Tal día como hoy, un 12 de diciembre de hace 472 años, falleció Maria Salviati en la Villa di Castello. Aprovecho que es sábado y no tengo que ir a la VIT, para rendirle mi pequeño tributo personal visitando el lugar donde transcurrieron sus últimos meses. Ya sé que es poco aconsejable acercarse demasiado a los personajes que uno estudia. El velo de la admiración acaba cubriendo la objetividad. Pero durante durante estas semanas dedicadas a reconstruir la figura de María he llegado a establecer un vínculo de empatía con ella. No ignoro que contribuyó a implantar un sistema político autoritario en Florencia que acabó definitivamente con las viejas «libertades» republicanas. Pero fue una mujer con objetivos y siempre he admirado a las personas que luchan por conseguir aquello que se proponen. Además, según percibieron algunos testigos del momento, consciente de la fragilidad del suelo que pisaba, María contribuyó a moderar las tendencias autocráticas de su hijo. «Cuando fue divulgada la noticia de su muerte por la ciudad quedaron todos descontentos y llenos de dolor», escribió en su diario un florentino que odiaba a Eleonora. Falleció demasiado pronto para conseguirlo.
A pesar de ser un día no laborable, el tráfico matutino es infernal en los alrededores del hospital de Careggi permanentemente en obras. ¡Decepción! La villa está hoy cerrada al público. Es la segunda vez que me ocurre. La primera fue un caluroso día del mes de julio de hace tres años cuando traté de visitarta con Alejandra Galarza después de ascender fatigosamente en bicicleta la pronunciada cuesta que conduce hasta ella. La villa del Castello, que actualmente es la sede de la Accademia della Crusca, es decir, la academia italiana de la lengua, tiene unos horarios rocambolescos. Me he tenido que conformar con recordar a María desde la verja. Otra vez será. Pero para ello tendré que confiar menos en la lógica e informarme con antelación.

Villa de Castello. Fachada principal.
¿Por qué eligió Maria Salviati esta villa para transcurrir los últimos años de su vida? De hecho, porque era casi la única propiedad que tenía, heredada de su esposo.
Algunos historiadores a los que les gusta jactarse de perspicaces han visto en el matrimonio de Maria Salviati con Giovanni delle Bande Nere, del que nacería Cósimo I, un momento decisivo por cuanto supuso la unión de las dos ramas de la familia Médici ¡Tonterías! Son ganas de hacerse el listillo cuando ya sabes el final de la película. O de creerte la versión oficial que más adelante el propio Cósimo se encargaría de difundir.
En 1516, cuando se celebró el matrimonio, tanto María como Giovanni (y, por supuesto, su futuro hijo) estaban destinados a ser un nombre más en el frondoso árbol genealógico familiar (del que os dejo más abajo una versión muy simplificada). Uno de esos que cuesta localizar y que, al final, nadie recuerda. Es cierto que María, que era nieta de Lorenzo el Magnífico y sobrina del papa León X (otro Giovanni de Médici) pertenecía a la rama de Cosimo il Vecchio que era la que había marcado la vida de Florencia en los últimos setenta años. Pero no solamente no estaba en la línea principal de sucesión (de hecho, las mujeres nunca lo estaban) sino que, además, ni siquiera fue destinada a uno de esos matrimonios de relumbrón que tanto habían favorecido al clan. Por su parte, Giovanni delle Bande Nere, que pertenecía a la rama lateral, que para el caso es lo mismo que decir una rama que apenas había tenido presencia pública, era en realidad, un desheredado de la fortuna que, huérfano y desamparado, a los 9 años había tenido que ser acogido por sus futuros suegros. Pronto se reveló como un joven díscolo y pendenciero que, si se dedicó a la carrera de las armas fue porque no tenía donde caerse muerto. Se hace difícil entender los motivos del acaudalado banquero Jacopo Salviati para casar a su hija con un ganapán que no tenía la menor intención de ocuparse ni de su esposa ni de su hijo.

