Miércoles de ceniza. Entrevista a las 10 de la mañana con Giuseppe Parigino en el Archivio di Stato.
—«Puedes llegar cuando quieras» me había advertido. «Estaré trabajando en una de las mesas próximas a la entrada».
Llego con antelación, así que decido revisar algunas notas y preparar la conversación mientras tomo un café en el Goal Bar, un local elegante con aspecto de venido a menos, situado en la piazza Beccaria. Tiene una pretenciosa barra semicircular, de esas que nunca sabes donde ponerte para conseguir que el camarero te atienda. No encuentro el punto. Recuerdo haber estado aquí en alguna ocasión anterior, hace ya tiempo, cuando era la cafetería del cine Astra 2 que ahora se encuentra cerrado. El destino de tantas salas.
Visto desde fuera, el edificio del Archivio di Stato tiene un aspecto imponente. Pero, eso sí, sin relación alguna con su contenido. ¡Qué le vamos a hacer! Es la moda que se ha impuesto en los últimos años en los que las consideraciones funcionales han borrado cualquier traza de la actividad que en estos lugares se realiza. Podría ser perfectamente la sede de un banco o la central una empresa farmacéutica. Nadie diría que en su interior se conserva uno de los depósitos de documentos históricos más importantes del mundo. Vaya, algo parecido a lo que ocurre con el Archivo de La Corona de Aragón de Barcelona. Doy gracias por haber tenido la fortuna de pasar muchas horas en el viejo edificio ideado como palacio de los virreyes de Catalunya, entre la catedral y la plaza del rey, donde se encontraba antes de su traslado a la anodina sede actual. No dudo de que fuera un lugar de lo más inadecuado para los documentos, que, por otro lado, habían residido en él sin protestar durante casi setecientos años, pero era un lugar único que sólo con pisarlo te transportaba en el tiempo. Nada de eso ocurre aquí. Y es una lástima, porque hasta finales de los años 80 del siglo pasado gran parte de estos documentos, al menos los generados por la dinastía Médici, estaban donde tenían que estar: en la Galleria de los Uffizi que, entre otras cosas, fue ordenada por Cósimo I para almacenarlos. Pero, claro está, hacía falta más espacio para meter cuadros o, quizá, para meter turistas a los que los cuadros les traen sin cuidado pero que pagan su buena entrada; así que los documentos fueron desahuciados. Las inundaciones de 1967 con sus trágicas consecuencias (¿por qué peligraban los documentos y no las pinturas?) fue la excusa ideal para hacerlo. El emplazamiento elegido para realojarlos estaba ocupado por la Casa della Gioventù Italiana del Littorio, uno de los edificios más emblemáticos de la arquitectura fascista. Y ¿quién tiene interés en conservar edificios de tan infausto recuerdo? Desde luego, no los dirigentes del partido comunista que entonces gobernaba en la ciudad. Así que en un plis plas, la antigua casa de de la juventud fue demolida para dejar paso al nuevo archivo. Ahora ya es demasiado tarde para lamentarlo. Es lo que tienen las decisiones políticamente correctas adoptadas por gobernantes ignorantes. El edificio más representativo de la arquitectura racionalista que tenía la ciudad dio paso a una mona de pascua a la que sólo le falta el huevo de chocolate en la azotea. Ignoro si los documentos se encuentran a gusto en su nueva casa. Lo ignoro porque la fiebre de la digitalización está haciendo que cada vez resulte más difícil verlos y dialogar con ellos. De lo que estoy completamente seguro es de que no lo están los investigadores procedentes de todo el mundo que cada día tienen que pasar un montón de horas en un espacio que sería idóneo para almacenar cajas de detergente. Sí, ya sé que puedo parecer muy extremado con mis opiniones pero creedme: subid desde la planta baja a la sala de consulta por las rampas forradas de linóleo grumoso y medio desprendido y me daréis la razón.

