Siento pánico de escribir este post. No quisiera por nada del mundo que Bruce se molestara por lo que pueda decir. Solo tengo motivos de agradecimiento hacia él. Pero no puedo dejar de escribirlo. Así, que vamos allá.
A pesar de que en estos últimos meses hemos coincidido en diversas ocasiones, todavía no habíamos mantenido una conversación pausada. En buena parte, por culpa mía. Sé que mi actitud puede resultar desconcertante, sobre todo teniendo en cuenta que se trata, sin lugar a duda, del gran especialista sobre Eleonora. Lo habéis podido comprobar por la cantidad de veces que lo menciono en mis posts. Pues precisamente por eso. No me importa reconocerlo; al contrario: aunque confío hacer mis propias aportaciones, mi trabajo es, en gran medida, deudor del suyo. Los dos volúmenes de su tesis doctoral están permanentemente sobre mi mesa de trabajo en la VIT. Es mi punto de referencia al que acudo constantemente. El título no hace justicia al contenido. «The Early Patronage of Eleonora di Toledo. The Camera Verde and its Dependencies in the Palazzo Vecchio», podría dar a entender que se trata de un estudio sobre sus habitaciones privadas cuando, en realidad, es mucho más que eso. Basta consultar el sumario para darse cuenta. Ignoro, aunque lo imagino, por qué nunca la ha convertido en un libro. En mi gremio eso ocurre con frecuencia. Sea por la necesidad de hacer méritos de forma rápida para construir un currículum competitivo, o por la falta de energía para abordar el esfuerzo que comporta la escritura de un libro, lo cierto es que muchos colegas optan por difundir su trabajo en forma de artículos sueltos con el resultado de que se desmiembra la unidad y se pierde la visión de conjunto. Y eso es, a mi juicio, lo que le ha sucedido a Bruce. Hay que rastrear sus textos, siempre interesantes y cuidados, en diversas revistas o publicaciones colectivas. El problema de este modo de proceder es que cuando los autores quieren darse cuenta ya es demasiado tarde porque han quemado la originalidad que el libro pudiera tener. Como se desprende de lo que acabo de escribir, pertenezco a la cultura de los libros a pesar de que cada vez están peor considerados por un sistema de evaluación investigadora pensado principalmente para las ciencias puras o experimentales. A mis estudiantes de doctorado no dejo de aconsejarles que publiquen un libro con los resultados de su tesis lo antes posible. No siempre lo consigo.
Bueno, pues lo dicho: me daba un poco de miedo hablar con Bruce. En uno de nuestros primeros encuentros me sacó a relucir el disgusto que le producía que algunos colegas estuvieran «saqueando», esa fue la expresión que utilizó, su tesis doctoral. Ignoro a quien se refería y tengo mis dudas de que eso sea así. Entre otras razones porque el único ejemplar disponible de la tesis se encuentra en la Berenson Library a la que no todo el mundo tiene acceso. En todo caso, me daba miedo que llegara a la conclusión de que yo soy uno de sus saqueadores. «La mayoría de las noticias sobre Eleonora que se encuentran en la base de datos del Medici Archive Project las transcribí yo» continuó como si sospechara que estaba haciendo un uso masivo de ellas. Por si esto fuera poco, cuando Carlos Plaza me habló de Bruce antes de presentármelo el pasado mes de septiembre, me dio a entender, o así me lo pareció a mí, que no estaba muy precisamente contento de que alguien como yo viniera a pescar en su estanque. Aunque, seguramente, se trató sólo de una imaginación mía. De hecho, en todos nuestros encuentros ha sido extremadamente amable conmigo. Aunque me cuesta calibrar la autenticidad de esa amabilidad. Es algo que me ocurre con otros colegas americanos. Se me escapa hasta donde llega la educación y el cuidado de las formas propias de la academia y donde empieza la sinceridad.
No encuentro mejor modo de presentaros a Bruce que la entrevista que le hizo, hace ya algunos años, The Florentine, una revista dirigida a la comunidad americana residente en la ciudad en la que podréis encontrar la versión más almibarada de la “florentinidad”. «Como muchos expatriados, explica la periodista en su introducción, Bruce Edelstein vino a Florencia para estudiar y se quedó por amor. La suya es una historia de éxito personal y profesional que merece la pena ser contada por la cantidad de gente a la que inspira, en primer lugar, por su papel como profesor en la New York University (NYU) Villa La Pietra y, en segundo, aunque menos intencionado, como defensor de los derechos de los matrimonios homosexuales en Italia».
«Siempre elegante, con sus trajes ligeros y sus mocasines brillantes, Edelstein se mueve a sus anchas en la sofisticada atmósfera de Villa La Pietra. Aunque creció en Long Island, es la pura esencia del neoyorquino cosmopolita».