Árbol genealógico de la familia Médici
Si María albergó alguna clase de sentimientos hacia Giovanni, pronto quedó claro que éstos no iban a ser correspondidos. Permanentemente ausente, Giovanni se desentendió de ella: «desde que vuestra señoría partió de aquí le he escrito 50 cartas y ninguna ha tenido respuesta», le llegó a escribir. Ni la iba a tener. Su marido estaba demasiado ocupado con otros menesteres, que no eran sólo los de la guerra: «tomad aquella puta griega que dejé en Vitervo y mandádmela aquí» (Leverete quella putta greca che io lasciai a Viterbo et mandatemela qua…”), le escribió casí al mismo tiempo desde el campo de batalla a su amigo de correrías Francesco Albizzi.
Cuando Giovanni murió en 1526, María y su hijo (27 años ella, 9 él) quedaron en una situación de lo más comprometida. Prácticamente todo el patrimonio se había ido en pagar soldados. Bueno, tampoco hay que exagerar: tenía un papa en la familia (Giulio de Médici/ Clemente VII) lo que para los tiempos que corrían no era poca cosa. María trató por todos los medios de situar a su hijo bajo su sombra. Pero los planes del pontífice no pasaban por el pequeño Cósimo sino por un vástago de origen incierto (¿hijo natural del propio papa?), Alessandro. Las cosas se pusieron feas al año siguiente tras el saqueo de Roma por los soldados de Carlos V y la nueva expulsión de los Médici de Florencia. María pensó que lo mejor sería que Cósimo pusiera tierra por medio. Lo envió a Venecia acompañado por su inseparable preceptor, Pierfrancesco Riccio. Años de vagabundeo. Con la reinstauración de los Médici en 1530 y el nombramiento de Alessandro como duque de Florencia, tras un terrible asedio de la ciudad ordenado por el emperador que ahora era amigo del papa, María y Cósimo pudieron regresar, si bien tomando ciertas precauciones. Se establecieron en la Villa del Trebbio, a unos 20 kilómetros de la ciudad, en la región del Mugello. Y ahí les alcanzó la noticia del asesinato de Alessandro en enero de 1536.

Retrato de Cosimo I de Medici por Jacopo Pontormo a los pocos meses de obtener el poder
¿Cuál fue la intervención de Maria en la elección de Cósimo y en sus primeros pasos como nuevo duque de Florencia? Depende de a quien le hagamos la pregunta la respuesta será bien distinta. Si se la hubieramos hecho a George Friederick Young nos dirá que trató en todo momento de alejar a su hijo de los avatares de la turbulenta vida política florentina; si a Gaetano Pieraccini, nos hubiera asegurado que su intervención fue determinante. Puestos a desempatar, se lo podemos preguntar a alguien que llegó a tener una relación directa con ambos. Se trata de Juan de Luna, el hombre que Carlos V dejó al frente de la guarnición de soldados españoles acantonada en la fortezza dal Baso. Para él no había duda. María era «el diablo del infierno» por el modo como aconsejó a su hijo mantener la firmeza frente a las pretensiones españolas de atenazarle. De sus cartas conservadas en el Archivio di Stato que ha catalogado Giorgia Arrivo, emerge la imagen de una María hiperactiva, aconsejando a Cósimo, ejerciendo una función mediadora entre los diversos actores políticos e interviniendo directamente en la gestión del patrimonio familiar.
Juan de Luna llegó a pensar que estaba en el centro de una trama, de la que también formaba parte Pierfrancesco Riccio, destinada a apoyar los intereses de Francia. De ahí los improperios de los que pronto tuvo que retractarse. Además, se equivocaba. Según escribió desde Prato Lope Hurtado de Mendoza, enviado por Carlos V para cuidar de su hija Margarita, la viuda de Alessandro, al todopoderoso ministro Francisco de los Cobos, cuando una marquesa cuyo nombre no menciona le propuso el matrimonio de Cósimo con la sobrina del papa (que ahora ya no era Clemente VII sino Alessandro Farnese/ Paulo III) María le replico que en este punto sólo se haría lo que ordenase el emperador.
