Lo cierto es que no tenía gran interés en asistir a la conferencia de inauguración de curso en el Instituto Universitario Europeo que hoy impartía Giovanni Levi. No seré yo quien cuestione la importancia de su libro La herencia inmaterial que marcó un hito en la corriente de la microhistoria, tan en boga hace ya algunas décadas. Pero tuve ocasión de escucharlo en Barcelona con motivo de uno de los congresos de Historia de Cataluña que organiza mi departamento y me resultó de lo más molesta su visión maniquea y el modo como ridiculizaba a todos los que no pensaban como él. Aunque sentía el menor deseo de repetir la experiencia, como Cloe Cavero me ha enviado varios correos los últimos días animándome y, además, era la ocasión de saludar a Bartolomé Yun Casalilla, finalmente he decidido hacerlo.
El acto ha constado de dos partes: tras una presentación del director del departamento y la conferencia titulada Une histoire de l’histoire culturelle, la segunda, la más interesante para mí, ha sido la exposición por parte de los estudiantes recién llegados, de su proyecto de investigación. Algo parecido a lo que hicimos el jueves pasado en la VIT pero más breve y con menos solemnidad.
El EUI (European University Institute por sus siglas en inglés) o la Università Europea como la llaman los florentinos es, básicamente, una escuela de doctorado en el campo de las humanidades. Su creación fue el resultado de un acuerdo entre los países de la Unión Europea para promover la reflexión conjunta sobre la realidad del viejo continente. Aquí acuden para desarrollar sus investigaciones profesores y estudiantes que han superado un estricto (y a mi juicio bastante oscuro) proceso de selección. El marco, aunque incómodo y laberíntico como suele ocurrir en todos los edificios adaptados, no podría ser más adecuado: una vieja abadía situada a media altura de la colina de Fiesole con unas impagables vistas sobre Florencia. El edificio conoció sus momentos de máximo esplendor durante las décadas de 1450 y 1460 en las que, gracias al impulso de Cósimo il Vecchio, el verdadero fundador de la dinastía de los Médici, fue transformado en un locus amoenus para deleite de los humanistas que allí se reunieron. (El libro de referencia es The Badia Fiesolana. Agustinian and Academic locus amoenus in the florentine hills, editado por Angela Dressen y Klaus Pietschmann).
Visité por primera vez este lugar en 1997 gracias a una ayuda de ampliación de estudios que me concedió el gobierno de Cataluña. Mi interés por aquél entonces era comparar el papel que habían tenido los juristas en los debates políticos en Cataluña y Nápoles que condujeron a las revueltas contra el rey de España en la década de 1640 de las que hablé ayer. Nunca llegué a entender por qué me asignaron un tutor, Gérard Delille, especialista en historia agraria. El caso es que cuando me presenté el primer día y le expuse mis intenciones me respondió que me había equivocado de lugar y me aconsejó que me fuera a Nápoles y hablara con Giovanni Muto. Reconozco que en ese momento el consejo me molestó bastante, pero con la perspectiva del tiempo, debo aceptar que nunca le estaré suficientemente agradecido por habérmelo dado. Aun así, al menos una vez al mes visitaba el EUI para participar en algunos de los seminarios que se organizaban y, sobre todo, para obtener el certificado de asistencia que me permitiera recibir la ayuda. Desde entonces, he vuelto en otras muchas ocasiones. Lo acepto: siempre he sentido envidia (ignoro si sana o malsana) de los profesores y, sobre todo, de los estudiantes que tienen la oportunidad de pasar aquí cuatro años dedicados exclusivamente a su investigación doctoral. Seguramente, en la raíz de esta envidia se encuentra el hecho de que yo tuve que hacer mi doctorado durante los fines de semanas y las vacaciones compaginándolo con una agotadora dedicación a una escuela de enseñanza secundaria que exprimía todas mis energías. Todo ello no quita que, la experiencia de trabajar en este lugar, me plantee no pocas dudas. Hoy las he vuelto a sentir cuando, tras finalizar el acto académico, he departido informalmente con algunos profesores y estudiantes. Todos ellos comparten el orgullo de poder trabajar en un lugar privilegiado lo que les lleva también a mirar por encima del hombro al resto de la humanidad. Ignoro hasta qué punto se dan cuenta de que, en cierto sentido, viven aislados de un mundo que no siempre es el locus amoenus de la badia fiesolana.