¡Eccolo qui. Pensavo che non l’avrei più rivisto! Es Patricia Carella quien así me saluda tras su mostrador en el zaguán de la Biblioteca Berenson. Adoro a esta mujer. Consigue que uno se sienta en casa incluso en un lugar como este. Al escucharla he caído en la cuenta de que hacía casi una semana que no pisaba la VIT.
Como ya os anuncié el viernes, he pasado el fin de semana en Barcelona donde he tenido una experiencia nueva para mí: ayer fui a declarar como testigo ante el tribunal eclesiástico del obispado. Un tribunal de esos que deciden sobre la validez de los matrimonios católicos. Hubiera preferido no tenerlo que hacer pero me lo pidió LFG y no me podía negar. No sabría decir cuanto tiempo hace que nos conocemos. Al menos desde sus últimos años en la escuela secundaria. Desde entonces nos hemos ido viendo no siempre con mucha frecuencia pero sí con regularidad. A los dos nos apasiona hablar de política aunque casi nunca nos ponemos de acuerdo. Recuerdo perfectamente el día que me comunicó que tenía una novia de la que estaba muy enamorado. Asistí a su boda en un pueblecito cercano a Barcelona donde su familia tenía una casa con un amplio jardín en el que se celebró el banquete. Era la viva encarnación de la felicidad. Pocos meses más tarde, durante una comida en el restaurante la Punyalada, nuestro lugar habitual de encuentro durante esos años, me expuso con entusiasmo su teoría según la cual el matrimonio era la sublimación de la felicidad. Pronto nació su primer hijo al que seguirían otros tres. Al principio no le di mucha importancia a las reacciones exageradas de su mujer durante los encuentros con nuestros amigos comunes. Él tampoco parecía hacerlo. «Tiene un carácter fuerte y hay que aceptarla como es», acostumbraba a repetir. Con el paso del tiempo, el tono agresivo con que solía expresar sus puntos de vista empezó a resultar molesto para muchos que preferían evitarla. Nunca imaginé que las cosas alcanzarían el extremo al que llegaron. Me lo contó él mismo cuando el verano pasado me comunicó su decisión de separarse. Y conocí más detalles leyendo el escrito que me mandó el mes de octubre. LFG es una persona de firmes convicciones religiosas, así que desde el primer momento tuvo claro que solicitaría ante la autoridad de la Iglesia Católica el reconocimiento de que su matrimonio había sido inválido. Me enteré entonces, no lo sabía, de que el primer paso en este tipo de procesos era la redacción de un memorándum en el que el interesado explica la historia de su vida conyugal hasta llegar a la ruptura. Me envió una copia para que preparara mi testimonio. Me impresionó su lectura. A través de ella supe que, en realidad, las dificultades en la convivencia habían comenzado desde el primer momento. Incluso durante su luna de miel. Antes, por lo tanto, de su calurosa exaltación de la vida matrimonial en La Punyalada. Entenderéis que no entre en más detalles. Pero no he dejado de pensar en ello desde entonces. En parte porque en los últimos años he tenido ocasión de asisitir desde la primera fila al triste espectáculo de otras rupturas. Las suficientes como para saber que la especie, tan difundida en determinados ambientes, del «nos hemos separado pero hemos quedado como amigos» es una solemne mentira, pensada para aparecer ante los demás como personas civilizadas. Todas las rupturas que he presenciado han resultado traumáticas y dolorosas. No puede ser de otra manera: es la quiebra del principal proyecto personal de vida que deja tras de sí un reguero viscoso de amargura. Una enfermedad social que hipócritamente nos negamos a reconocer. Pero bueno, tampoco voy ahora a haceros un discurso sobre ello.