Así se hizo. Y cuando a comienzos de 1539 llegó el momento de negociar con el virrey de Nápoles las condiciones económicas del enlace con su hija Eleonora, fue María quien tomó las riendas. Ella fue quien organizó la embajada de Luigi Ridolfi y Jacopo de Medici, quien informaba de su curso a Cósimo y quien primero recibió la noticia de la celebración del matrimonio por poderes. Ella fue quien dispuso de todo lo necesario para la recepción de la nueva duquesa y quien decidió el regalo de bodas, un collar de 200 perlas que encargó a un orfebre veneciano y quien decidió que una cuarta parte de las cuales serían enviadas a Nápoles y el resto entregadas cuando desembarcase en Livorno. No importa que siempre se dirigiera a Cósimo tratándole de Vuestra Excelencia o que no diera un paso sin contar con su parecer (siempre favorable). Sabía cual era su lugar, y lo tuvo todo siempre bajo control. Así que la nueva duquesa puso pie en tierra Toscana, Cósimo, que había ido a recibirla, informó puntualmente de todos sus movimientos. «Di non poca consolatione mi sono state le lettere di V. Ex. delli XVI del presente, havendo inteso per esse come era arrivata sana et di bona voglia in Pisa» le contestó desde Florencia a una de el 17 de junio.
Estoy completamente de acuerdo con Natalie Tomas cuando rechaza la visión de autores como Riguccio Galluzzi o Gaetano Pieraccini que creyeron ver un conflicto de egos entre ambas mujeres. María era demasiado inteligente para caer en esa trampa. Fue ella quien voluntariamente ofreció sus habitaciones de palazzo Médici para acomodar a Eleonora. Sin duda, entendió que tras la llegada de su nuera tenía que ceder protagonismo. La nueva duquesa era demasiado importante en la estrategia política de su hijo como para estropearlo todo por cuestiones de precedencia. María desaparece durante los meses posteriores al matrimonio. Y aunque Cósimo le reservó un apartamento en Palazzo Vecchio cuando la familia se mudó a vivir en él, prefirió la villa de Castello en las afueras de la ciudad. Elló no significó que renunciara a su función de consejera. Pero, de puertas afuera, su responsabilidad fue reorientada hacia el ámbito doméstico. Fue entonces cuando se forjó su magen de “casalinga”, de ama de casa, que quedaría grabada en la memoria de tantos florentinos.
A medida que empezaron a llegar los primeros hijos, María fue la responsable directa de su atención. En julio de 1540 comienza un intercambio epistolar (frecuentemente a través de los secretarios) entre Eleonora y María sobre el cuidado de los niños que están con esta última en Castello, mientras la madre viaja con su marido desde la base de Poggio a Caiano. Llegó a conocer a los cuatro primeros y logró (cosa nada desdeñable) que sobrevivieran todos: María, Francesco, Isabella y Giovanni. Los cuidó junto a Giulia (la hija del duque Alessandro) y Bia (la hija extramatrimonial de Cósimo, concebida antes del enlace con Eleonora), aunque no pudo evitar que, esa sí, falleciera en febrero de 1542 a la edad de 6 años. Las misivas tratan invariablemente sobre la salud y el desarrollo de “isignorini” como habitualmente eran designados los hijos de Eleonora. Ella, María, se encargó de avisar al médico (Andra Pasquali), de ordenar sus vestidos al sastre (Agostino d’Agobio), de seleccionar las nodrizas (algunas de las cuales resultaron tener la leche demasiado “fiera”) o, cuando llegó el momento, de contratar al preceptor (Pasquino Bertini). Todos ellos de su más absoluta confianza. ¿Significa eso que Elenora se desentendió de sus hijos a las pocas semanas de traerlos al mundo? No exactamente. Sus cartas solicitando noticias y dando instrucciones (no siempre muy afortunadas) fueron constantes. Aunque, su conducta sería motivo de escándalo para cualquier madre de hoy, entendió que su lugar como duquesa de Florencia estaba junto a Cósimo siempre, como ya hemos visto, de aquí para allá.