Antes de llegar al puesto donde un funcionario con cara de aburrido controla los carnets de entrada, veo a Giuseppe a través de las cristaleras. Me hace señas de que le espere. Nos dirigimos a la sala de descanso donde se encuentra la máquina de café y las taquillas, la mitad de ellas inutilizadas, en las que los investigadores deben depositar sus pertenencias antes de acceder al sancta sanctorum. Giuseppe es un hombre corpulento y serio, de mediana edad (si es que decir eso significa algo), con abundante cabellera peinada hacia la nuca y una perilla blanca, casi transparente, de esas que no percibes en el primer encuentro. Me recibe con tanta cordialidad como parquedad de palabras. Indudablemente, está a la expectativa. He hecho bien en preparar la conversación, pienso, porque resulta manifiesto que me va a tocar llevar todo el peso de la misma. Le pregunto, para romper el fuego, por su trabajo en la universidad. Aunque sé la respuesta de antemano. Es la misma en casi todos mis colegas italianos. Se lamenta de tener que vivir en una ciudad y trabajar en otra. Aunque en su caso se trata de Siena que no solamente es un lugar envidiable sino que, además, se encuentra apenas a una hora en tren de Florencia. Le explico los motivos que me han traído hasta aquí. No consigo impresionarle. Mas bien al contrario, deduzco de su mirada. Quizá es de los que no les gusta que otros vengan a cultivar lo que consideran su parcela, pienso. Opto por motivarle tratando de ofrecerle algo que pueda ser de su interés, así que saco de la mochila el pendrive donde guardo una copia de los capítulos matrimoniales de Eleonora y Cósimo que localicé en el archivo de Simancas. «Seguramente es el mismo documento que se conserva aquí» me responde. Aunque no estará tan seguro cuando me pide que se lo deje copiar en su ordenador. Sé que muchos de mis colegas se hubieran negado a hacerlo ya que consideran sus documentos como un tesoro que no están dispuestos a compartir. A mí no me importa hacerlo. No porque sea especialmente generoso sino porque, después de haberlo leído varias veces, no logro entender algunas de sus cláusulas y espero que me aporte algo de luz. Pero no va a ser así. Desconozco si es por recelo o porque, realmente, hace ya tiempo que no se ocupa de las cuestiones que le planteo. Me dice que es por lo segundo. Le creo. Como contrapartida, me ofrece el pdf de su libro sobre las finanzas de la familia Médici. Se lo agradezco, a pesar de la mala calidad de la copia, porque no es fácil de localizar y solo he tenido ocasión de consultarlo muy por encima. La conversación ya no da mucho más de sí. Quedamos en seguir hablando. Aunque los dos tenemos el convencimiento de que ya nos lo hemos dicho todo y que, seguramente, esta será nuestra última entrevista. No lamento haberlo intentado. Giuseppe es el máximo especialista en las actividades económicas de Eleonora, un punto en el que mis conocimientos son especialmente débiles. Aunque, en descargo mío, debo añadir que, si bien todos los estudiosos que se han acercado a ella han destacado su habilidad para los negocios, pocos has sido capaces de reconstruir la trayectoria que siguió para amasar su fortuna. Provenía de una familia inmensamente rica, han afirmado muchos. Pero eso esa es una verdad solo a medias. Y, además, en el momento de su matrimonio, no las tenía todas consigo.
Eleonora se casó con un hombre arruinado. Y que podía perder su puesto en cualquier momento. El propio Cósimo no tuvo más remedio que reconocerlo: apenas tenía nada que ofrecer. «Sé que el papa (Paulo III Farnese que se oponía férreamente a ese matrimonio) se bulará de mí y de mi casa cuando tenga noticia de las condiciones que he propuesto», le escribió a Giovanni Bandini, su embajador ante el emperador Carlos V, el 10 de mayo de 1539, poco después de haberse cerrado el acuerdo matrimonial (ASF, Med 4299, c88r.). Y no se equivocó. El papa se rió de su miserable situación. Pero, sobre todo, se enfadó, y el enfado le duró el resto de sus días, de que no hubiera aceptado las condiciones mucho más ventajosas que él mismo le ofrecía por casarse con su sobrina Vittoria.