Marco Ridella me acompañó en coche hasta el aeropuerto el sábado al mediodía. Al pasar frente a la iglesia de Santa Maria Regina della Pacerecordé, una vez más, que tenía pendiente visitarla para ver la Immacolata de Bronzino que supuestamente retrata a Eleonora. Quisiera haber aprovechado lo que me quedaba de día para saludar a algunos amigos a los que no veo desde el pasado verano, pero mis planes se vinieron abajo por el diluvio que esa tarde cayó sobre la ciudad. ¡Otra vez será! Me volví a sentir, una vez más, como un extraño. Aunque mi vida en Florencia ha perdido ya el aura de novedad que la iluminaba en los primeros meses, tenía ganas de regresar. Así que ayer por la mañana me presente en las oficinas del obispado con la maleta para dirigirme directamente al aeropuerto así que acabara mi declaración. Todo fue menos solemne de lo que esperaba. De hecho, una conversación en tono coloquial en la sencilla oficina de muebles metálicos del instructor de la causa que resultó ser un joven padre de familia cercano y expansivo. En menos de una hora, el trámite estaba resuelto. Aún me daba tiempo de pasar por la Academia de les Bones Lletres, una venerable institución que tiene su sede en un magnífico palacio medieval situado a pocos metros de la catedral, para recoger un libro que Sergio Vila Sanjuán me había dejado ahí para que lo reseñara en el suplemento cultural del diario La Vanguardia. En el patio gótico del edificio me crucé con Ada Colau, la joven y controvertida alcaldesa de Barcelona, que estaba siendo entrevistada por una cadena de televisión. Me sorprendió la amabilidad con la que me respondió cuando le pedí disculpas por cruzarme entre ella y la cámara. Pensaba que LFG, que había insistido en que nos encontráramos después de mi declaración, me acompañaría hasta el aeropuerto de Girona de donde partía mi vuelo de regreso. Pero se limitó a acompañarme hasta la estación de autobuses. Sentado en la desolada terminal frente a una pantalla que indicaba que la salida del vuelo se demoraría no menos de dos horas empecé a tomar las notas que ahora estoy poniendo en orden para escribir este post.
¿Por qué fracasan tantas relaciones? Medio en broma, medio en serio, suelo comentarles a mis estudiantes que el romanticismo se ha convertido en una carcoma para el buen funcionamiento de la vida en pareja. Me miran con ojos como platos. ¿Usted no cree en el amor?, me interrogó en cierta ocasión una jovencita con aspecto de estar súper enamorada. Por supuesto que creo, le respondí. En lo que no creo es en los flechazos y otras tonterías sentimentaloides que igual que llegan se van. La iglesia católica ha establecido la obligatoriedad de realizar unos cursos previos en los que se explica a los tortolitos que lo que les espera no es precisamente un camino de rosas. No sé si sirven de mucho, imagino que de todo habrá. Pero, ¿quién les cuenta a los que, cada vez más, deciden pasar directamente por el juzgado o, simplemente, irse a vivir juntos sin más preámbulos? Nadie. Y los resultados están a la vista.
¿Se puede estar enamorado de un hombre a quién ha elegido tu padre pensando exclusivamente en sus propios intereses? O, viceversa: ¿se puede llegar a querer a una mujer, que no era tu primera opción, con la que te acabas casando para salvar el pellejo? Mateo Renzi, y con él otros muchos, está convencido de que sí; de que a pesar de los espreos motivos que les llevaron al altar estuvieron profundamente enamorados. Al menos, así me lo dijo una fría mañana del mes de febrero en su despacho de alcalde de Florencia en Palazzo Vecchio. ¿Que qué hacía yo ahí? Bueno, todo fue cosa de Rosa Scala. El interés de mi visita no era otro que las pinturas que narran algunos momentos de la vida de Eleonora, como su partida de Nápoles rumbo a Florencia o su llegada a la villa de Poggio a Caiano.
—«Esas pinturas se encuentran en el despacho del sindaco», nos respondió la funcionaria municipal cuando le solicitamos autorización para verlas.
—«No se preocupe, no nos molesta que esté el sindaco», le respondió Rosa con una naturalidad que desarmó a nuestra interlocutora.