María se ocupó también de la salud de Eleonora que entre partos encadenados y desplazamientos constantes empezó a debilitarse a comienzos de 1543. Le recomienda los servicios de Andrea Pasquali que con el tiempo llegaría a ser el imprescindible médico de la familia. Por esas fechas su propia salud comienza también a resultar preocupante. En los meses siguientes será Cósimo quien aluda en varias de sus cartas a la enfermedad de Maria, «la quale si trova a Castello indisposta del suo mal solito» (carta del 12 de mayo de 1543); ¿En qué consiste el mal? En la «sua soliti homori colici» informará sin demasiadas precisiones a su suegro Pedro de Toledo. No era una enferma fácil. El propio Cósimo se lamenta de que «si voglia governare secondo il suo proprio consiglio» en vez de seguir las orientaciones del doctor Pasquali (carta del 7 de diciembre de 1543). A pesar de ello, el hijo prefirió la caza en Il Trebbio antes que la compañía de su madre en Castello. ¿Qué clase de familia era esta?
María falleció en la villa de Castello el 12 de diciembre de 1543 y fue enterrada en el panteón familiar de la basílica de San Lorenzo. Todavía no he visitado su tumba. Quiero hacerlo, pero esperaré que escampe la oleada de turistas que en estas semanas prenavideñas han vuelto a invadir la ciudad después de un mes de noviembre relativamente tranquilo.
Cuatro días después de su muerte, el escritor Benedetto Varchi, uno de los principales artífices de la legitimación política de Cósimo, le dedicó una oración fúnebre (algo así como un elogio póstumo) en la Accademia Fiorentina. Fue la primera mujer de la familia Médici en recibir tal honor. Sin duda, el duque tenía buenos motivos para hacerlo. Se encargó también de que Giovanni Franceschi escribiera una Vita della sig. Maria Salviati de’ Medici, que fue publicada en Roma dos años más tarde. Por esas mismas fechas Agnolo Bronzino estaba trabajando en la decoración de la capella de Eleonora en palazzo Vecchio. ¿Es María quien presta el rostro a la Virgen que con mirada dolorida sostiene a su hijo mientras otra mujer ricamente ataviada (¿Eleonora en el papel de María de Cleofás?), contempla a ambos entre asombrada e indiferente? Como ya os he comentado en otra ocasión, no todos coinciden con esta interpretación. Pero como, de ser cierta, sería la única representación en que ambas mujeres aparecen juntas, he optado por ponerla en el encabezamiento de este post.
Para saber más
Arrivo, G., Scritture delle donne di casa Medici nei fondi dell’Archivio di Stato di Firenze, Florencia s/f.
Baia,A., Leonora di Toledo, Duchesa di Firenze e di Siena,Todi, 1907.
Galluzzi, R., Istoria del Granducato di Toscana sotto il governo della casa Medici, Livorno 1781.
Langdon, G., Medici Women. Portraits of Power, Love and Betrayal from the Court of Duke Cosimo I, Toronto, 2007.
Pieraccini, G., La stirpe de’ Medici di Cafaggiolo: saggio di ricerche sulla trasmissione ereditaria dei caratteri biologici, Florencia, 1925.
Tomas, N.,»‘With his authority she used to manage much business’: The Career of Signora Maria Salviati and Duke Cosimo I de’ Medici» en Peter Howard and Cecilia Hewlett ed., Studies on Florence and the Italian Renaissance in Honour of F. W. Kent, Turnhout, 2016.
Young, G.F., I Medici, Florencia, 1949.