La lamentable situación de Cósimo tenía mucho que ver con el hundimiento de la economía florentina causado por el terrible asedio al que los españoles sometieron la ciudad en 1530 – Bárbaros españoles-, y la pésima gestión posterior del duque Alessandro (Parigino, Il tesoro del principe, p. 105). Pero también con sus propias circunstancias familiares. Como ya os he comentado, Cósimo pertenecía a una rama secundaria de la familia Médici cuyo escaso patrimonio se lo comió su padre, Giovanni delle Bande Nere, con sus locas aventuras militares. La esperanza de hacerse con la fortuna del tronco principal, el de Cosimo il Vecchio y Lorenzo el Magnífico, se desvaneció al día siguiente se ser elegido duque de Florencia: el emperador Carlos V exigió que todo ese patrimonio, no menos de 19 residencias, fuera a parar a manos de su hija Margarita, viuda de Alessandro. Una exigencia a la que Cósimo no pudo negarse. Así que se quedó con poco más que las villas del Trebbio y el Castello que su madre, Maria Salviati, defendió con furia como parte de su propia herencia (Edelstein, Eleonora di Toledo e la gestione dei beni familiari, p. 748). Ello explica que la primera intención del nuevo duque fuera casarse precisamente con Margarita, una opción que ha sido presentada habitualmente como muestra de su voluntad de acercamiento al emperador pero que tenía el objetivo directo de garantizar su supervivencia económica. Carlos le arrojó un jarro de agua fría al negarse en redondo a ello. Más aún, le aclaró que, en lo sucesivo, si deseaba utilizar las propiedades de los Médici debería pagar un elevado alquiler a su hija. No tuvo más remedio que prescindir de algunas de ellas como las de Fiesole, Caffagiolo o Careggi, o utilizarlas muy esporádicamente. En la práctica debió conformarse con la de Poggio a Caiano, la predilecta de Eleonora, y el palacio de Pisa. El más elevado de estos alquileres iba a ser, sin embargo, el del propio palacio Médici en la via Larga. Su decisión de abandonarlo para instalarse en el de la Signoria ha sido interpretada, una vez más, en clave política, como un intento de apropiarse para uso privado del edificio público más representativo de la ciudad. Desde luego, que hubo mucho de eso, pero no hay que olvidar que la incapacidad para seguir pagando los alquileres de la residencia familiar resultó decisiva en la mudanza. Habrían de transcurrir cincuenta años, hasta 1586 cuando falleció Margarita, para que sus hijos recuperaran todas esas propiedades, no sin antes ganar un pleito con Catalina de Médici, reina de Francia (Contini, Spazzi femminili e costruzione di un’ identità dinastica, p. 306). Por si todo esto fuera poco Cósimo debió abonar a lo largo de toda su vida importantes cantidades a Carlos V, Maximiliano, Felipe II o Carlos IX de Francia a cambio de su protección, lo que le obligó a solicitar en préstamo grandes sumas de dinero.
Consciente sin duda de esta situación, Pedro de Toledo amarró bien las condiciones de la “entrega” (el término empleado en la época) de su hija. Durante la negociación de las condiciones del contrato matrimonial, dio instrucciones precisas al agente español en Florencia, Juan de Luna: «me parece que sería muy bien que el señor duque (Cósimo) le señalase un tanto cada año para el gasto ordinario de casa y persona y de sus criados» (cit. por Contini-Volpini, Istruzioni agli ambasciatori, nota 29 y ASF, Mediceo del Principato, 2634, parte I). Siempre bien informado, el embajador véneto en Florencia, Vincenzo Fideli aseguró que ese dinero formó parte de los más de cuarenta mil escudos que anualmente Eleonora gestionaba «da per sé […] a libito suo» (por sí sóla y a su gusto) (cit. por Contini-Volpini, Istruzioni agli ambasciatori, 352-353). Una cantidad nada despreciable que, sin duda, supo como emplear. Nadie hizo tanto como ella para recomponer la situación financiera de la familia Médici. Cósimo primero y sus descendientes después tuvieron sobradas razones para estarle perpetuamente agradecidos.
