Esta tarde tenía previsto visitar la villa de Poggio a Caiano con Maria Cardoso que lleva días insistiéndome para que la acompañe. Luego ha resultado que su interés tampoco era tanto así que sobre la marcha me ha propuesto cambiar el plan por una cena en el Valle dei Cedri, un restaurante libanés en el Borgo di Santa Croce.
Además de María, ha asistido también Blanca González Talavera y John Christopoulos . Diría que ha sido Blanca quien ha tenido la peregrina idea de optar por la comida libanesa que, además, ha resultado que de libanesa tenía poco. Eso sí, hemos acompañado los platillos de Baba Ghanoush, Labneh, Mutabbel, Pastirma, Shanklish y Shawana con unos buenos vasos de pastis (sugerencia de John) que han producido un efecto inmediato en nuestra locuacidad.
Cuando entro en el restaurante tan sólo ha llegado John. Para romper el hielo, le pregunto por su familia. Me cuenta que se casó hace apenas un año y están esperando ya el primer hijo. Su esposa se ha quedado en Toronto con su madre. Él tiene previsto viajar en Navidad y quedarse hasta el parto tras lo cual regresará con toda la familia. No me queda claro si eso incluye a su suegra, pero por el tono de su voz intuyo que sí. Me confirmo en la idea de que algunos de los investigadores más jóvenes de la VIT están dispuestos a realizar los sacrificios que sean necesarios con tal de no dejar pasar esta oportunidad. Son conscientes de que esta línea en su currículum puede resultar decisiva para impulsar su carrera.
Al cabo de poco llegan las mujeres. Sin duda alguna, la animadora principal de la velada es María. Enseña en la Universidade Federal Fluminense de Rio de Janeiro y llegó a la VIT hace un par de semanas. Me la presentó Jonathan Nelson a la hora del té.
–«Es una investigadora asociada como tú» recuerdo que me dijo, quizá con la intención de fortalecer nuestro espíritu de cuerpo ya que los asociados formamos un grupo reducido en el conjunto de los investigadores de la VIT. A Jonathan le gusta agruparnos por categorías. Cada una con sus prerrogativas y obligaciones propias.
Desde el primer momento, me llamó la atención la desenvoltura de María. A diferencia de lo que suelo hacer yo, que me muevo en la VIT pidiendo permiso para todo, ella trata a Jonathan con un cierto tono de exigencia. Está claro que cada uno es fruto de su propio pasado. María pertenece a una generación que considera la posibilidad de vivir en una ciudad como Florencia y trabajar en un centro como la Villa I Tatti como un mérito propio. Una generación que ha disfrutado de unas posibilidades impensables para la mía. Yo hice mi tesis doctoral durante las vacaciones, los fines de semana y algunas horas robadas al final del día, tras una inacabable jornada laboral en un centro de enseñanza secundaria. Si por aquellos años alguien me hubiera dicho que ahora estaría aquí, lo hubiera tomado a broma. Ella se ha podido beneficiar de la bonanza económica que durante los últimos años ha vivido su país, encadenado becas y ayudas que le han permitido viajar por medio mundo. Cuando me explicó que tiene dos hijas que ahora viven en Holanda con su padre, del que está separada, y a las que apenas puede ver, el rostro se le nubló. Volví a pensar en cuan engañosas pueden las primeras impresiones. No siempre detrás de una carrera académica exitosa se esconde una existencia feliz. «El éxito es la suma de los malos entendidos que se reúnen alrededor de una persona», escribió Rainer Maria Rilke.
Durante la cena, María nos ha hecho reír de nuevo narrándonos sus encuentros con los jabalíes que merodean por los alrededores de la VIT. Por lo visto, al llegar le asignaron una pequeña casita situada al otro lado de los viñedos. Un lugar bucólico, pero aislado. Cuando la primera noche regresaba del trabajo en la biblioteca descubrió con pavor que sus principales vecinos eran una manada de jabalíes que aprovechaban la oscuridad para procurarse el sustento. De nada sirvieron los argumentos de Susan Bates asegurándole que se trataba de animalitos inofensivos. No paró hasta que consiguió que le cambiaran de casa. Ahora reside en la que inicialmente ocupaba Marco Rosario Nobile, un profesor de historia de la arquitectura de la Universidad de Pelermo que tras dejarse ver a principios de septiembre, ha desaparecido sin dejar rastro. Al parecer, María no ha vuelto a encontrarse con sus peludos vecinos, pero sigue tan obsesionada con sus gruñidos sigue oyéndolos detrás de cada matorral.
