Mentiría si negara que, a pesar del tiempo que llevo en este oficio, he empezado el día un poco nervioso. Me han dicho tantas cosas sobre cómo es la vida en la VIT (Villa I Tatti) que me carcomía la incertidumbre por lo que pudiera encontrar. Que si se trata de una especie de comunidad religiosa con horarios súper pautados; que si el nivel de exigencia es muy alto; que si la convivencia entre los investigadores resulta complicada… en fin. Me quedaba poco para descubrirlo por mis medios. A las 11 estaba convocada una reunión de los nuevos fellows para realizar las presentaciones. ¿Qué se esperaba que dijera sobre mí mismo? Y una de los puntos que más me preocupaba, ¿en qué idioma tendría que hacerlo? Desde que me estallaron los tímpanos durante un brutal aterrizaje, gentileza de Ryanair, en el aeropuerto de Girona, mi audición ha quedado muy mermada a pesar de las tres operaciones a las que me he sometido y de los audífonos que debo usar de forma habitual. Con el tiempo he desarrollado una habilidad para leer los labios cuando me hablan en catalán o castellano pero no he conseguido hacerlo cuando se trata del inglés. Menos todavía si mi interlocutor utiliza contracciones.
A las 8 de la mañana la via Bolognese estaba congestionada por el tráfico. Alguien me ha explicado luego que esta es la carretera que utilizan muchos de los que se dirigen al hospital de Carreggi. He hecho una parada frente a un bar tabacheria situado a pie de carretera en el Cionfo. Un pequeño grupo de hombres discutía sobre el partido jugado ayer por la Fiorentina. La culpa es de haber vendido a Borja Valero aseguraba uno de ellos con autoridad. Tendré que informarme de quien ese tal Borja. Me da vergüenza decirlo pero he vuelto a caer en la tentación. He comprado una cajetilla de cigarrillos Café Creme y me he fumado uno. Ya sé que ha sido una idiotez después de tanto tiempo sin fumar pero necesitaba relajarme. Me ha invadido la mala conciencia y he tirado el resto de la cajetilla en una papelera.
Al menos he sido capaz de recordar el trayecto y llegar sin perderme. Cosa extraña en mí, lo reconozco. Como ya comprobé en mi exploración del viernes pasado, la VIT tiene varias entradas.La primera con la que te topas entrando desde Setigliano es la de la verja del jardín situada a pocos metros del Ponte a Mensola en la confluencia del sendero que conduce a la iglesia de San Martino. Me ha parecido claro que esa no era la mía, de modo que he seguido ascendiendo la via di Vincigliata hasta una pronunciada doble curva donde se encuentra lo que parece el portón principal. Varias motos aparcadas en un equilibrio inestable en un pequeño recodo de la carretera confirman mi suposición. Trato de acomodar la mía como buenamente puedo. Me dirijo a la entrada. ¿Qué hago? ¿Toco el timbre? Da la impresión de estar desconectado. En eso que veo ascender por la carretera, resollando, una joven de dimensiones generosas. Decido preguntarle. Es la siguiente puerta, me responde. Decido seguirle. Aplica su tarjeta magnética sobre el dispositivo de control de acceso y los dos batientes de la puerta se abren lentamente emitiendo un agudo chirrido.La sigo sin mediar palabra a pesar de que me observa con desconfianza. Ya en el interior un camino de tierra conduce hacia lo que tiene toda la apariencia de ser un rústico almacén para guardar los aperos de labranza. No me encaja con la idea que tenía de este lugar. A mano izquierda se abre una plazoleta rodeada de edificios alrededor de un surtidor con una bañera circular. ¿A cual de ellos debo dirigirme? Lo mejor, pienso será seguir a la mujer de pocas palabras y mirada desconfiada. Pero entre tanto la he perdido de vista. Frente a mí un porche con una hilera de puertas. Me dirijo a la única que está abierta. Buenos días, ¿sabes donde puedo encontrar a Susan Bates? le pregunto al joven corpulento que está ordenando los objetos de su librería. No sé quien es Susan. Soy nuevo aquí, me responde. Lo mejor será que preguntes en la biblioteca. Lo haría si supiera como llegar, le respondo. Justo al otro lado de la plaza me explica mientras amablemente me acompaña. Es verdad, ¿cómo no me había dado cuenta antes del enorme rótulo situado sobre el ingreso: Berenson Library. Allí voy. La puerta de cristal está cerrada. Un guardia de seguridad me abre desde dentro después de observarme atentamente. Buenos días, hoy es mi primer día en la Villa i Tatti y estoy un poco desorientado. ¿Podría hablar con Susan Bates? Quien me responde no es el guarda que ignorándome por completo ha vuelto a