Conocemos con detalle el resultado final de los negocios de Eleonora: amasó una enorme fortuna. Parigino ha calculado que a lo largo de su vida adquirió 80 bienes inmuebles más, al menos, 11 arrendamientos vitalicios que en la práctica podían ser considerados como otras tantas adquisiciones (Parigino, Il tesoro del principe, p.96). Cosa bien distinta es cómo lo hizo. Las informaciones de que disponemos son tan fragmentarias, y en ocasiones tan enredadas, que resulta extremadamente difícil reconstruir lo que en el mundo de las finanzas se conoce hoy día como the money trail. Entre otras razones porque actuaba habituamente a través de intermediados y realizaba los pagos mediante bancos que señalaban el destinatario de la transferencia, pero no siempre el objeto de la misma. Además, solo ha llegado hasta nosotros su contabilidad personal (recogida en los llamados libri matri) a partir de 1553. ¿Qué pasó entre 1539, año de su llegada a Florencia, y la fecha mencionada? Dos posibilidades: a) se dedicó primordialmente a la cría y educación de sus hijos lo que le dejaría poco tiempo para otras actividades b) simplemente, los libri mastri se han perdido. Seguramente, se trata de esto último. No hay duda de que su actividad se intensificó a medida que los hijos fueron creciendo, pero hay pruebas de que ésta empezó muy pronto. Ya en julio de 1542 realizó las primeras adquisiciones: dos fincas y un pinar en el comune de Lastra a Signa situado a pocos quilómetros al este de Florencia; más adelante vendrían otras como la del molino de Ripafratta con los edificios anejos adquirido por 8.000 escudos a Lorenzo Cybo, hermano del cardenal Innocenzo, el 20 de octubre de 1545. Desde luego, no se trataba de adquisiciones al azar. Sus ojos se fijaron pronto en los humedales palúdicos de las inmediaciones de Pisa, especialmente en el municipio de Barbaricina junto al actual parque de San Rosore. El objetivo era desecarlos para transformarlos en una fértil tierra de labor (Parigino, Il tesoro del principe, p. 99). El resultado fue tan espectacular que tiempo más tarde repetiría la operación en Campalto, en las proximidades de la península de Piombino y, todavía más al sur, en Marsiliana en pleno territorio de Siena. Su interés no se centro sólo en la agricultura. La razón de otras operaciones en Castiglione della Pescaia, el lago de Buriano, Rocchette a Mare o la isla del Giglio, que adquirió al marqués Innico Piccolomini-Aragona, fue el pescado que posteriormente comerciaba en el mercado de Florencia (Parigino, Il tesoro del principe, p. 98).

La imagen que todas estas operaciones transmite es que sus negocios gravitaron sobre dos pivotes que en realidad se retroalimentaban: lo productos alimenticios de primera necesidad, principalmente grano, y el mercado inmobiliario. Para hacerlo, se benefició de sus conexiones familiares (algunos miembros del clan Toledo le servían de enlaces y factores) y sus vínculos con España y Nápoles. Y, por supuesto, de su condición de duquesa de Florencia que le permitió marcar las cartas a su favor con métodos que a muchos les parecieron insoportables para la población (insoportabile allí popoli). Y más que a nadie, al embajador de Venecia Lorenzo Priuli que poco después de su muerte escribió palabras demoledoras: «cada año, en el tiempo de la cosecha hace publicar bandos severísimos exigiendo que nadie pueda comprar ni almacenar y después Su Excelencia (Cósimo) hace comprar todo por su cuenta para venderlo el resto del año al precio que le parece. Esta costumbre fue introducida en tiempo de la duquesa muerta (Eleonora) y se hacía en su nombre y resultando muy beneficiosa se ha mantenido después sin ninguna consideración; y se aplica al grano y a toda suerte de viandas como aceite y vino y otros productos de primera necesidad, de modo que todas estas cosas se venden en Florencia por el doble de lo que cuesta en cualquier otra ciudad. Y de este modo han ingresado cada año (los duques) muchos miles de ducados» (Relazione del clarissimo messer Lorenzo Priuli ritornato ambasciatore da Fiorenza per le nozze del principe l’anno 1566, en Relazioni degli ambasciatori, III/1, p. 187). ¿Qué hay de cierto en esta afirmación? Así de entrada, cuesta creer que un tal estado de extorsión pudiera mantenerse, como pretende dar a entender el embajador veneciano, de forma continuada en el tiempo sin ocasionar graves disturbios. Cuesta creer también porque el más acerado de los críticos de Eleonora el dietarista Marucelli en su Cronaca Fiorentina, nunca hizo mención a esta circunstancia. Pero, de lo que no cabe duda, es de que no todo en el éxito de sus negocios se puede atribuir a su pericia.