–«Eso te ocurre por vivir en el campo», le respondemos al unísono y entre carcajadas el resto de los comensales.
- Villa II Castello
- II Trebbio
La conversación deriva en un animado debate sobre las bondades e inconvenientes de la vida in campagna. Un debate que Eleonora zanjó sin miramientos. A pesar de todos los esfuerzos invertidos en acondicionar el Palazzo Vecchio , apenas residió en él. Odiaba la ciudad. Y, además, a diferencia de María, no tenía miedo de los jabalíes. Tuvo claro que prefería el campo y las actividades al aire libre antes que las estrecheces de un edificio que, por suntuoso que llegara a ser, estaba siempre envuelto con andamios y abarrotado de albañiles y pintores. Quizá por ello, gran parte de su tiempo transcurrió en las diversas villas propiedad de los Médici. Su preferida fue, sin duda, la de Poggio a Caiano (¡no me extraña!), aunque pasó también temporadas en las del Castello Il Trebbio, Cafaggiolo, Fiesole e, incluso, en Seravezza, situada en un inaccesible paraje en el extremo norte de la Toscana, muy cerca de las famosas canteras de mármol de Carrara. Ya a finales del siglo, el pintor Giusto Utens (que como buen flamenco dominaba a la perfección el arte de la perspectiva y el detalle) pintó una espectacular serie de lunetas de todas las villas mediceas para decorar una de las salas de la villa de Artimino.
Los motivos por los que Cósimo y Eleonora optaron por un estilo de vida itinerante y campestre no están del todo claros. Hay quien ha señalado la obsesión del duque por la seguridad personal. No hay que olvidar que su predecesor había sido asesinado y que él mismo fue objeto de diversos atentados. Las constantes conspiraciones de los fuoriusciti y los piagnoni, (los partidarios de Savonarola), por mencionar tan solo a algunos de sus múltiples enemigos, no hacían de Florencia la ciudad más segura del mundo. Eleonora se contagió de este temor. Por lo que pudiera pasar, decidió no despegarse de Cósimo. Una de las pocas ocasiones en que tuvo que hacerlo, en contra de su voluntad, fue en la primavera de 1543 cuando aquél viajó a Génova para entrevistarse con el emeperador. «Me duelo de mi fortuna porque me veo en peligro al estar sin vos en una ciudad enemiga de los españoles y de este sisterma de gobierno» le escribió en una carta fechada el 26 de mayo. Pero cuesta creer que las villas en medio del campo u otras ciudades como Livorno, Arezzo, Pistoia, Volterra, Cortona y, sobre todo, Pisa, en la que Cósimo y Eleonora pasaron largas temporadas, fueran mucho más seguras.
- Cafaggiolo
- Seravezza
Un argumento de tanto peso como el de la seguridad personal, fue el de la defensa del territorio. Cósimo había heredado un estado rodeado de enemigos: al sur la República de Siena, con la que acabaría librando una cruenta guerra, al noreste los estados de la Iglesia, gobernados por un papa, Paulo III Farnese, que odiaba a los Médici, y en la costa, la presencia siempre amenazante de los corsarios berberiscos. Era difícil sentirse seguro en esas circunstancias. Así que el duque decidió proteger su territorio levantando una cadena de fortalezas cuya construcción supervisó personalmente lo que le obligó a desplazarse constantemente de un lado para otro. Estos desplazamientos le ofrecieron la oportunidad de dejarse ver (y de mostrar a Eleonora) entre sus súbditos, una necesidad de primer orden en una época en la que la presencia física del gobernante era considerada imprescindible para mantener su autoridad. En esto contaban con el ejemplo del emperador Carlos V que por esos mismos años llevó una vida itinerante en unos dominios mucho más extensos.