«Vino por primera vez a Florencia hace 27 años (ahora ya más) como estudiante de intercambio con la Università degli Studi di Firenze y desde entonces regresó con frecuencia. Mientras hacía su doctorado en historia del arte en Harvard, realizó una estancia de investigación (sobre Eleonora de Toledo) de un año en Florencia. Hacia el final de esa estancia conoció a Francesco Spinelli, su compañero desde entonces. Después de tres años de mantener una relación a distancia, se instaló definitivamente en Florencia». «Me trasladé (afirma Bruce a su entrevistadora) por razones personales, sin ningún plan profesional concreto, aunque he sido muy afortunado de poder desarrollar mi carrera aquí».
«En junio de 2012, Edelstein se situó bajo los focos: él y Spinelli decidieron formalizar su compromiso en Nueva York, donde el matrimonio homosexual había sido legalizado el año anterior. El anuncio de su boda fue publicado, con foto incluida, en el New York Times y, posteriormente, su historia fue recogida por la prensa italiana». Preguntado por qué piensa que mereció tanta atención por parte de los medios, Edelstein explica que probablemente la elección del New York Times fue debida a su posición como profesor de la NYU y su exótica condición de neoyorquino viviendo en Italia, «mientras que aquí en Italia la prensa estuvo más interesada en Spinelli, que es un cirujano maxilofacial, como un raro ejemplo de profesionales que no ocultan su condición de gays».
La última vez que coincidimos en la VIT, a principios de este mes, me dí cuenta de que no podía dilatar más el momento de nuestra entrevista, así que prometí escribirle para fijar la fecha. «Estoy pasando unos días de vacaciones en Portugal», me respondió cuando lo hice poco después. «Te escribiré enseguida regrese». Y así fue. Quedamos en encontrarnos en la entrada del Kunst a las 13 horas de ayer para ir a comer juntos. Igual que yo, disfruta también este curso de un año sabático que aprovecha para trabajar en la biblioteca tedesca, como es conocida por los florentinos, donde tiene oficina propia en el tercer piso. «Todavía hay categorías», pensé cuando me lo dijo.

Si por mí fuera, hubiéramos ido a comer al Caffe de’ Pinti que, como ya os he contado, es mi preferido. Pero él tiene gustos más sofisticado. Así que no me dio opción. Y nos dirigimos directamente al Robiglio de la Via dei Servi, a otro lado de la Piazza della Santissima Annunziata. Un lugar elegante, sin duda, fundado en 1928 como afirma en letras de gran tamaño el letreo de la entrada, que, además, dispone de un local interior donde pudimos conversar sin el ruido del Pinti. Cosa bien distinta fue la comida. Nada del otro mundo. Aunque eso no me importaba lo más mínimo en ese momento. Sabía que iba a ser minuciosamente examinado acerca de mis informaciones sobre Eleonora y mi objetivo no era otro que salir airoso del trance sin revelar que casi todo lo que sabía lo había aprendido de él. Consciente como era de que Bruce no ha trabajado nunca en los archivos españoles (la periodista del The Florentine, afirma que fue educado bilingüe en inglés y español, aunque nunca le he oído palabra alguna en la lengua de Cervantes ni me consta que se haya interesado por la condición española de Eleonora) decidí hablarle de mis perquisas en los archivos de Simancas y Medina Sidonia donde se encuentran noticias que seguramente él desconoce. El golpe surtió efecto. Me percaté enseguida de que para él estábamos ahora en pie de igualdad. Odio este tipo de conversaciones-tanteo, que con frecuencia se producen entre colegas de mi ámbito, en las que todo consiste en tratar de averiguar qué es lo que sabe el otro sobre un tema de interés común. Bruce es lo suficientemente elegante como para no preguntarlo directamente, así que optó por las interrogaciones abiertas para ver si yo soltaba prenda. Si la hubiera tenido, la hubiera soltado. Pero al carecer de ella decidí desviar la conversación hacia otros investigadores que se ocupan del mismo tema.
Se explayó sobre su amistad y admiración por Natalie Tomas que, a pesar de sus limitaciones físicas, que apenas le permiten desplazarse, sigue al pie del cañón escribiendo artículos de lo más interesante. Aunque, sinceramente, no estoy muy de acuerdo con el último de ellos, en el que defiende, siguiendo claramente los puntos de vista del propio Bruce, que Eleonora desempeñó un papel de primer orden como regente durante las ausencias de Cósimo (Natalie Tomas,»Eleonora di Toledo, Regency, and State Formation in Tuscany»). Me parece que este es un aspecto que tiene que ser estudiado con una mirada menos predispuesta a otorgarle protagonismo por el hecho de ser mujer. No le digo nada. Prefiero no entrar en discusiones sobre una cuestión sobre la que aún debo profundizar mucho más.
