¿Quién era Eleonora?
En realidad su nombre de pila era Leonor. Pero desde su llegada a Florencia todo el mundo empezó a conocerla como Eleonora. Es probable que para muchos no sea una completa desconocida. Agnolo Bronzino, su pintor favorito, le hizo un famoso retrato que actualmente se encuentra en la Galleria de los Ufizzi. Seguro que lo habéis visto en más de una ocasión. Umberto Eco lo utilizó para ilustrar la portada de su Historia de la Belleza. Quizá porque pensaba que fue una de las mujeres más bellas que jamás han existido. Aunque la verdad es que no podemos estar seguros de hasta qué punto refleja su aspecto real. En él se nos presenta junto a su hijo Giovanni, ataviada con un vestido deslumbrante, con aspecto majestuoso aunque, eso sí, algo distante.
Llegó a la capital de la Toscana en Junio de 1539 para casarse con Cósimo de Médici que había sido designado duque de Florencia dos años antes en sustitución de su primo Alejandro asesinado mientras yacía con una prostituta. Por supuesto, como era habitual en la época, el suyo era un matrimonio de conveniencia negociado en las más altas instancias, nada menos que entre el emperador Carlos V y el papa Alejandro III, pensando en el equilibrio político de Italia, una de las regiones más convulsas en el panorama europeo del momento. A pesar de ello, el comportamiento de la joven pareja ha llevado a muchos a pensar que el amor jugó un papel muy importante en su relación. Entre otros a Mateo Renzi que así me lo aseguró durante un breve encuentro que tuvimos en su despacho cuando era todavía sindaco de Florencia mientras contemplábamos una pintura que representa a Eleonora embarcándose en el puerto de Nápoles rumbo a la capital de la Toscana para encontrarse con su futuro esposo. ¿En Nápoles? Me olvidaba decirlo: antes de convertirse en duquesa de Florencia, Eleonora no era una don nadie. Era nada menos que la hija de don Pedro de Toledo, un noble español perteneciente a la ya entonces poderosa familia de los duques de Alba, que gobernaba el reino de Nápoles como virrey del emperador Carlos V. Hay quien ha llegado a afirmar incluso que Cósimo y Eleonora se habían conocido casi a hurtadillas en Nápoles y que desde el primer momento él se había quedado prendado de la belleza de la joven española. Quizá tendremos ocasión de hablar de ello en otro momento. Por ahora, conviene no perder de vista que eso del amor romántico (que tantos sinsabores causa hoy día a muchas parejas), fue un invento del siglo XIX. Pero no nos desviemos de esta presentación.
Cuando Eleonora llegó a Florencia fue recibida con todos los honores en la porta al Prato, una de las principales entradas de la ciudad, por un coro de voces angelicales que entonó una tonadilla expresamente compuesta para la ocasión. Al menos la letra de angelical tenía más bien poco. Bienvenida a Florencia, le vinieron a decir, pero no olvides tus obligaciones. Y la principal de todas es que que produzcas muchos hijos (varones, por supuesto) y, de esta forma, contribuyas a la estabilidad política de la ciudad y a la consolidación de la familia Médicis en el gobierno. !Vaya con los angelitos! Claro que tenían buenos motivos para hacerlo: la historia de Florencia en los últimos años había sido terriblemente agitada: apenas unos años antes, la ciudad había sufrido un asedio despiadado que mató de hambre a gran parte de sus habitantes y los Médici, que aspirabana a hacerse con el poder absoluto, habían sido desterrados en diversas ocasiones antes de volver a ocupar el poder. Miguel Angel Buonarroti había jurado que nunca regresaría a Florencia mientras hubiera un Médici en el gobierno. Cumplió su palabra y murió en Roma.
Eleonora cumplió sobradamente con la misión encomendada: en los siguientes quince años trajo al mundo trece criaturas. Es decir, que estuvo permanentemente embarazada. Pronto quedó claro sin embargo que ello no le iba a impedir tener su propia agenda. No le iba a resultar fácil: a pesar de su esplendor cultural y artístico y sus admiradas tradiciones republicanas, Florencia era uno de los peores lugares del mundo para ser mujer. Por ello las críticas le llovieron desde el primer día. Empezando por su modo de presentarse con atrevidos vestidos de telas suntuosas y colores vistosos. «Es una bárbara española enemiga de la patria y de su marido» llegó a decir de ella un fanático puritano partidario de la dictadura religiosa que había impuesto el fraile dominico Girolamo Savonarola antes de morir en la hoguera.