Independientemente de que se ajuste o no a la realidad, uno de los datos más llamativos de la valoración de Lorenzo Priuli es el protagonismo que atribuye a Eleonora. Un protagonismo que los documentos mercantiles conservados no hacen sino corroborar. Hasta tal punto actuaba a título personal que, al firmar muchos de ellos («Noi Donna Leonora di Toledo duchesa di Firenze abbiamo ricevuto…») antepuso su nombre y apellido familiar al título ducal. ¿Significaba ello que tomaba sus decisiones sin considerar los intereses de su marido? El hecho de que ambos llevaran contabilidades separadas y que éstas registraran ingresos en las arcas de Eleonora procedentes de devoluciones de préstamos que le había hecho a Cósimo así podría darlo a entender. Nada, sin embargo, más lejos de la realidad. A pesar de que algunos estudiosos como Alessandra Contini hayan puesto el énfasis en su independencia económica, lo cierto es que, como más atinadamente han defendido Parigino y Edelstein, todo formó parte de un plan coordinado. Afianzando el patrimonio familiar Eleonora estaba contribuyendo directamente a fortalecer el proyecto político de Cósimo. Algunas de sus decisiones refuerzan esta interpretación. Su predilección por adquirir propiedades en las inmediaciones de Pisa resultó coherente con el plan de Cósimo de reforzar su presencia y autoridad en un emplazamiento que consideraba estratégico y que se tradujo en la reconstrucción de infraestructuras, la introducción de nuevas industrias, un plan de repoblación o la refundación de la universidad (Edelstein, Eleonora di Toledo e la gestione dei beni familiari, p. 756). No por simple gusto, Eleonora y Cósimo pasaban buena parte del año entre Pisa y Livorno a pesar de la «cattiva aria” que tantos problemas de salud le ocasionarían a ella. Y esto mismo vale para otras muchas de sus adquisiciones como la del molino de Ripafratta, emplazado en la frontera con el territorio de Lucca, en un enclave determinante para el control del comercio fluvial, o la de Castiglione della Pescaia, que no solo ofrecia la posibilidad de buena pesca, sino que también estaban en las inmediaciones de Piombino cuyo marquesado Cósimo aspiraba a incorporar a sus dominios. De hecho, Eleonora no solo gestionó sus propiedades directas sino también algunas de las adquiridas por su marido. Tal fue, por ejemplo, el caso de los terrenos de Marsiliana adquiridos por Cósimo en 1560 y donados a ella con la condición de que no salieran de la familia. Y la propiedad de Castelluccio Biforchi adquirida al Ospedale della Scala de Siena el 15 de febrero de 1558 por 14.000 escudos (Parigino, Il tesoro del principe, p. 97). En otras palabras, que tomara sus propias decisiones no era incompatible con el hecho de que hubiera sido Cósimo quien la hubiera situado en el vértice de una estructura económica en la que trabajaba un buen número de secretarios y administradores. De hecho, Eleonora no se limitó a lo que podían considerarse como operaciones privadas (que, en realidad, no lo eran tanto) sino que participó activamente en la gestión de las finanzas públicas del ducado. Sirva como ejemplo, entre otros muchos, su participación en el pago de la importante cantidad entregada a Carlos V que permitió a Cósimo recuperar el control de las fortalezas de Florencia y Livorno.
El hecho de que Cósimo confiara en Eleonora para el engrandecimiento y gestión del patrimonio familiar podría resultar sorprendente. A diferencia de lo que ocurría en el Reino de Nápoles, ni en Florencia ni en la familia Médici, existía la costumbre de que las mujeres participaran en esta clase de asuntos públicos. Aunque no lo es tanto si nos fijamos en algunos precedentes, empezando por el de Maria Salviati que durante la infancia de su hijo peleó con uñas y dientes para preservar el escaso patrimonio que le había legado su esposo. María fue siempre muy consciente de que los objetivos políticos pasaban por el saneamiento económico familiar y resulta probable que durante los pocos años que tuvo ocasión de convivir con Eleonora le inculcara esta inquietud (Edelstein, Eleonora di Toledo e la gestione dei beni familiari, p. 751). Resulta probable pero no imprescindible que lo hiciera. Eleonora había sido educada en un ambiente, el de Nápoles, en el que las mujeres estaban habituadas a desbordar el ámbito estrictamente doméstico. En la misma Florencia tenía un ejemplo que con toda seguridad fue para ella una fuente de inspiración: