Preferiría no tenerlo que decir pero lo cierto es que mientras escribo este post me encuentro en estado de frustración: he tenido que dedicar todo el día a hacer una de las cosas que menos me gusta: pedir dinero para financiar la investigación. El doctor Valentí Fuster que es nada menos que director médico del Hospital Monte Sinaí de Nueva York y uno de los cardiólogos más reconocidos del mundo, explica en su libro El círculo de la motivación que a diario dedica unas horas después de la cena a redactar applications con el fin de obtener recursos para su investigación. Yo me encuentro lejos de tener tan incorporada una actividad como ésta que en los últimos años se ha merendado gran parte de mi tiempo con resultados en ocasiones decepcionantes. Pero, por lo visto, no me queda otra si aspiro a sacar adelante proyectos ambiciosos y obtener recursos para ayudar a los jóvenes investigadores. Espero que algún día tenga ocasión de presentaros a algunos de ellos. De momento os dejo en el encabezamiento de esta entrada una fotografía tomada el invierno pasado. No tengo reparo en aceptar que son de lo mejor que ha pasado por mi vida en los últimos años
El caso es que con mi amigo Franco Benigno, profesor en la Universidad de Téramo y unos de los historiadores italianos de mayor calado intelectual (y no lo digo porque sea mi amigo sino porque estoy convencido de ello), decidimos presentar a la agencia HERA (Humanities in the European Research Area), una propuesta de trabajo sobre la apelación a los traumas colectivos del pasado en la argumentación política del presente. Las bases de la convocatoria exigían formar una red de investigadores de diversos países. Tras no pocas negociaciones logramos articular un equipo, a mi juicio altamente competitivo, formado por investigadores alemanes, ingleses, belgas y lituanos además de italianos y españoles. Gracias a la excelente memoria concebida en gran medida por Franco superamos los primeros estadios del proceso de selección. Mi esperanza era que la resolución definitiva se publicara antes de iniciar la estancia en Florencia. Pero no ha sido así. A mediados de agosto nos comunicaron que para participar en la etapa final teníamos que redactar un nuevo informe en el que especificáramos la metodología que seguiríamos y las aplicaciones prácticas de los resultados que obtuviéramos. Y a este informe es al que he consagrado todo el día de hoy. Me hubiera gustado recibir más feedback por parte de mis colegas pero debo asumir que como coordinador de la propuesta recae sobre mí la responsabilidad de la tarea. Menos mal que al menos cuento con la colaboración de Valentina Tageo, una excelente project manager que es quien lleva directamente todo lo relacionado con la preparación del presupuesto económico, un capítulo que me desborda por completo.
Mientras trabajo en mi habitación de la Accademia dei Ponti la mirada se dirige de vez en cuando a través de la ventana situada frente a mí. Al otro lado una villeta coquetona del estilo de las que abundan en la zona de Sarriá de Barcelona (aunque allí esta clase de edificaciones son conocidas como torres) de muros blancos, contraventanas verdes y tejas alfombradas de verdín. Siento tristeza al contemplar lo que sin duda fue en su día un primoroso jardín dominado por una acacia de amplia copa ahora colonizado por hierbajos y una familia de gatos que saltan de un lado a otro los muros de la vecina villa Fabriccotti en busca de comida. Me han contado que su última ocupante fue una anciana que residía con la única compañía de una sirvienta. Cuando falleció sus hijos discutieron por el repartimiento de la herencia y, ante el desacuerdo, optaron por transformarla en un condominio con el fin de repartirse los beneficios de la venta de los apartamentos. Pero el ayuntamiento frenó el proyecto por considerar que esta clase de viviendas no tenía cabida en los planes urbanísticos de un barrio residencial como este. Cuando se dieron cuenta de que los ocupas habían echado el ojo al caserón los discutidores herederos decidieron tapiar todas las posibles entradas lo que confiere al edificio el aspecto de siniestra fortaleza.
A media mañana me entra un correo de Bartolomé Yun Casalilla en el que me habla de su contribución a un libro colectivo que estamos preparando. Y de su preocupación sobre la situación política que se vive en Cataluña. Bartolomé ha sido en estos últimos años el director del Departamento de Historia y Civilización en el Instituto Universitario Europeo y aunque ahora ha regresado a la Universidad Pablo de Olvide de Sevilla, tiene previsto venir en los próximos días a Florencia para asistir a la inauguración del curso con sus antiguos colegas. Quedamos en buscar un momento para encontrarnos. Tengo ganas de hablar con él ya que conoce a la perfección el mundillo de los historiadores internacionales de Florencia. Seguro que me dará buenos consejos.