Los estudiosos de Eleonora se ha han dividido en dos grupos: los que la han visto como una mujer avanzada a su tiempo con visión y proyectos propios y los que han considerado que en realidad fue un títere en manos de su marido que la utilizó para sus propias conveniencias políticas. Uno de los objetivos que me he propuesto en mi trabajo es precisamente el de aclarar este extremo. No es una tarea sencilla porque algunas informaciones resultan contradictorias. Por un lado hablan de una mujer muy dependiente que se desesperaba cuando Cósimo no estaba junto a ella hasta el extremo de negarse a comer, llorar y gritar desconsoladamente. Otras la muestran como una persona autónoma y muy segura de sí misma que desde el pequeño studiolo anexo a su habitación en el palazzo vecchio, dirigió la adquisición y explotación de tierras destinadas al cultivo de trigo que posteriormente vendía en el mercado internacional. Una actividad que le permitió amasar una fortuna descomunal. Muy superior a la de Cósimo que con frecuencia tuvo que pedirle dinero en préstamo. Una de las pruebas del éxito de esta actividad más frecuentemente invocada es la compra con dinero de su propio bolsillo del Palazzo Pitti y los jardines de Boboli que con el tiempo se convertirían en el símbolo más elocuente del poder de los Médici. Quizá fue su éxito con los negocios lo que le permitió marcar su propio perfil al margen de su marido: tuvo ideas propias sobre la educación que debían recibir sus hijos, sus propios gustos artísticos discrepantes de los de Cósimo y apoyó fervientemente el asentamiento de los jesuitas en Florencia cuando aquél coqueteaba con ideas filo protestantes.
A pesar de la fuerte inversión que hizo en la compra del Palazzo Pitti, y antes en el acondicionamiento del Palazzo Vecchio para transformarlo en un verdadero palacio real, a Eleonora no le gustaba vivir en Florencia. Si bien los motivos no están del todo claros, y éste es otro de los apartados en los que deseo centrar mi investigación, lo cierto es que Eleonora y Cósimo llevaron una vida itinerante por diversos lugares de la Toscana. Sin lugar a dudas, donde más le gustaba estar era en Poggio a Caiano, la deslumbrante villa mandada construir por Lorenzo el Magnífico y completada años más tarde por su hijo Giovanni, el papa León X. También acostumbró a pasar varios meses al año, sobre todo en invierno, en el pequeño palacete que los Médici tenían en Pisa junto a la rivera del Arno. Durante estos desplazamientos, Eleonora y Cósimo encontraron siempre el tiempo para dedicarse a la actividad que más les apasionaba: la caza. Incluso estando en avanzado estado de gestación o a los pocos días de sus múltiples partos, Eleonora no renunció a acompañar a Cósimo montando su caballo en prolongadas jornadas cinegéticas. Este estilo de vida empezó pronto a hacer mella en su salud. Los retratos que Bronzino le hizo en diversas etapas de su vida revelan con crudeza un proceso acelerado de degradación física. Para acabar de estropear este cuadro le fue diagnosticada una tuberculosis pulmonar cuando todavía no había cumplido los treinta años. Su rechazo a seguir los consejos de los médicos revelan un carácter testarudo que ni siquiera Cósimo fue capaz de doblegar. ¿Era bulímica? Lo cierto es que con frecuencia vomitaba lo que previamente había ingerido sin aparente control. Pero esta es otra de las cuestiones sobre las que todavía hay mucho que decir. Desde luego, la enorme presión psicológica a la que estuvo permanentemente sometida no ayudaba.
Su muerte estuvo rodeada de un dramatismo que pronto inflamó la imaginación de los contemporáneos. Eleonora falleció en Pisa en x de diciembre de 1562 como consecuencia de la malaria contraida durante unas jornadas de caza en la región palúdica de la desembocadura del rio Arno. Apenas unos días antes habían fallecido dos de sus hijos. Suficiente para que algunos vieran la intervención de una mano negra. Su recuerdo siguió fuertemente grabado en la memoria de varias generaciones de la familia Médici. No era para menos. Actualmente todos los estudiosos coinciden en calificar a Cósimo como un genio de la política que fue capaz de dotar a Florencia y su entorno de una estabilidad que se prolongó durante siglos. Otra cosa es que nos guste el modo como lo hizo: sustituyendo las viejas prácticas republicanas por un régimen de signo autoritario. Esta por ver (y espero ser capaz de decir algo sobre ello), cual fue el papel de Eleonora si bien todo indica que mayor del que habitualmente se ha pensado. Quizá por ello no es exagerado afirmar que fue la mujer más importante en la historia de Florencia.