enfrascarse en la lectura de la Gazzeta dello Sport sino una mujer de mediana edad, delgada, afable y sonriente. No necesito que me diga quien es. La reconozco enseguida gracias a una de las fotografías de la página web que estudié atentamente ante de salir de Barcelona. Se trata de Patrizia Carella, la recepcionista. Me pide que la espere mientras la llama por el teléfono. Susan aparece a los pocos minutos con su amplia sonrisa y su corta melena blanca. Es la encarnación de la exquisita amabilidad tan habitual en las universidades anglosajonas y tan extraña en las españolas. Tras las preguntas de rigor por mi viaje, el alojamiento y el modo como pienso llegar cada día hasta la VIT se dirige a un casillero situado a la derecha de la entrada mientras me explica que la villa dispone de un pullmino para trasladar a los investigadores que viven en la ciudad. En caso de que te convenga utilizarlo debes comnicarlo a Gennaro, el conductor. Cuando le hablo de mi intención de desplazarme en moto me recuerda los peligros que acechan a los conductores poco habituados al tráfico italiano. Le prometo tenerlo en cuenta y ser prudente. De la casilla rotulada con mi nombre había extraído una carpeta de cartón en cuyo interior aparece el manual de instrucciones, el plano de la villa, los horarios y, lo más importante de todo para mi: la tarjeta magnética blanca que me abrirá todas las puertas a excepción, claro está, me advierte, de la residencia particular de la directora. Advertencia innecesaria, pienso. No tengo la menor intención de colarme en la casa de Alina Payne. Mientras imparte instrucciones y consejos entremezclados con preguntas sobre mi trabajo, Susan aprovecha para realizar otras mil tareas. Resulta indudable que no es la primera vez que recibe a investigadores desorientados. Lo primero será hacerte el carnet y conocer el funcionamiento de la biblioteca, sigue diciendo mientras llama por teléfono. Apenas ha colgado el auricular ya está entrando por la puerta de la plazoleta quien será mi guía por el recinto. ¡Se diría que se trata de la hermana gemela de Susan! Soy Angela Dressen y te voy a explicar el funcionamiento de la Berenson Library. Primero el carnet. Mira a la cámara. Gracias. ¡Vaya foto horrible que me ha hecho! Pero, claro, no voy a pedirle que la repita. Así que sonrío y le doy las gracias. Ahora vamos a realizar un recorrido por las distintas estancias del complejo. Y nunca mejor dicho porque el lugar me parece un laberinto en el que se alternan los anaqueles repletos de libros con las mesas de trabajo de los investigadores. Llegados al segundo piso de la que es a todas luces la zona más nueva de la biblioteca se detiene y me invita a contemplarlo. Este será tu lugar de trabajo. De momento sólo hay una mesa asignada, así que puedes elegir la que prefieras. No lo dudo un segundo: la de la ventana con vistas al Castillo de Vincigliata y los campos de olivos dircundantes. Pediré que pongan una cartella con tu nombre para reservarla, me responde. Te dejo para que te acomodes. Puedes llamarme siempre que lo necesites, me dice mientras desciende las escaleras.
Me quedo solo en la planta. Paseo entre las estanterías curioseando los lomos de los libros para tratar de hacerle cargo de la sección en la que me encuentro. Miro el reloj. Es tardísimo. Ahora entiendo porque no hay nadie aquí. Deben encontrarse todos en la presentación que según el programa tendrá lugar en el Gould Hall. ¿Dónde estará? Justo al otro lado de la plaza en el piso inferior del porche, me responde Patrizia. Cuando llego me encuentro a quienes serán mis colegas durante este curso sentados alrededor de una mesa enorme. Silencio absoluto. Ambiente de expectativa. En la puerta me está esperando Jonathan Nelson, el director académico de la VIT, que sin duda ha sido informado de mi llegada. Aquí está todo organizado hasta el menor detalle, pienso. Apenas me dirige dos palabras. Estamos a punto de comenzar, me dice mientras me indica el lugar que me corresponde. Siento como todas las miradas se clavan en mí. En realidad, ellos tuvieron ya un encuentro informal la semana pasada en el que se hicieron la foto de grupo que figura en la cabecera de este post. Detesto llegar el último. Debería haberme organizado para llegar antes. Apenas me siento llega Alina Payne acompañada por un perro rubio y blanco cuya raza soy incapaz de identificar. Toma asiento en la presidencia y, sin más preámbulos nos invita a presentarnos. Debemos hacerlo con brevedad y centrándonos en nuestro campo de investigación, precisa.