—«Pero quizá a él sí que le importe»
—«La única forma de saberlo es que se lo pregunte» replicó Rosa. Y así quedamos que haría.
—«El señor Renzi les espera mañana a las 8 de la mañana para mostrarles personalmente las pinturas», fuimos informados al día siguiente.
Pocos días más tarde los diarios anunciaban su nombramiento como presidente del gobierno italiano.
Como todos los matrimonios entre poderosos que tenían intereses que proteger, el de Cosimo y Eleonora fue un matrimonio de conveniencia. Afirmar otra cosa, como algunos han hecho, dando a entender que se habían quedado mutuamente prendados durante su encuentro en Nápoles con motivo de la boda del duque Alessandro con Margarita de Austria (un encuentro del que no hay noticia alguna) resulta una simpleza. Chico conoce chica durante una fiesta y quedan flechados. Por supuesto, eso no funcionaba así. Había demasiado en juego.
Otra cosa distinta es que, ante la posibilidad de elegir, Cósimo optara por Eleonora y rechazara a Isabel, su hermana mayor, de la que le llegaron informaciones de lo más desalentadoras: «ma havevo ben sentito que la (Isabel) era bruttissima” (he oído de buena fuente que Isabel era feísima), escribió el embajador Angelo Niccolini en una carta mil veces citada por los historiadores; no satisfecho con semejante rudeza, cargó todavía más las tintas unas líneas más abajo: «según los comentarios que circulan por aquí, la mayor (Isabel) es fea y por su inteligencia el hazmerreir de Nápoles» (secondo la relatione et fama di qui, la maggior è brutta, et di cervello il lubrido di Napoli en ASF, Med. 3261, c. 142r.) Ahora bien, ¿seguro que el embajador quería decir lo que nosotros entendemos a simple vista? Casi seguro que no. El término «brutta» no necesariamente tenía por qué referirse a su aspecto físico sino, mucho más probablemente, a la edad, a la «brutta età», es decir, al hecho de que por ser mayor estaba en peores condiciones de garantizar lo que Cósimo más necesitaba en ese momento: una abundante descendencia (Isabel Ruiz Garnelo, «Esposa, madre, spagnola y regente»107). Pedro de Toledo sabía que Cósimo no era el único candidato que pensaba de ese modo. Muy probablemente, el pasar del tiempo sin encontrar marido era la causa de que Isabel llegara a convertirse en el «hazmerreir» de las malas lenguas. De ahí su inquietud por «colocarla» lo antes posible: «penso che il vicerè desideri dar via questa, come maggior d’età, et più difficile a trovare conditione» (pienso que el virrey desea dar salida a esta -a Isabel- por ser mayor de edad y más difícil encontrarle acomodo) siguió escribiendo Niccolini. Aunque, a su parecer, no se podía descartar que, astutamente, el virrey estuviera ofreciendo a Isabel «para vender mejor la otra (Eleonora)». Por mucho que nos horrorice este lenguaje brutal, así era como funcionaban las negociaciones matrimoniales del momento. Sin margen para flechazos ni melifluos enamoramientos.
A pesar de todo esto, desde el mismo momento en que se firmaron las capitulaciones hubo un indisimulado empeño en el entorno de Cósimo por exaltar la sinceridad del sentimiento que les unía. La comparación de su enamoramiento con los otros dos grandes amores de la historia florentina, el de Dante por Beatriz y el de Petrarca por Laura, fue uno de los leit motiv de la ceremonia con que la nueva duquesa fue recibida en la ciudad (Mary Watt, «Veni sponsa. Love and Politics»pp. 25-26). Y esto era tan solo el preludio de un mantra que ya había comenzado a recitarse meses antes y que sería repetido hasta la saciedad en los años siguientes. Ahí va tan solo una pequeña muestra.
«La señora duquesa (como empezó a ser designada desde el primer momento) dice que está muy contenta y satisfecha al máximo», escribió Jacopo de’ Medici, otro de los agentes de Cósimo en Nápoles, pocas semanas después de cerrar el acuerdo (cit. por Ana Baia,Leonora di Toledo, Duchesa di Firenze).