el de Alfonsina Orsini. Natalie Tomas le ha dedicado un estudio magnífico (Tomas, Natalie R., The Medici women. Gender and power in Renaissance Florence, Ed. Ashgate, 2003). Alfonsina había nacido ¡cómo no! en Nápoles en 1472, era la hija de Roberto Orsini, conde de Tagliacozzo y Alba y Catalina de Sanseverino. En 1488, cuando contaba 17 años, fue dada en matrimonio a Piero lo Sfortunato, el hijo mayor de Lorenzo el Magnífico y Clarice Orsini. Nada más llegar a su nueva ciudad dio muestras de su independencia napolitana encargando directamente pinturas a Mariotto Albertinelli y practicando un tipo de patronazgo que si bien podía resultar normal en el sur era completamente ajeno a los usos de las mujeres florentinas. Cuando su esposo fue exiliado de Florencia en 1494, Alfonsina intercedió activamente ante el rey de Francia Carlos VIII para obtener su perdón. No lo logró y Piero murió en el exilio en 1503. Pero el retorno de los Médici en 1512 y la elección al año siguiente de su cuñado Giovanni como papa León X le permitió extender sus tentáculos favoreciendo abiertamente los intereses de su hijo Lorenzo, más conocido por su título de duque de Urbino. En los periodos en los que éste estuvo ausente de Florencia, Alfonsina tomó las riendas del gobierno, aunque nunca recibió nombramiento formal alguno a causa de su condición de mujer. «Desempeña el oficio de modo que a otra mujer le resultaría imposible y a pocos hombres fácil», escribió un testigo presencial. Pero, sobre todo, Alfonsina fue una hábil gestora del patrimonio familiar. A instancias del papa León X dirigió la conclusión de las obras de la villa de Poggio a Caiano emprendidas por Lorenzo el Magnífico. Sabía perfectamente en qué consistía el trabajo. Durante los años que vivió en Roma había realizado personalmente las gestiones para la adquisición de los terrenos en los que se levantaría el palazzo, hoy conocido como Médici-Lante, que encargó al arquitecto Giuliano de Sangallo. Posteriormente, contribuyó a la ampliación de su patrimonio adquiriendo tierras por toda la Toscana, algo por lo que recibió muchas críticas. Lo que en un hombre hubiera sido considerado una loable capacidad para gestionar sus bienes en una mujer era todavía visto todavía como muestra de ambición desmedida. Las mismas críticas que años más tarde serían dirigidas también a Eleonora.

Hoy ha sido un día de encuentros. El de la tarde era con Ed Goldberg al que, como os he dicho, conocí en la VIT durante un seminario el pasado mes de noviembre –Los documentos de los Médici-. Fue muy amable conmigo y, desde el primer momento, mostró interés en que siguiéramos hablando. Aunque no ha sido fácil encontrar el momento. Principalmente porque ha estado en Estados Unidos pasando con su madre las navidades que, por lo visto, para él es una celebración que dura dos meses. Hace pocos días me escribió anunciando su regreso. Me sorprendió que propusiera quedar en su casa en la Via Scialoia 18, muy cercana a la Piazza Beccaria y el Archivio di Stato donde he estado por la mañana. Pero más todavía que ayer volviera a escribirme para preguntarme «if you drink red wine (it is winter, after all!) If so, I will open a bottle in advance. But there are other options». Por supuesto que bebo vino tinto, me apresuré a contestarle, añadiendo que no era necesario que se tomara tantas molestias. Me asustó un poco que preparara de este modo mi visita. ¿Qué esperaba de mi?
Como siempre cuando se trata del primer encuentro con un colega, procuro llegar con tiempo suficiente. Me sirve para explorar el terreno y preparar mentalmente la conversación. Aunque hoy mi previsión ha resultado exagerada. Como todavía falta casi media hora para la hora fijada, las 17, decido dar un paseo por el barrio. Se trata sin duda de una zona burguesa, integrada en el ensanche proyectado a mediados del siglo XIX en los años en que Florencia fue capital de Italia, ocupada por casas elegantes de tres pisos, de color ocre, con puertas y ventanas adornadas con frontones clásicos y contraventanas de madera color verde. Me viene a la cabeza mi primera estancia en la ciudad, hace más de quince años, cuando me alojé en un pequeño apartamento en la cercana via Fossombroni, situada a escasos metros de donde ahora me encuentro. Entonces casi no sabía nada de Eleonora y no tenía la menor intención de estudiarla. ¿Que clase de hilo tan sutil, me pregunto, unirá aquella primera estancia con mi situación actual?