Este estilo de vida, siempre de aquí para allá, ha sido una auténtica bendición para los historiadores. Ello se debe al particular modo como se organizaban las cosas. El esquema básico consistía en que cuando Cósimo y Eleonora estaban fuera de Florencia, dejaban al frente de la gestión de los asuntos a Pierfrancesco Riccio, un clérigo de la máxima confianza del duque ya que había sido su tutor en la infancia. Riccio fue el hombre más poderoso de la Toscana después de Cósimo. A Eleonora nunca le cayó bien ya que, pensaba, se metía donde no le llamaban y se tomaba demasiadas libertades.
Una de las misiones principales de Riccio consistía en proveer a la familia ducal, donde fuera que se encontrase, de todo lo necesario: alimentos, ropa, enseres personales, mobiliario, útiles domésticos, medicinas, libros o documentos. Este sistema podía funcionar porque prácticamenter cualquier punto de la Toscana de la época (que todavía no incluía el territorio de Siena) se podía alcanzar desde Florencia en una jornada de caballo. En el séquito ducal viajaba siempre un equipo de secretarios que casi a diario escribía a Riccio para relatarle las vicisitudes de la jornada y hacerle las más variadas peticiones. En el Archivio di Stato, se conservan centenares de estas cartas enviadas por algunos de ellos como Pietro Camaiani, Mariotto Cecchi, Vincenzo Ferrini, Ugolino Grifoni, Tommasso di Iacopo de’ Mecdici (que fue también el administrador de los bienes personales de Eleonora) y, sobre todo, los Pagni, Lorenzo y su sobrino Cristiano. Gracias a ellas podemos meternos hasta la cocina y casi a las puertas de la alcoba ducal.

Mapa de las principales villas mediceas
Aún siendo un motivo de entidad, la búsqueda de la seguridad no explica por sí sóla la elección de este estilo de vida. Sobre todo, no explica que Eleonora (recordémoslo, permanentemente embarazada) y, cada vez más, sus hijos (en ocasiones, todavía muy pequeños), le acompañaran siempre en unos desplazamientos incómodos y, en ocasiones, peligrosos. Estos viajes ofrecían también la oportunidad para desplegar una actividad marcada por el contacto con la naturaleza y la práctica de la caza, el deporte por excelencia de las élites de la época. La pasión de Cósimo por la caza venía de lejos. Antes de ser designado duque de Florencia había sido su actividad principal en la villa de Il Trebbio. ¿También la de Eleonora? No dispongo de una respuesta a esta pregunta pero, seguramente, llegó se Nápoles siendo ya una avezada cazadora. Y, de lo que no hay duda, es de que acabó disfrutando de ella casi tanto como su marido. En los últimos años, algunos historiadores bajo el influjo de los antropólogos (¡siempre los antropólogos!) se han empeñado en hacer una lectura en clave simbólica de esta actividad. Como si la caza fuera el cumplimiento de un obligado ritual de clase. Con ello han perdido de vista que, al parecer, abatir un buen jabalí proporcionaba un placer inenarrable.
Tan sólo algunos ejemplos tomados de las cartas de los secretarios en los primeros años de su matrimonio:
25 de enero de 1542. Ugolino Grifoni desde Pisa: «A pesar del viento, su Excelencia ha ido junto con la duquesa a cazar a San Rossore (en la desembocadura Del Río Arno) donde han capturado siete jabalíes uno de los cuales era grandísimo y bestial»
20 de marzo de 1545. Lorenzo Pagni desde Leceto: «hoy sus Excelencias (Cósimo y Eleonora) han hecho una bonota caza y matado muchas fieras»
27 de octubre de 1545. Vincenzo Ferrini desde Poggio a Caiano: «hemos estado todo el día contentos y alegres ya que sus Excelencias (Cósimo y Eleonora) han ido a cazar, de lo que han tenido un grandísimo placer»
4 de noviembre de 1545. Cristiano Pagni desde Poggio a Caiano: «ayer nuestros Señores (Cósimo y Eleonora) fueron a cazar y hoy se han dedicado al placer de jugar a la pelota. Si este tiempo se mantiene, aquí estamos como en el paraíso»
Un paraíso que para ellos estaba en el campo. Nunca en la ciudad.