Sabía de las profundas discrepancias de Bruce con el libro de Janet Cox-Rearick sobre la capilla de Eleonora en Palazzo Vecchio por la reseña, muy crítica, que escribió sobre el mismo. El motivo de fondo de esta discrepancia es que mientras Cox-Rearick considera que fue Cósimo quien decidió el tema y la orientación simbólica de las pinturas, Bruce piensa que Eleonora tuvo una intervención directa en su elección. «Es una historiadora del arte que no tiene en cuenta el contexto histórico», me aseguró rotundamente como si él no lo fuera también. Aunque en honor a la verdad, debo decir que si bien Bruce es un historiador del arte muy atento a las circunstancias del momento en el que las obras fueron realizadas, me parece también que se ha acercado demasiado a su personaje. A mi modo de ver, su afán de construir una Eleonora alejada del despiadado estereotipo que en su momento crearon Ana Baia y Gaetano Pieraccini, le ha llevado a tomar al pie de la letra algunos de los complacientes testimonios que de ella dieron sus secretarios y servidores. Este es un pnto sobre el que no dejo de pensar: ¿cómo convivir durante tiempo con un personaje del pasado sin caer en los extremos, esto es, sin odiarlo por sus insolencias ni enamorarse de él hasta el punto de quedar ciego ante sus limitaciones? En los últimos años se ha abierto camino un clima de reivindicación del protagonismo de las mujeres durante el Renacimiento. La propia Natalie ha contribuido directamente a ello. También Bruce, con sus trabajos sobre las mujeres napolitanas que llevaron aires nuevos a las repúblicas y principados del norte de Italia. Comparto la mayoría de sus puntos de vista, pero el riesgo del péndulo me parece evidente.
Cuando le mencioné el viaje que acababa de hacer a Nápoles y el interés que me había despertado el artículo de Andrea Galdy, en el que compara las estancias de Eleonora en Palazzo Vecchio con las de su familia en Castelnuovo, la sonrisa que me había regalado durante toda nuestra conversación se borró súbitamente de su rostro. «Esa información se la proporcioné yo y la ha utilizado sin pedirme permiso. Ha arruinado el artículo que estaba preparando sobre el tema». A pesar de que es una de las personas que más ha escrito sobre Eleonora, nunca he tenido ocasión de hablar con ella, le digo. «Vivía en Florencia, pero ha desaparecido y no sé donde está», me responde secamente cuando le pregunto cómo puedo localizarla. Decido que es mejor no insistir. Me hubiera gustado preguntarle por algunos de los estudiosos italianos que han escrito recientemente, en ocasiones con mucha superficialidad, sobre Eleonora. Pero después de su respuesta, decido no hacerlo. Además, como he tenido ocasión de comprobar repetidamente en los últimos meses, a diferencia de lo que ocurre en sentido contrario, los historiadores americanos optan siempre por la prudencia al juzgar el trabajo de los italianos. Quizá porque se sienten en casa ajena. Cuando no están de acuerdo, simplemente los ignoran. La conversación entra en punto muerto y le sugiero la posibilidad de darla por concluida. Le agradezco el tiempo que me ha dedicado. Lo hago con sinceridad. Sin el suyo, mi trabajo hubiera resultado mucho más complicado.
Mientras atravesamos la Piazza de l’Annunziata. prácticamente desierta, camino de regreso al Kunst, me invade la misma sensación que tuve después de hablar hace unos días con Ed Goldberg. «Creo que le he decepcionado», pienso. Quizá esperaba grandes revelaciones. No sé. Mejor no darle vueltas. Ya en la biblioteca, trato de poner en orden algunos de los puntos de nuestra conversación. «Hay dos Eleonoras distintas, me dijo en cierto momento, una anterior y otra posterior a 1547». No estoy seguro de haber entendido la causa del cambio. No puedo dedicarle mucho tiempo más. Hoy vuelvo a tener cita con Jonathan en el EUI. Y además debo comprar el billete para viajar el fin de semana próximo a Barcelona.
Para saber más
Cox-Rearick, J.,Bronzino’s Chapel of Eleonora in the Palazzo Vecchio, California Studies in the History of Art, 29, Berkeley, CA, 1993.
Edelstein, B.L., “Janet Cox-Rearick, Bronzino’s Chapel of Eleonora in the Palazzo Vecchio” (Review), The Art Bulletin, 76 (1994), pp. 71-75.
Tomas, Natalie, «Eleonora di Toledo, Regency, and State Formation in Tuscany» en Benadusi, Giovanna & Brown, Judith C. (edited), Medici Women: The Making of a Dynasty in Grand Ducal Tuscany. Toronto, Centre for Reformation and Renaissance Studies, 2015, pp. 58-89.