mi caso, tengo donde elegir. Todo hay que decirlo: bicis bastante destartaladas. Claro que en esta ciudad no es fácil mantener una bicicleta en buen estado. En los últimos años el Comune ha pavimentado, siguiendo una vieja tradición local (al menos eso es lo que afirma) las calles del centro histórico con grandes adoquines de piedra volcánica. Hay que reconocer que el resultado es inmejorable. Pero, claro, esas son las calles en las que los turistas se hacen las fotos. Aquellas frecuentadas cotidianamente por los residentes están en su mayor parte surcadas por, grandes socavones que, por lo que he podido comprobar, los estudiantes de la AdeiP no siempre consiguen sortear. La peor de todas, me advierte Francesco, es la Via Venezia. “sembra come se sia stata bombardata la notte prima”. Por suerte no entra en el trayecto que tengo previsto esta mañana. Después de examinar el destartalado parque móvil me decanto por una de color amarillo chillón que nunca me atrevería a usar en Barcelona por miedo a ser reconocido.
Desciendo por la via Trieste hasta Vittorio Emmanuele II, tomo via Luigi Lanzi, en realidad un estrecho callejón, y cruzo la vía del tren (sí, aunque parezca increíble, Florencia sigue estando atravesada por una vía férrea que secciona sin piedad calles y barrios) en dirección a la Via XX Settembre que transcurre paralela al Mugnone, completamente seco en esta época del año. Al fondo diviso ya la gigantesca masa de la Fortezza da Basso. El recinto pentagonal de la fortezza acoge en la actualidad múltiples actividades. La más conocida es la feria de muestras, Firenze Fiera, Si bien durante siglos ha desempeñado funciones mucho menos amistosas. Por más que las guías locales se empeñen en afirmar que su construcción en una de las esquinas de las antiguas murallas fue ordenada por Alessandro de Médici para asegurarse el control de la ciudad, lo cierto es que fue una de las condiciones que el emperador Carlos V le impuso en 1532 a cambio de investirlo duque de Florencia. El emperador nunca ocultó sus objetivos: los Médici serían nombrados señores de Florencia pero los soldados españoles se encargarían de controlarlos desde la fortezza. El proyecto fue concebido por Antonio da Sangallo il Giovanne cuyo tío había diseñado, como ya hemos visto, la Fortezza de Livorno. Sin duda se trababa de una familia experta en este tipo de edificaciones a las que supieron dotar de una extraña elegancia habida cuenta de las funciones que debían desempeñar. Sin ir más lejos, el arquitecto proporcionó al acceso que miraba a la ciudad unos de los pórticos más armoniosos que todavía hoy pueden contemplarse en la misma.
Alessandro fue asesinado poco después de iniciar las obras por unos sicarios de su primo Lorenzino mientras yacía con mujer ajena (el libro es de referencia es, Stefano Dall’Aglio, L’Assassino dal Duca. Esilio e morte di Lorenzino de’ Medici,. Florencia, Leo Olschki, 2011/ Duke’s Assassin. Exile and Death of Lorenzino de’ Medici, Yale University Press, 2015). Su sucesor, Cosimo I empleó múltiples argucias para dejar de pagar la construcción. Si Carlos V quiere una fortaleza en Florencia que se la pague él mismo, debió pensar. Así que cuando llegó Eleonora en 1539 las obras estaban todavía lejos de ser completadas. El lugar por donde Eleonora hizo su primera entrada solemne en la ciudad, la Porta al Prato que ya mencioné también el jueves pasado, se encuentra a pocos metros de la fortezza. Hacia allí me dirijo. Estoy tan acostumbrado a ver esta zona de la ciudad rodeada de vallas por las interminables obras del tranvía que me cuesta imaginar cómo será la plaza que rodea la porta el día que esté definitivamente urbanizada.