Movido por la impaciencia de encontrarse con su esposa, Cósimo no pudo esperar a su llegada a Pisa, y fue a esperarla en el camino que la conducía desde Livorno, donde tuvieron «los saludos maritales y las caricias» (le maritali salute et chareze) afirmó por su parte Pierfrancesco Giambullari en el relato del viaje y entrada en Florencia de Eleonora, compuesto por encargo del duque (Pier Francesco Giambullari,Apparato et feste nelle nozze dello Illustrissimo signor duca di Firenze et de la duchessa sua consorte,Firenze, 1539, p.4).
«Por todos es conocido que ella (Eleonora) y su esposo encarnan mejor que nadie el verdadero y sincero amor que resulta deseable entre marido y mujer» (per voce di tutti manifesto che quel vero e sincero amore che tra marito e moglie si ricerca come ogni sua qualità espresso tra lei e il suo illustrissimo consorte) proclamó Pietro Lauro en la dedicatoria a la duquesa de Florencia de una edición veneciana del Dell’ufficio del marito, come si debba portare verso la moglie,del humanista valenciano Juan Luis Vives, (cit por Maria Pia Paoli,Di madre in figlio: per una storia dell’educazione alla corte dei Medici,Firenze, 2008, p. 77).
«[Cosimo] la ama tanto que no va a ninguna parte sin ella (salvo a la iglesia) y tiene fama de ser muy casto», recogió en su diario el viajero inglés William Thomas haciéndose eco de las voces que circulaban por la ciudad. (William Thomas, The History of Italy (1549), Ithaca, 1963, p. 95, cit. por Caroline P. Murphy, Isabella de’ Medici, Londres, 2008)
«Y vivió (Cosimo) con ella (Eleonora) muy contento, amándose mutuamente cuanto se pueda imaginar» (e visse con essa molto contento, amandosi scambievolmente quanto si possa creder), escribió Giovan Battista Adriani, un antiguo republicano fichado por el duque para engrosar de la Academia Fiorentina (Giovan Battista Adriani,Vita di Cosimo de’ Medici,A. Bartoli ed., 2ª ed. Bologna, 1968, pp. 19-20)
« [la duquesa] gobernaba en gran parte del estado, amándola el duque sobremanera, queriendo que fuese partícipe de todos los consejos públicos» (governava in gran parte lo stato, amandola il duca suprammodo, e volendo ch’ella fusse partecipe di tutti i consigli publici; Bernardo Segni,Istorie fiorentine,Firenze, Barbera Bianchi e comp. 1857, p. 374).
«La duquesa su mujer era por él (Cósimo) amada más que su propia vida, de modo que podía todo aquello que quería» (La Duchesa sua moglie, da lui, più che la propia vita amata e che poteva ciò ch’ella voleva (Domenico Mellini, Ricordi intorno ai costumi, azioni e governo del sereniss. gran duca Cosimo I, Firenze, 1820, p. 21).
«De Cósimo fue muy amada…tanto como una mujer puede llegar a ser amada por el marido» (da Cosimo fu molto amata…; quanto moglie fosse potuta da marito amarsi(C. Bronzini, Delle dignità e nobiltà delle donne,Firenze, 1624-32).
A la luz de éstas y otras muchas declaraciones semejantes, no resulta extraño que el tópico del matrimonio enamorado haya llegado hasta nosotros y que Mateo Renzi lo presente a sus visitantes como un hecho incontrovertible.
