Sin duda alguna, el mirador más popular de Florencia es el del piazzale Michelangelo situado al pie de la abadia de San Miniato al Monte. A diario, miles de turistas tratan de hacerse un hueco junto a la baranda de piedra que protege la explanada para hacerse una foto con la imagen de la ciudad al fondo. Una imagen que, a fuerza de ser reproducida, se ha convertido en un icono. Desde luego, se trata de una vista impagable, con la hilera de armoniosas edificaciones que costean el lungarno delle Grazie en primer término y los principales símbolos de la ciudad agazapados tras la orilla derecha del río: la basílica de Santa Croce, el duomo vanidoso mostrando su mejor cara, el campanille de Giotto, la enhiesta torre de Arnolfo reivindicando los gloriosos tiempos de la república medieval, el ponte vecchio en el extremo izquierdo y al fondo, como estirando el cuello para salir en la foto, la cúpula de la iglesia de San Lorenzo y los puntiagudos campanarios de la Badia Fiorentina y Santa María Novella. Todo ello enmarcado por las estribaciones de los Apeninos convertidas en suaves ondulaciones al alcanzar la Toscana. Entiendo perfectamente la fascinación que sobre tantos ejerce este palco incomparable. Aunque personalmente, como ya dije, prefiero la vista desde las pendientes de Fiesole. Me parece mucho más respetuosa con los deseos de la naturaleza. Para mi gusto, el piazzale Michelangelo tiene un aire de artificiosidad impostada que lo hace irreal. Por supuesto, Miguel Angel, una reproducción de cuyas esculturas más conocidas se abren paso en espacio central de la plaza entre tenderetes de souvenirs y carromatos de refrescos, nunca estuvo aquí. De hecho, su construcción formó parte del plan de Risanamento de la ciudad (lo que algunos han llamado también el Renaciomiento burgués) concebido por el arquitecto Giuseppe Poggi durante los años centrales del Ottocento, cuando Florencia fue la capital de Italia. No me extraña que en su momento recibiera muchas críticas por parte de la población local.
Esta tarde he subido de nuevo al Piazzale Michelangelo acompañado por José Manuel Leiva, un estudiante Erasmus malagueño al que conocí en la Academia dei Ponti, con el objetivo de grabar un video haciendo payasadas. Desde hace ya unos días me persigue Claudia Torras, la hija menor de mi amigo Xavi pidiéndome algo para la fiesta de celebración de las bodas de plata de sus padres. En los tiempos que corren, veinticinco años de vida en común son algo digno de ser celebrado. Así que no he podido negarme. Como no se me ocurría nada mejor, le he pedido ayuda a José Manuel, que como buen estudiante de historia del arte es propietario de una magnífica cámara de fotos, para grabar algunos fragmentos de video haciendo bromas en diversos lugares emblemáticos de la ciudad. Tranquilos, no os pienso torturar poniendo el video. Sin duda, nunca me ganaría la vida contando chistes en el club de la comedia.
La sorpresa del día ha tenido lugar en el segundo escenario que habíamos elegido para nuestra grabación, la Piazza de la Signoria, donde me he encontrado con unos contrincantes imbatibles. Se trataba de un flash mob protagonizado por frailes y monjas con su hábito de franciscanos bailando a un ritmo frenético acompañados por un coro de jóvenes ante la mirada atónita del David de Miguel Angel y la algarabía de los paseantes. Este vídeo aunque tenga poca calidad sí que os lo pongo.
Según explicaban las octavillas que nos han distribuido al final del espectáculo, éste formaba parte de las jornadas que bajo el lema Liberi per amare (libres para amar) organiza la iglesia de Florencia con el fin de despertar vocaciones religiosas entre los jóvenes. Ignoro con qué resultados. Definitivamente, el catolicismo italiano es mucho más desacomplejado que el español. Al menos que el de Barcelona donde los frailes se cuidan muy mucho de mostrarse ataviados con su hábito fuera de las iglesias. Con la excepción, eso sí, de fra Valentí Serra de Manresa, un religioso de luengas barbas, historiador y archivero del convento de los capuchinos, que no tiene el menor reparo en venir a la Facultad vestido con su sayo, sandalias a pesar de la mirada de los estudiantes, todavía más atónita que la del David de Miguel Ángel.