Buenas noticias. Cuando ayer noche consulté el correo poco antes de ir a dormir me encontré una comunicación del Ministerio de Educación del gobierno español con la resolución del programa de ayudas Salvador de Madariaga para realizar estancias de investigación en el extranjero. La había solicitado el pasado mes de abril y ya comenzaba a estar con la mosca tras la oreja por el retraso de la respuesta prevista para el mes de septiembre. Me han concedido la máxima cantidad que se podía solicitar. ¡Tengo motivos para estar contento! Sobre todo, porque tenía pocas esperanzas dado el elevado número de solicitudes que se presentaron. Y, además, temía que el comité que las adjudica repitiera lo que ya han hecho en otras ocasiones, esto es, que tratara de contentar a todos los solicitantes asignando unas cantidades irrisorias que apenas compensan el tiempo invertido en unos trámites que por mucho que ahora sean online, siguen siendo tan embarazosos como siempre. Así que hoy el café en el 206 me ha sabido mejor que nunca.
Sigo con mi rutina de los paseos sabatinos. Mi objetivo de hoy era explorar una parte de L’Oltrarno menos conocida. Como su nombre indica, L’Oltrarno es la zona de la ciudad situada más allá del Arno o al otro lado del Arno. Por supuesto, con respecto a la rivera en la que se encuentra la catedral y el palazzo de la Signoria en la que durante siglos se aglomeraba toda la población de Florencia. Fue hacia el siglo XII cuando la zona empezó a poblarse de ruidosos y en ocasiones malolientes talleres de múltiples oficios, muy especialmente de aquellos relacionados con la potente industria de la lana. Hoy día sigue conservando una alta concentración de pequeños talleres que no sólo se resisten a desaparecer, sino que, gracias a la llegada de entusiastas artesanos, muchos de ellos orientales, están cobrando nueva vida. No hace mucho me quedé boquiabierto ante la destreza de los jóvenes zapateros japoneses de Maninna, un pequeño negocio de calzado a medida cuyo precio no baja de los 300€ el par. Después de los artesanos llegaron los frailes rezagados que ya no encontraron espacio para instalarse en el lado bueno del río. Quizá para vengarse de su marginación levantaron algunas de las iglesias más monumentales de la ciudad: San Frediano, Il Carmine y, sobre todo, Santo Spirito. Tres conjuntos a los que espero poder dedicar algún día mayor atención. Finalmente llegaron los palacios señoriales. El primero y más ambicioso fue, ya en el siglo XV, el de los Pitti. Demasiado ambicioso para sus posibilidades. Se arruinaron sin poderlo concluir y no tuvieron más remedio que venderlo. ¿A quien? A Eleonora. Que, por cierto, tenía poco interés en el edificio pero mucho en los descomunales jardines situados a su espalda. También de ello espero hablaros otro día. Eleonora nunca llegó a vivir en el Palazzo Pitti pero a su muerte en 1562 Cósimo empezó a utilizarlo cada vez más. Para comunicarlo con el Palazzo Vecchio ordenó a su arquitecto favorito, Giorgio Vasari, la construcción de un pasillo aéreo que todavía hoy se conoce como el Corridoio Vasariano. Otro capítulo aparte. Pero, claro está, el corridoio era, como su nombre indica, un pasillo privado (eso sí, con magníficas vistas sobre el río). Hacía falta una avenida como Dios manda para que las carrozas pudieran desplazarse de un palacio a otro. Fue entonces cuando se abrió en el Oltrarno la via Maggio (durante tiempo la via Maggiore) como continuación del puente de Santa Trinita. La via se transformó pronto en la mayor concentración de palacios de la ciudad. El más llamativo de todos, el de Blanca Capello, la amante de Francesco de Médici, el primogénito de Eleonora.