Conocemos los detalles de esta entrada gracias a la descripción que hizo Pier Francesco Giambulari, un escritor al servicio de Cósimo, con el objetivo de enaltecer la figura de su señor (El título que puede encontrarse en internet es Apparato et feste nelle nozze dello Illustrissimo signor duca di Firenze et de la duchessa sua consorte, con le sue stanze, madrigali, comedia, et intermedi in quella recitati, Firenze, 1539). Según esta descripción, Eleonora había viajado desde Livorno a Pisa. Siguiendo una antigua tradición galante Cósimo la esperaba a mitad del trayecto para recibirla y acompañarla hasta los muros de la ciudad donde la multitud la aguardaba. En Pisa hizo una entrada solemne por la Porta al Mare. Algunos de los asistentes a la ceremonia abrieron los ojos como platos. La nueva duquesa vestía de forma escandalosa para las costumbres de las mujeres toscanas. !Dónde se han visto esos colores y esas joyas! Uno de ellos fue Pierfrancesco Riccio, un clérigo al servicio de Cósimo que tiempo después tendría un destacado protagonismo en la propia vida de Eleonora: entró en Pisa con un vestido de raso negro lleno de puntos de oro, escribió a un amigo que se encontraba en Florencia, que horas después cambió por otro de terciopelo color pavonazo (algo así como una combinación de rojo, violeta, púrpura, escarlata y cobalto), recamado de oro; iba adornada con una cofia también de oro y el collar de perlas que su marido le había regalado. Empezaba la primera de las revoluciones que Eleonora llevaría a su nueva ciudad.
Desde Pisa la pareja acompañada de una impresionante comitiva se trasladó a Poggio a Caiano, la villa ordenada construir por Lorenzo el Magnífico al arquitecto Giuliano da Sangallo (tío de Antonio da Sangallo il Giovanne) que con el tiempo se convertiría en uno de los lugares preferidos de Eleonora. Allí los nuevos esposos (recordad que se habían casado por poderes) esperaron, según Giambullari en la intimidad, a que estuvieran listos los preparativos para la entrada solemne en Florencia. Debía ser una entrada que pasara a los anales de las más impresionantes ceremonias públicas jamás organizadas.
Ante la porta al Prato había sido levantado un arco efímero (es decir, desmontable) presidido por una figura alegórica de la fecundidad y una gran inscripción en latín que resumía a la perfección lo que de ella se esperaba: «entra, entra en tu ciudad con los más afortunados auspicios, ¡Oh Leonor!, fértil y del mejor linaje. Produce una prole similar a tu padre en tu tierra nativa y a tu abuelo fuera y así garantiza la eterna seguridad del nombre de los Médici y sus más devotos ciudadanos”. En otras palabras, que su principal trabajo en los próximos años iba a ser el de traer hijos al mundo para garantizar la continuidad en el poder de la familia Médici y la estabilidad política de la ciudad. Por si el mensaje no le hubiera quedado suficientemente claro, un coro de veinticuatro putti fue descolgado desde lo alto del arco mientras repetía los mismos versos musicados por el compositor local Francesco Corteccia.
Espero tener ocasión de volver sobre la segunda parte de esta ceremonia que consistió en un gran cortejo por algunas de las principales vías de la ciudad y culminó con los fastuosos festejos en el Palazzo Medici que marcaron un hito en la historia cultural florentina. Por el momento tengo que darme prisa si quiero llegar a tiempo para la comida.
A media tarde llega a la Academia JHG, un profesor de derecho administrativo de la Universidad de Oviedo que tiene previsto permanecer el trimestre en el Instituto Universitario Europeo. Tomamos algo juntos. “La verdad es que el principal motivo por el que me encuentro aquí, me explica, es porque necesito mejorar mi currículum huérfano de estancias en el extranjero”. Me invade una sensación de tristeza.
Ya en la cena conozco a Giancarlo Polenghi. Tendrá algo más de cincuenta años pero viste con aire informal. De modales pausados y conversación reflexiva, medita cada una de las palabras antes de pronunciarlas cosa que hace, eso sí, con gran seguridad. Ha dirigido durante años una agencia de publicidad, me cuenta, pero lo que le gusta de verdad es el arte. Ahora es el director académico de la Firenze Sacred Art School un centro de reciente creación especializado en la enseñanza de la imaginería religiosa que tiene su sede en le pavoniere medicee (es decir, donde los Médicis guardaban sus pavos) en el parque de Le Cascine. ¡Quien podía imaginarse que en los tiempos que corren esta pudiera resultar una especialidad atractiva para jóvenes aprendices! Pero, por lo que me dice, las solicitudes les llevan de muy diversos países. Y también los encargos de obras aunque estos se circunscriben sobre todo a iglesias y conventos toscanos. ¡Hay que tener valor para dedicarse a la creación de imágenes sagradas en un lugar como Florencia! pienso. Es un buen conocedor de la ciudad por lo que aprovecho para asegurarme de el itinerario que he previsto realizar para llegar a la VIT es el más conveniente. Me confirma que así es. Me tranquiliza.