Me llamo John Christopoulos, vengo de la Universidad de Toronto y quiero estudiar los discursos y las prácticas sobre el “cuerpo del crimen”en la cultura del barroco basándome en los testimonios de los tribunales penales de Roma; soy Holly Flora, trabajo en la universidad de Tulane y estudiaré la influencia de los franciscanos en la pintura de Cimabue; mi nombre es Courtney Quaintance, profesora asociada de italiano en el Dartmouth College y estoy escribiendo un libro sobre la relación entre el nacimiento de la ópera, la emergencia pública de la prima donna y el modo como las voces de las mujeres fueron oídas en el siglo XVII; Jennifer Sliwka, soy responsable de la sección de arte y religión en la National Gallery de Londres y mi proyecto pretende examinar el trabajo de Domenico Beccafumi en la catedral de Siena. A medida que escucho me voy encogiendo en mi asiento. Mi nombre es Luka Špoljarić y durante este año aspiro a culminar un proyecto que comencé en la Universidad de Zagreb sobre la carrera de Nicholas of Modruš en la curia del papa Sixtus IV. Mi turno: soy Joan Lluís Palos, trabajo en la universidad de Barcelona y quiero estudiar el papel desempeñado por la duquesa Eleonora de Toledo en la consolidación del poder de los Médici en Florencia. Uf!, ya lo he dicho, Giulia Torello-Hill, investigadora asociada de la Universidad de Queensland (Australia) y me ocupo del desarrollo de la crítica literaria en el primer Renacimiento a través de la obra exegética de Angelo Poliziano sobre los textos dramáticos de la antigüedad; soy Blanca González Talavera, trabajo en la universidad de Granada y voy a estudiar el viaje a España de Francesco de Médici; mi nombre es David Rosenthal, vengo de Edimburgo y analizaré las condiciones de los trabajadores en los grandes proyectos públicos realizados en la Toscana durante los siglos XVI y XVII; soy Ingrid Houssaye (¡la chica de la entrada!) vengo de París y estudiaré los intercambios comerciales florentinos con el imperio otomano en 1500.
Soy incapaz de recordar las veinticinco presentaciones pero creo que no olvidaré durante el resto del año la de Elsa Filosa que tras explicarnos su intención de estudiar la participación de Giovanni Bocaccio en la conjura de 1360 contra el gobierno de Florencia, ha expresado con una vehemencia que contrastaba con la circunspección del resto, la emoción que sentía por vivir durante este tiempo tan cerca de la villa de su admirado poeta en la via de Corbignano a dos pasos de la VIT. Alina le felicita por su entusiasmo.
Concluido el trago (siempre he detestado estas presentaciones públicas) Jonathan nos invita a tomar un refrigerio en el jardín. Desfilamos en silencio sólo roto por inaudibles murmullos. Cualquiera diría que formamos una procesión de galeotes. Justo al final de la escalera nos esperan unos camareros ataviados con chaqueta y camisa blanca con pajarita negra plantados frente a una mesa repleta de bebidas. Poco a poco se van formando pequeños corros. Me dirijo a Blanca, la única persona que conozco. Me la presentó José Luis Cueto durante el congreso de la Fundación Española de Historia Moderna que tuvo lugar en Granada hace cinco años. Estoy perdido le comento nada más saludarla. No te preocupes, estamos todos perdidos, me responde. Y poco más porque nos interrumpe para preguntarme si ya he saludado a Alina. Todavía no, le digo. Pues debes hacerlo ya me ordena sin darme opción. Muchas gracias y bienvenido son las únicas palabras que Alina se digna a dirigirme. Creo que en el futuro tendré que esforzarme si quiero conquistar su confianza.