Aunque topográficamente el Oltrarno comprende toda la franja de la ciudad entre los puentes Paolo Borsellino y Amerigo Vespucci, los florentinos lo identifican propiamente con la zona medieval, más o menos entre las puertas de San Niccolo y San Frediano. Irremisiblemente, la vida en esta zona de la ciudad, ha quedado alterada por el torrente de visitantes que atraviesa Ponte Vecchio para llegar hasta Palazzo Pitti y los florentinos, especialmente jóvenes, que a diario invaden los diminutos bares y restaurantes con desproporcionadas terrazas haciendo de la circulación, tanto a pie como rodada, un objetivo más que meritorio. Aunque la cuestión de L’Oltrarno, centrada en las últimas semanas en el aparcamiento salvaje de vehículos, ocupa con frecuencia las páginas de la prensa local, no hay ningún indicio de que el Comune vaya a dar con la solución que ponga orden en un espacio con tantos intereses en conflicto. Es lo que ocurre con los barrios cool. En Barcelona lo hemos vivido recientemente con el del Born. Pero allí sí que han encontrado la solución: expulsar a los habitantes de toda la vida para acomodar a turistas, compradores y juerguistas nocturnos. Ójala que no cunda el ejemplo. Aunque, desgraciadamente, todo apunta que aquí se va en la misma dirección.

Piazza di Cestello
Mi recorrido comienza en la Piazza di Cestello situada a la espalda de la iglesia de San Frediano (su nombre completo es San Frediano in Cestello). Me detengo a examinar la cartelera del pequeño teatro que preside el recinto en el que se representa una obra distinta cada día. La relación de Florencia con la escena es otro capitulo que merecerá una entrada aparte. A pesar de la enorme cantidad de teatros de que dispone la ciudad uno tiene la impresión de que resultan insuficientes para tantas obras como aspiran a ser representadas. Hago un intento de entrar en la iglesia de San Frediano. Nada, cerrada como siempre. No importa demasiado. Prefiero callejear. Me interesa más el Borgo de San Frediano con sus edificios ocres de tres plantas muy similares a los del Borgo Pinti. En realidad, son dos calles muy similares ya que si aquella es el antiguo camino de Fiesole, ésta conecta directamente con la via pisana que arranca al otro lado de la puerta de San Frediano. A la altura de la piazza Santo Spirito me entra una llamada de Francesca Regni desde Barcelona. Hace mucho tiempo que no hablamos.

Borgo San Frediano
– “ ¡Joan (ella siempre me llama así) hace mucho que no sé de ti! ¿Cómo es que no me explicas nada de tu aventura en Florencia? empieza preguntando
En realidad, el motivo de la llamada es para pedirme la opinión sobre la oferta que le acaba de llegar para escribir un libro de encargo. Me resulta una historia extraña. Alguien que desea que escriban su biografía pero, eso sí, proporcionando la información y controlando el contenido.
– “Ves con cuidado donde te metes. Yo me lo pensaría dos veces”, es mi consejo.
Francesca es una de las personas más luchadoras que nunca he conocido. A fuerza de tesón se está abriendo camino en un mundo cultural como el de Barcelona que no siempre resulta tan abierto como algunos pregonan. Me promete una visita, pero sé que con tantos asuntos como lleva entre manos eso será más que improbable. Se lo agradezco de todos modos.

Palazzo Guicciardini
La conversación se prolonga mientras sigo caminando. Cuando quiero darme cuenta me he metido en el dédalo de callejuelas que se encuentran al final de via de Santo Spirito. Frente a mi se encuentra el Palazzo Guicciardini . Me acuerdo de Fernando Sánchez Marcos que ha sido durante años mi mentor en la universidad y a quien tanto debo. Fernando está dirigiendo la tesis doctoral de Montse Moragues sobre la influencia de Francesco Guicciardini en los historiadores europeos del Reancimiento. En las últimas semanas me ha pedido que le escaneara algunos capítulos de libros que se encuentran en la Biblioteca Berenson. Así que decido tomar una fotografía del edificio (o de lo que queda de él) y mandársela por WhatsApp. Aunque por razones distintas, ambos compartimos el interés por el personaje. A él le interesa el autor de la Storia d’Italia, a mí el político que tuvo una intervención directa en la elección de Cósimo I y su posterior matrimonio con Eleonora.