Empieza a lloviznar cuando pulso el timbre del interfono de la casa de Ed. Una casa elegante en una zona privilegiada de la ciudad, pienso mientras cruzo el umbral. Sin duda se trata de una persona con posibilidades. Debe costar una fortuna vivir aquí. Me resulta un personaje un poco misterioso pero no voy a preguntarle más de lo que me quiera contar. No está vinculado a ninguna universidad ni centro de investigación. Su condición es la que los americanos designan como independent scholar. Es decir, alguien que investiga por su cuenta pagándoselo de su bolsillo. Por lo que he podido leer en su página web, lleva mucho tiempo residiendo en Florencia. No ha estado de brazos cruzados. Creó, como también os he dicho, el Médici Archive Project. «No sé como logró los fondos para hacerlo», me confesó durante una comida en la VIT Michael Rocke que, al parecer, es buen amigo suyo. Ahora se ha desvinculado completamente del proyecto y no quiere hablar de él. Intuyo que ha tenido sus más y sus menos con Alessio Assonitis, su actual responsable.
Me recibe con una confianza desconcertante. Como si fuéramos amigos de toda la vida. Tengo la impresión de que está solo y necesita hablar. Me invita a dejar la gabardina en el baño y pasamos al salón. El apartamento es espacioso pero decorado de forma muy austera. Sino fuera porque sé que no es así, casi diría que con muebles de IKEA. Ha preparado una especie de aperitivo-merienda abundante, como quien tiene planeado echar la tarde. Por el modo como acaricia la botella de vino y describe el origen de los productos que hay sobre la mesa, cada uno de una procedencia distinta, pero siempre de la Toscana, situada entre los dos sillones en los que nos acomodados, se puede deducir que es un sibarita. Trato de llevar la conversación al terreno que me interesa tirándole de la lengua sobre su historia personal. Me narra con morosidad el momento en que llegó por primera vez a Florencia. Quedó cautivado y decidió que esa sería su ciudad en el futuro. Se explaya al hablar de nuestros colegas, especialmente americanos con opiniones no siempre piadosas. Emplea una especial dureza al mencionar a Erich Cochrane, un historiador por quién siento especial devoción y que él desprecia. Tiene uno de sus libros en la estantería situada a mi izquierda, Florence in the Forgotten Centuries, que yo acabo de comprar hace pocos días en Amazon. Se lo hago notar. «No lo he abierto desde hace décadas», me responde. Apenas intervengo para hacerle preguntas. Me confirmo en mi opinión inicial: está solo y tiene ganas de hablar. Cuando llevamos casi dos horas de conversación empiezo a mirar de reojo el reloj con impaciencia. Me esperan a las 19 en la AdeiP y no puedo retrasarme. Como mis insinuaciones no producen en él ningún efecto, opto por cortar abruptamente. Me sabe mal. Noto en su rostro un gesto de decepción. Sigo sin saber cuales eran sus expectativas. Llego tarde a mi compromiso.
Para saber más:
Contini, Alessandra, “Spazzi femminili e costruzione di un’ identità dinastica. Il caso di Leonora di Toledo duchessa di Firenze” en Ch Dipper y M. Rosa (eds.) La società dei principi nell’Europa Moderna (secoli XVI-XVII), Bolonia, Il Mulino, 2005, pp. 295-320.
Contini, Alessandra, Volpini, Paola, Istruzioni agli ambasciatori e inviati mediceiin Spagna e nell’“Italia spagnola” (1536-1648), vol. I 1536-1586, Ministero per i Beni e le Attività Culturali, 2007.
Edelstein, Bruce, «Eleonora di Toledo e la gestione dei beni familiari: ¿una strategia economica?” en Arcangeli, L.e Peyronel S.(a cura di) Donne di poterenel Rinascimento, Roma, Viella, 2008.
Tomas, Natalie R., The Medici women. Gender and power in Renaissance Florence, Ed. Ashgate, 2003.
Parigino, Giuseppe Vittorio, Il tesoro del principe: funzione pubblica e privata del patrimonio della famiglia Medici nel Cinquecento, Firenze, Academia Toscana di Scienze e Lettere “La Colombaria”, Studi. Olschki, 1999.