¿Cómo explicar entonces que tanto amor no quedara reflejado en ninguna de las muchas pinturas que encargaron? ¿Por qué siempre aparecen por separado en sus retratos? ¿No hubiera sido ésta una buena forma de reforzar con imágenes el contenido de las palabras? Bueno, la respuesta a estas cuestiones sería larga, así que mejor la dejamos para otro momento. Me conformo de momento con recordar que eso de los selfies de parejitas amarteladas no formaba parte de su universo. De hecho, la única representación contemporánea en la que aparecen el uno frente al otro, mirándose fijamente a los ojos y rodeados por cinco de sus hijos es la que os he dejado en el encabezamiento de este post. Se trata de una pieza de ónix de diminutas dimensiones labrada por el tallador Giovanni Antonio de’ Rossi en los últimos años de la vida de Eleonora. Se trata de un cameo, tipo de joya muy valorada en la época, que actualmente se conserva en la sala delle gemmedel Palazo Pitti.
Algunos de mis colegas, han otorgado mucho crédito a la carta que el 8 de julio de 1541 le escribió Caterina Cibo a la duquesa de Urbino, Eleonora Gonzaga por considerarla un testimonio libre de intereses: «El Sr. Duca e Duchessa innamoratissimi insieme, mai stà l’unno senza altro» (El señor duque y la duquesa están profunfamente enamorados y ninguno está nunca sin el otro). (cit por Cox-Rearick en Bronzino’s Chapel of Eleonora in the Palazzo Vecchio, p. 33). Al hacerlo, han pasado por alto no solamente que Caterina era pariente de Cosimo sino que su hermano, el cardenal Innocenzo Cibo, fue uno de los principales muñidores de la elevación de Cosimo al ducado de Florencia. O, lo que es lo mismo, que estaba profundamente interesada en el buen funcionamiento de la sociedad.
¿Por qué tanto interés en extender a los cuatro vientos el amor entre los duques?. Mary Watt ha sugerido la posibilidad de que este fuera el modo que encontró Cosimo de publicitar la consistencia de su lealtad al emperador representado en Florencia por la figura de Eleonora. Seguramente, hay algo de cierto en ello. Pero hay más. Este matrimonio fue, ante todo, una sociedad con intereses bien concretos. Pregonar el amor entre los esposos era un modo de transmitir, tanto al entorno imperial como a sus múltiples adversarios, que la sociedad seguía funcionando.
La castidad de Cósimo
Lo más sorprendente de esta historia es que, según todos los indicios, estas proclamas fueron algo más que palabras. ¿Realmente estaban Cósimo y Eleonora tan enamorados?. Mary Watt, una historiadora de la literatura que estudió las fiestas organizadas en Florencia con motivo de la llegada de ella, ha considerado que el interés no tenía por qué estar reñido con el amor sincero. Y como prueba de ello menciona la decisión de la joven pareja de compartir unos días de intimidad, una especie de luna de miel, en la villa de Poggio a Caiano antes de la solemne ceremonia de entrada (Mary Watt, «Veni sponsa. Love and Politics», 24). Menuda tontería. Esto era exactamente lo que hacían, y seguirán haciendo durante siglos, todos los gobernantes, a la espera de los últimos preparativos de la fiesta de recepción. En Barcelona lo hacían en el monasterio de Valldonzella, en Madrid en el de los Jerónimos y en Nápoles en la villa del padre de Eleonora en Pozzuoli.