Francesco Guicciardini nació en Florencia el 6 de marzo de 1483. Ignoro si en el edificio que acabo de fotografiar. Por tradición familiar estaba destinado a implicarse hasta las cejas en la vida política de la ciudad. Su padrino de bautismo fue nada menos que el filósofo Marsilio Ficino uno de los grandes animadores de la Academia platónica florentina auspiciada por los Médici. Destinado por su padre a la carrera de leyes estudió con los mejores maestros, primero en Ferrerara y más tarde en Padua. De regreso en Florencia en 1505 empezó a enseñar en en Studium Generale, al parecer con notable éxito entre los estudiantes, y a ejercer la abogacía. Empezó a dar muestras de tener criterio propio. Contra la voluntad paterna se casó en secreto con Maria Salviati (nada que ver con la madre de Cósimo). Eran los años del gobierno republicano dirigido por Pier Soderini que una década antes había desalojado a los Médici del poder. Pronto despertó su vocación literaria. Comenzó a escribir unas Memorie di Famiglia que le llevó a reflexionar sobre las causas de la turbulenta historia de su ciudad. Poco después llegará la primera versión de sus Storie Fiorentine. Recibe los primeros encargos públicos. En 1511 es enviado como embajador a la corte del rey Fernando el Católico con la dificil misión de mantener la ciudad al margen de las guerras por el dominio de Italia. Toma notas de lo que ve que utilizará para redactar su Diario del Viaggio in Spagna. Lo leí mientras hacía la tesis doctoral. Sus observaciones sobre las ciudades por las que pasaba, atentas a detalles que a primera vista podrían parecer nimios, nunca dejaban de llamarme la atención. Agudo observador de las artes de gobierno aplicadas por el rey Fernanndo, quedó impresionado sobre todo por su capacidad para la disimulación.
Estando en Burgos en septiembre de 1512 le llega la noticia de la caida de Soderini y el regreso al poder de los Médici. Decide regresar rápidamente a Florencia. A pesar de sus buenas relaciones con el nuevo régimen, no se acaba de fiar. Hubiera preferido una restauración del viejo modelo republicano controlado por los notables (los ottimati) antes que una especie de principado en manos de una sola familia. Aún así decide colaborar y entra a formar parte de la Balia Ristretta, el selecto grupo de asesores de los Médici. Giovanni, el hijo de Lorenzo el Magnífico que ha sido elegido papa con el nombre de León X, que es quien en realidad mueve los hilos desde Roma, le nombra abogado de la Signoria. Entonces escribe un tratado, Del modo di assicurare lo Stato ai Medici, cuyo título resulta engañoso: en realidad es una alerta sobre los riesgos de la excesiva concentración del poder. Demasiados matices para tiempos tan convulsos. Aun así, el papa se fía de él. En 1516 comienza su etapa como agente pontificio en diversas ciudades del Estado de la Iglesia, descontentas con la autoridad de Roma. Módena y Reggio Emilia son las dos principales. Es un hombre de orden a quien no le tiembla el pulso cuando se trata de actuar con contundencia. En 1519 se pone a las órdenes de su nuevo patrón, el cardenal Giulio de Médici. Quiere regresar a Florencia. Hace tres años que no ve a su familia. Todas sus hijas han nacido en su ausencia. Obtiene la autorización. Por fin algo de tiempo libre que consagra a la escritura del Dialogo del reggimento di Firenze.
