¿Cómo se embarca una moto cuando además tienes que llevar el equipaje necesario para un año? Para salir de dudas esta mañana el llamado a Grimaldi Lines que es la compañía con la que he comprado el viaje. Tarea harto difícil. Cuando finalmente he conseguido que la dichosa grabación de pulse 1, pulse 2 me diera paso a un agente la explicación ha sido tan rotunda como poco clasificadora. En el barco hay dos accesos, el de los pasajeras de a pie y el de los vehículos. Entre por donde entre tiene que llevar siempre sus maletas consigo. ¿Y no puedo entrar las maletas por el acceso de pasajeros y salir para recoger la moto y entrarla por el de los vehículos? En absoluto. Una vez que entre y haga el check-in ya no puede salir. En fin, que no sé cómo lo voy a hacer.
Por si acaso le he pedido ayuda a Xavi Torras que hace un crucero cada verano y por lo tanto se supone que es un experto con los embarques. También le he dejado la maleta con la ropa de invierno a Jonás que, además de ser el portero de mi casa es también compañero de salidas en mountain-bike por los caminos de Collserola. Siempre dispuesto a echar una mano, se ha ofrecido para enviármela con un transportista. !Eso es un amigo!
La hora prevista para zarpar son las 11 de la noche. Pero, ante la inexperiencia, he pensado que mejor tomármelo con tiempo. A las 8 he quedado con Xavi que vive muy cerca de mi casa. Llega acompañado por Javi, su hijo mayor. Antes paso a despedirme de Juanfer que se empeña en darme los últimos consejos. Cualquiera diría que emprendo una peligrosa travesía rumbo a lo desconocido. Bueno, lo segundo es un poco así.
Bajamos desde mi casa, situada en la zona alta de la calle Balmes, hasta el puerto. Xavi y Javi en coche con las maletas y yo siguiéndoles con la moto. Xavi será un avezado crucerista pero resulta tener tan poca idea como yo sobre el paradero del muelle de líneas regulares. Tras equivocarnos varias veces, encontramos finalmente a la estación de Grimaldi Lines donde nos informan de que el Ferry a Livorno no parte de allí sino de la terminal C. Hay que salir nuevamente a la Ronda del Port, tomar el Dic de l’Est y cruzar el puente que conduce al Moll Adossat. !A por ello! Al llegar comprobamos con sorpresa que el edificio de la estación está completamente vacío. El embarque se empieza a realizar una hora antes de la partida de la nave. Como nos queda tiempo decidimos ir a cenar algo. Imposible hacerlo en este lugar donde no hay ni una mala cafetería. Seguro que en los alrededores de les Drassanes encontraremos un sitio, afirma Xavi.
Acabamos en el restaurante Touareg situado en el carrer del Cid. Más que un restaurante se trata una tasca de frituras para turistas despistados con las paredes cubiertas con fotografías de platos combinados de modo que el cliente sólo tenga que señalar el que desea. Está servida, haciendo honor al nombre del local, por un magrebí de pocas palabras que nada más vernos entrar nos indica que apenas le queda nada a esta hora del día. Nos conformamos con unos bocadillos de calamares a la romana y unas cervezas. Con su estilo directo, Xavi me deja claro que la comida es lo de menos. Lo que espera de mí es que aproveche la ocasión para hablar con su hijo. Estudió historia del arte en mi facultad pero lo que realmente le gusta es la pintura. Después de vivir dos años en Manchester pintando cuadros para la residencia de un generoso mecenas inglés, ha decidido comenzar un master en la University of the Arts de Londres. Xavi no está seguro de que ésta sea la mejor opción y quiere saber mi opinión. Nunca he acabado de saber por qué tiene tanta confianza en mi juicio y la capacidad que yo pueda tener de persuadir a su hijo. Además, en estos momentos lo que realmente tengo en la cabeza es la dichosa operación embarque.
Después de hacernos unas fotos (lo siento, de una calidad deleznable) regresamos a la estación marítima. Sigue estando vacía. Tan sólo un empleado tras la ventanilla de expedición de tarjetas de embarque. Trato de explicarle mi situación y finalmente acepta que lleve primero la moto hasta el aparcamiento del barco y regrese a recoger las maletas que dejo a cargo de Xavi y Javi. Completada la primera parte de la operación regreso al punto de partida donde me encuentro a Xavi refunfuñando y a Javi tratando de justificar mi tardanza. Llega el momento de la despedida y la última foto. El autobús que me debe conducir hasta la puerta de embarque está vacío. ¿Soy el único pasajero? pregunto al conductor. De momento es el único que he llevado, me responde.
Cuando entro en la nave (que no es de Grimaldi sino de la compañía griega Minoan Lines y tiene todo el aspecto de haber surcado muchos mares), el misterio se esclarece. Está abarrotada de pasajeros, muchos de ellos dormitando en el suelo bajo improvisadas tiendas de campaña confeccionadas con mantas y toallas. Ante mi cara de sorpresa, un botones con aspecto de ser filipino que se ofrece para acompañarme hasta el camarote se siente obligado a darme explicaciones. En realidad la nave procede de Tánger y está ocupada casi exclusivamente por musulmanes que han viajado con motivo del Ramadán y ahora regresan a Italia donde viven habitualmente. De hecho, no está permitido dormir en los pasillos y distribuidores pero la compañía hace una excepción en estas ocasiones, insiste como si se sintiera en la necesidad de disculparse.
En realidad, más que esto, lo que tengo en la cabeza en estos momentos es el camarote. Llevado por el deseo de reducir al máximo los gastos del viaje reservé una litera en un camarote múltiple de seis plazas. Cuando se lo comenté a Xavi puso el grito en el cielo. Se nota que eres un inexperto, me dijo. Vete a saber con quien te vas a encontrar. Además tendrás que estar todo el viaje pendiente de las maletas para evitar que te roben. Así que mientras seguía al botones filipino por unos pasillos que me resultaban laberínticos, me iba preparando para lo peor. No se preocupe, me dijo mi acomodador mientras abría la puerta del camarote. Va a estar usted solo. El pasaje que llevamos sólo reserva camarote para las mujeres. Los hombres duermen todos en cubierta. Y en los pasillos, añadí.
La última vez que viajé en Barco fue para ir de Nápoles a Palermo y aunque tenía un camarote reservado pasé la noche en cubierta charlando con un grupo de venecianos que viajaban en una excursión parroquial. Así que eso de los camarotes es nuevo para mí. Y el que me han asignado me ha parecido casi una suite.
Tras dejar las maletas decidí explorar la situación. No sólo los pasillos, la cafetería, el salón de actos, las salas de juego… todo estaba abarrotado de personas durmiendo por los suelos de modo que apenas si se podía caminar. Será mejor dejarlo para mañana cuando se pongan de pie y haya más espacio para circular. Es hora de ir a dormir.