No quisiera meterme ahora en vericuetos que podrían llevarnos demasiado lejos. Pero hay algo que me parece fundamental destacar: la idea del enamoramiento que pudieran tener dos príncipes que vivieron hace cuatrocientos cincuenta años, no tiene nada que ver, por mucho que las palabras para designarlo puedan ser las mismas, con la nuestra. Michel Foucault nos enseñó mucho sobre eso aunque los historiadores hemos tardado en aprender la lección. Solo recientemente, la historia de las emociones, que son una experiencia construida culturalmente, ha empezado a estar en la primera línea de nuestros intereses. Sea como sea, presentar a nuestra pareja como si de dos jóvenes actuales se tratara es una deformación de la realidad que, por desgracia, se sigue repitiendo, no solo en multitud de escritos de todo tipo sino, más todavía en las explicaciones que reciben los miles de turistas que cada año visitan Florencia. Recientemente adquirí en la librería del Palazzo Vecchio un librito escrito por una guía turística, Francesca Rachel Valle, cuyo título lo dice todo: Eleonora de Toledo, sposa amata di Cosimo I de’ Medici. Puedo entender que una guía turística pueda escribir un librito como este, repitiendo todos los tópicos habidos y por haber, para consumo de su clientela. Lo que me cuesta más es que una historiadora como Paola Maresca se dedique a reproducir el mito como hizo el otro día en la presentación del libro en la librería Salvemini

Una cosa, sin embargo, parece cierta: la conducta de Cósimo fue ejemplar durante el tiempo que vivió con Eleonora. Como os acabo de decir, al viajero William Thomas no solo le dijeron que estaba muy enamorado de su esposa, sino que «tenía fama de ser muy casto». ¡Y eso sí que no entraba en ninguna de las previsiones! Todos aquellos que en su momento habían apostado por el joven duque, tenían razones para esperar mucho de él: que fuera leal a los objetivos políticos compartidos, que aplastara a los discrepantes, que acudiera en socorro de sus amigos… Pero nadie le pedía que fuera fiel a su esposa. De hecho, ninguno de sus principales mentores lo fueron. Ni Carlos V, que tuvo varios hijos extramatrimoniales, ni su suegro, Pedro de Toledo, que después de enviudar vivió en público concubinato (no sabemos que Eleonora se quejara nunca de ello), podían dar mucho ejemplo de ello. El propio historial de Cosimo, permitía albergar pocas esperanzas. Antes de su matrimonio había tenido una hija preciosa, Bia. A Eleonora eso no pareció importarle demasiado: aceptó a Bia y la educó como si fuera propia. Tampoco el de su familia. No hay más que ver como se comportó su padre, Giovanni delle Bande Nere. Y sin embargo lo fue. «Non si sa dopo che egli è principe, che abbia mai conversato se non con la signora duchessa sua moglie, il che lo fa molto più ammirabile, per esser questa una delle maggiori soddisfazioni dei sudditi ed una delle loro maggiori contentezze», escribió el residente veneto Vincenzo Fedelli, que no tenía razón alguna para alabarle, más bien al contrario. (No se sabe que, desde que es príncipe, haya hablado nunca con mujer alguna sino es con la señora duquesa, su mujer, lo que lo hace muy admirable por ser esta una de las mayores satisfacciones de los súbditos y uno de sus principales motivos de alegría; Vincenzo Fedelli, Relazione, p. 147).

El hecho de que su conducta experimentara un vuelco drástico tras la muerte de Eleonora en 1562, otorga todavía mayor valor a este modo de comportarse, que ha sido habitualmente presentado como la prueba del algodón del amor que los unió y la influencia que ella ejerció sobre él. Los panegiristas al servicio del régimen mediceo tendieron un tupido velo sobre este cambio que, por supuesto, no pasó por alto a los aviesos embajadores venecianos que rápidamente se lanzaron sobre la presa. En el pasado mantuvo «un gran respeto por el honor de las mujeres, que observó con mucha alabanza en vida de la duquesa, su mujer», escribió Lorenzo Priuli al senado de su ciudad, «pero después de la muerte de la duquesa se ha convertido casi en otro porque, dejando de lado todo respeto, hace el amor, se puede decir que públicamente, con muchas y especialmente con una de las principales damas de Florencia», añadió en alusión a su amante Camilla Martelli con quien se acabaría casando en 1567, tras el nacimiento de un nuevo hijo, para disgusto del resto, especialmente de Isabella (ha avuto in effetto e fatto aver rispetto grande all’onor delle donne; la qual cosa ha osservato in vita della duchessa sua moglie con molta sua laude. Ma doppo la morte de la duchessa, è diventato quasi un altro, perchè, posto da parte ogni rispetto, fa l’amore si puo dire publicamente con molte, e massime una delle principali gentildonne di Fiorenza; Lorenzo Priuli, Relazione, p. 190).