Tras la muerte del papa León X y el breve pontificado de Adriano de Utrecht, el antiguo preceptor del emperador Carlos V muy poco proclive a los intereses florentinos, accede al solio pontificio el cardenal Giulio de Médici que toma el nombre de Clemente VII. Buenas noticias para Guicciardini. Y nuevos encargos al servicio de la Iglesia: es nombrado gobernador de la región de Romaña. Un avispero provocado por las luchas entre guelfos (partidarios del emperador) y gibelinos (partidarios de la Iglesia). No le queda otro remedio que intervenir en el agrio conflicto que enfrenta a Carlos V con el rey de Francia Francisco I por el control del ducado de Milán. En 1525 estando en Faenza le llega la noticia de la aplastante victoria del primero sobre el segundo en el campo de Pavia. El rey francés es hecho prisionero y enviado a Madrid. Guicciardini tiembla ante la perspectiva de un aplastante dominio de los españoles en Italia. Intercambia cartas con su íntimo amigo Nicolás Maquiavelo. ¿Qué hacer para proteger Florencia del huracán que se avecina? El papa tiene que plantar cara al emperador, escribe. Viaja a Roma para ayudarle a organizar una liga que evite el control del ducado de Milán por los españoles. Clemente VII lo nombra su lugarteniente general y lo envía a dirigir la defensa de la capital de la Lombardía. Pero Guiciardini no es un militar. Al frente de las tropas situa al capitano Giovanni de Medici más conocido por el distintivo de sus soldados: Giovanni delle Bande Nere. Es lo que se conocía como un soldado de fortuna con ejército propio. Un mercenario al servió del mejor postor. Imprescindible la película de Ermanno Olmi Il mestiere delle armi. Nunca la cara bélica del Renacimiento Italiano ha sido expuesta con tanta espectacularidad, crudeza y poesía.
Giovanni delle Bande Nere cae en el campo de batalla y los soldados alemanes del emperador, los lansquenetes, inician su marcha triunfal sobre Roma. Guicciardini está desolado. Busca el consuelo de Maquiavelo. Florencia será arrasada, piensa. Pero no fue así. El objetivo de las tropas de Carlos es Roma y optan por no distraerse en su camino. Ello no evita la sublevación de los florentinos contra los Médici que los han conducido a un callejón sin salida. El 4 de mayo de 1527 comienza el horrible saqueo de Roma por parte de las tropas imperiales. El papa se ve obligado a refugiarse en la fortaleza de Castel Sant’Angelo para salvar la vida. Diez días después un tumulto popular expulsa nuevamente a los Médici de Florencia. Pero Guicciardini sabe nadar en aguas turbulentas. A pesar de ser públicamente conocido como “amico de’ Medici”, entabla buenas relaciones con los dirigentes de la nueva república si bien no todos lo ven con buenos ojos y es obligado a ofrecer el préstamo forzoso de una cantidad elevada. Decide pasar a segundo plano y se retira en la villa que ha adquirido en Santa Margherita a Montici en las afueras de la ciudad. Trabaja en la continuación de su Storia Fiorentina. Un hito en la forma de escribir sobre el pasado que, como cada año explico a mis estudiantes, convierte a Guicciardini en el padre de la historiografía moderna. A diferencia de lo que habían hecho sus predecesores humanistas, acude directamente a los documentos conservados en los archivos y los examina con ojo crítico. La historia no podía seguir siendo un género literario pasado por el tamiz de la retórica.

Giovanni Stradano. asedio de Florencia. Palazzo Vecchio
No sólo escribe sobre el pasado, sino que también extrae conclusiones sobre el presente: se han cumplido los más oscuros presagios sobre el riesgo de poner todos los huevos en el mismo cesto. Decide apoyar al sector más moderado de la nueva república encabezado por Niccolo Capponi con quien ha llegado a un pacto sellado con el matrimonio de sus respectivos hijos. Por su parte, el papa alcanza un acuerdo con Carlos V que se firma en Barcelona el 29 de junio de 1529: Carlos será coronado emperador por el pontífice en Bolonia a cambio de lo cual se compromete a colaborar en la restauración de los Médici en Florencia. Cunde el pánico en la ciudad y el gobierno cae en manos de los republicanos radicales. Guicciardini es declarado un proscrito y sus bienes son incautados. Tiene que huir. Las tropas del emperador con el apoyo papal asedian la ciudad. Meses terribles en los que el hambre y las enfermedades se llevan por delante gran parte de su publación. Michelangelo Buonarroti, que además de esculpir y pintar sabe construir murallas, se encarga de organizar las defensas. El asedio quedará grabado de forma indeleble en la memoria de los florentinos. Años más tarde Giovanni Stradano pintará en el Palazzo Vecchio un espectacular mural de las operaciones militares. Merece la pena detenerse ante él y observar los detalles a pesar de que la altura a la que se encuentra no lo pone fácil. Florencia, exahusta, capitula el 12 de agosto de 1530. Miguel Ángel jura que nunca regresará mientras gobiernen los Médici. Murió en el exilio romano. Guicciardini se cruza con el artista recorriendo el mismo camino en dirección inversa.
A pesar de las dudas sobre el gobierno de los Médici, el papa sigue confiando en él. Dirige la cruenta represión de los republicanos radicales y se pone al servicio de Alessandro de Médici al que muchos consideran un hijo ilegítimo del propio pontífice. Carlos nombra a Alessandro I duque de Florencia y le ofrece la mano de Margarita, su hija ilegítima. Guicciardini se encuentra de nuevo en el eje del poder. Pero la situación dista mucho de estar estabilizada. El 5 de enero de 1537 Alessandro es asesinado mientras yacía con una mujer en lecho ajeno. No ha dejado descendecia. Hay que tomar una decisión rápida si se desea evitar el caos. Los republicanos exiliados (conocidos como los fuoriusciti), aguardan su oportunidad. Guicciardini duda. Le gustaría regresar a una república moderada controlada por los ottimatti (las familias oligárquicas) pero no hay tiempo para negociar. Así que opta por apoyar la candidatura del hijo de Giovanni delle Bande Nere, un joven de 17 años que ha vivido siempre lejos de la ciudad y lo ignora todo sobre los endiablados entresijos del gobierno florentino. Guicciardini está convencido de que le resultará sencillo controlarlo. Claro está, apenas conocía a Cósimo. Ni a su madre, Maria Salviati (que lleva el mismo nombre de su esposa) convencida de que sólo el alejamiento de la vieja guardia permitirá la consolidación de su hijo en el cargo. Necesitó pocos días para percatarse de que comenzaba un tiempo nuevo. En los meses siguientes recibió diversos nombramientos honoríficos sin responsabilidad directa. Lo estaban alejando del poder efectivo. Claro que siempre le quedaba la esperanza de que un “matrimonio español” del joven duque le abriera de nuevo las puertas. Apoyó decididamente la opción de Eleonora. Vana esperanza. Apartado de la primera línea decidió consagrar los días que le quedaban a la redacción de su Storia d’Italia. La llegada de los extranjeros era la causa principal de la decadencia italiana, argumentó. No excluía a los españoles.
La muerte le visitó el 22 de mayo de 1540. Fue enterrado en la Iglesia de Santa Felicitasituada a escasos metros de su residencia y del punto donde me encuentro. Allí me dirijo. Confío que aún esté abierta. Sentado frente a la lápida de mármol gris y blanco amarilleado por el paso del tiempo, acabo de tomar las últimas notas para redactar esta entrada. Francesco Guicciardini supo compaginar la pasión política a la que sacrificó su vida personal con una intensa actividad intelectual. Observaba, reflexionada y escribía. Y volvía una y otra vez sobre sus escritos para seguir reflexionando. Algunos los retoma muchos años después de haberlos comenzado. Yo escribo cada noche sin apenas margen de perspectiva. Todo demasiado precipitado. No sé si estoy haciendo bien.