Movido por la aspiración de preservar su buen nombre, el historiador florentino Arnaldo D’Addario, creyó encontrar la explicación de esta conducta en los «impulsos eróticos debidos al avance de la esclerosis cerebral, el mal que se había manifestado ya en los últimos meses de vida de Eleonora» (Arnaldo D’addario,“Eleonora di Toledo duchessa di Firenze e Siena”, in Donne di Casa Medici, Firenze, Arnaud, 1968 (2ª ed. 1993) p. 42). Resulta una pobre justificación. Para los venecianos, la explicación era bien distinta: toda la virtud de Cosimo en las décadas anteriores era mérito de Eleonora: «aquella prudencia, aquella constancia, aquella continencia que usó el duque en tiempo de la duquesa su mujer, dependía totalmente del buen consejo y la buena voluntad de ella, de lo que se puede concluir que la buena fortuna y el consejo de la duquesa han tenido más parte en la grandeza del duque que su misma prudencia, viéndose claramente que después de la muerte de ella las cosas de Su Excelencia (Cosimo) no funcionan con la dignidad ni con la satisfacción de los súbditos con la que funcionaban antes» (che quella prudenza, quella costanza, quella contineza, che ha usata il duca al tempo de la duchessa sua moglie, tutto dipendeva dal buon consiglio e dalla buona volontá di lei, concludesi dalla maggior parte che la buona fortuna prima, el poi il consiglio della duchessa, abbino avuto maggior parte nella grandezza del duca che la prudenza di esso medesimo, vedendosi chiaramente che doppo la morte di lei le cose di Sua Eccellenza non son passate con quella dignitá né con quella sodisfazione de’ sudditi che passavano innanzi; Lorenzo Priuli, Relazione, 191).
Toda prudencia será poca a la hora de juzgar una valoración escrita por alguien que pocas líneas antes ha afirmado que los principales ciudadanos florentinos odiaban a Cósimo «como usurpador de su libertad» (come ad usurpatore della libertá loro). Sea como fuere, pocos textos de la época atribuyen a una mujer un papel tan determinante en la consolidación del régimen político que permitió a los Médici afianzarse durante trescientos años en el gobierno del ducado de la Toscana.
Y, ¿qué decir de ella? ¿Estuvo Eleonora tan enamorada de Cósimo como los diversos testimonios dieron a entender? Desde luego, las cosas no fueron tan sencillas. Pero, con vuestro permiso, dejo esto para el próximo post.
Para saber más
Baia,A., Leonora di Toledo, Duchesa di Firenze e di Siena, LTodi, Foglietti, 1907.
Cox-Rearick, J.,Bronzino’s Chapel of Eleonora in the Palazzo Vecchio, California Studies in the History of Art, 29, Berkeley, CA, 1993.
Ruiz Garnelo, Isabel, “Esposa, madre, spagnola y regente. La identidad de Eleonora de Toledo a través del arte”, en Ester Alba Pagán, Beatriz Ginés Fuster y Luis Pérez Ochando, coords, De-construyendo identidades: la imagen de la mujer desde la modernidad, Quaderns Ars Longa/ Cuadernos Ars Longa,6 (2016), pp. 105-118.
Segarizzi, Arnaldo,a cura di, Relazione degli Ambasciatori Veneti al Senato, Bari, Gius. Laterza & Figli, 1916. “Relazione di Firenze di messer Vincenzo Fedeli segretario dell’Illustrissima Signoria di Venezia tornato dal Duca di Fiorenza nel 1561”, en pp. 123-174; Relazione del clarissimo messer Lorenzo Priuli ritornato ambasciatore de Fiorenza per le nozze del Principe l’anno 1566”, pp. 175-205.
Watt, Mary A.,“Veni sponsa. Love and Politics at the Wedding of Eleonora di Toledo” en Eisenbichler, K.(ed.), The Cultural world of Eleonora di Toledo. Duchess of Florence and Siena, pp. 18-39.