«Podéis llamarlo transformación. Metamorfosis. Falsedad. Traición. Yo lo llamo una educación.»
Tara Westover
En los últimos años se ha puesto de moda bautizar las exposiciones con títulos pretendidamente evocadores. Ignoro si con ello logran atraer más visitantes. A mí sólo logran confundirme ya que no siempre acierto a saber a primera vista de qué tratan exactamente. Es lo que me ocurrió con la que está teniendo lugar estos meses en palazzo Vecchio, Il Principe dei Sogni. Giuseppe negli arazzi medicei di Pontormo e Bronzino. Debo confesar que la indiferencia con la que incialmente acogí el anuncio tuvo que ver con la ignorancia y una cierta prevención hacia los tapices, un género que sólo recientemente he empezado a valorar. Lo de Pontormo y Bronzino, dos artistas que sí me interesan, y mucho, me pareció un reclamo publicitario. No es infrecuente que los museos de esta ciudad invoquen en sus actividades a grandes artistas de los que apenas se muestra alguna obra, en ocasiones secundaria. En definitivas cuentas, que cometí un error de pardillo del que ahora me avergüenzo. No me dí cuenta de ello hasta que la semana pasada Bruce Edelstein organizó una visita guiada con mis colegas de la VIT de la que no logré enterarme por los fallos en la comunicación que se están produciendo últimamente. Regresaron entusiasmados, así decidí, que no me la podía perder. He aprovechado esta tarde antes de que comenzara la presentación del volumen de Annali di Storia de Firenze del que os hablé ayer.
El objetivo de la exposición es mostrar los veinte tapices que narran la historia del José, el héroe del Antiguo Testamento, encargados por Cósimo a Jan Rost y Nicolas Karcher, dos maestros flamencos, los grandes especialistas en la materia del momento, para cubrir los muros de la Sala de’ Dugento (de los Doscientos) . Fueron tejidos entre 1545 y 1553 a partir de los dibujos de algunos de principales artistas locales como Agnolo Bronzino, Jacopo Pontormo y Francesco Salviati (que, por lo visto, no ha sido considerado suficientemente digno de aparecer en el título de la muestra).
La visita era también una oportunidad de conocer la Sala de’ Dugento donde se celebran las reuniones plenarias del Comune de Florencia, cerrada habitualmente a los visitantes. Se trata de un espacio situado en el núcleo más antiguo de palazzo Vecchio, destinado originariamente a las reuniones del Consiglio Cittadino de la república medieval pero que perdió su función con la construcción del inmenso Salone dei Cinquecento. Cósimo, que tenía su quartiere en las habitaciones anejas, lo empleó sólo en momentos muy especiales.
La mitad de estos tapices fue llevada por los Savoia, que ojalá, pienso, nunca hubieran pasado por esta ciudad, a Roma, en cuyo palacio del Quirinale se encuentran ahora. Después de una laboriosa restauración en el Opificio delle Pietre Dure, uno de los principales centros de restauración de obras de arte del mundo, los tapices han sido expuestos en Roma y Milán. Ahora le tocaba el turno a Florencia y al lugar preciso para el que fueron concebidos.

Antes de entrar en la sala me detengo en un angosto recodo donde a través de un documental se trata de preparar a los visitantes para valorar lo que les espera –Il Principe dei Sogni. Giuseppe negli arazzi medicei di Pontormo e Bronzino-. Me sorprende que una filmación, que sin duda ha requerido no pocos medios, se muestre en una pantalla tan diminuta y en un espacio con capacidad para apenas unos pocos espectadores. Por fortuna, estoy prácticamente solo en este momento, de modo que puedo sentarme en una de las cuatro sillas disponibles y contemplarlo con tranquilidad. Como otros documentales de MUSE, la empresa contratada por el municipio para difundir las actividades del los Musei Civici Fiorentini, alterna imágenes del presente con entrevistas y recreaciones históricas con actores. MUSE es también la empresa responsable de las visitas teatralizadas que periódicamente se organizan en este palacio, una actividad a la que yo mismo me dediqué durante unos años cuando, con un grupo de estudiantes del máster en Historia y Comunicación Cultural de la Universitat de Barcelona, creamos Historica Produccions, para crear proyectos de dinamización del patrimonio artístico y cultural. Quizás por eso siento curiosidad por esta clase de productos que mis colegas suelen despreciar pero que a mí me parece que logran acercar la oferta cultural a un público amplio. Ahí aparece un joven Cósimo de mirada permanentemente perdida, contemplando el magnífico artesonado de la sala donde colgarán sus tapices, exponiendo su idea a los tejedores flamencos ataviados, anacrónicamente, según el más rígido estilo calvinista en el ambulatorio de la torre di Arnolfo o examinando con deleite los bocetos de Pontormo. Y, ¡como no!, ahí está también Eleonora, de mirada dura, llamativamente envejecida y extremadamente delgada, con su inseparable cofia de perlas y su habitual zimarra. Con rostro de fastidio cuando habla con el mayordomo Pierfrancesco Riccio (ignoro si los guionistas saben que no se podían ni ver), impaciente en presencia de los artistas y risueña cuando está a solas con su marido. ¿Es así, pienso, como los florentinos de hoy día se la imaginan?
El espectáculo que se ofrece en Sala de’ Dugento resulta sobrecogedor. Ahora entiendo el entusiasmo de mis compañero de la VIT. Ahí está José en el momento de ser vendido como esclavo, prisionero en su celda por haber rechazado la indecente proposición de la esposa de Putifar, desvelando al faraón el futuro de sus dominios, perdonando a sus hermanos o reencontrándose tiernamente con su padre Jacob. ¿Qué concepto tenía de su propio destino como gobernante alguien que fue capaz de encargar un proyecto de esta magnitud?

La admiración que Cósimo sintió por el patriarca bíblico tuvo poco que ver con razones de tipo religioso y mucho con su obsesión por compararse con grandes figuras del Antiguo Testamento con el objetivo de establecer paralelismos con su propia historia personal y la de su familia. Igual que el hijo de Jacob, víctima de la envidia de sus hermanos, vienen a decirnos las historias narradas con hilos de oro, Cósimo y los suyos bebieron la copa amarga de la traición y el exilio, aunque gracias a su determinación y su disposición para perdonar a sus abyectos traidores reconquistaron el terreno perdido demostrando con ello su magnanimidad. Igual que José en el exilio de Egipto, donde llegó a convertirse en la mano derecha del faraón, Cósimo iba a mostrar sus cualidades como gobernante de Florencia, firme en sus objetivos y compasivo con sus enemigos.
Todavia faltan cuarenta minutos para que empieze la presentación cuando salgo de palazzo Vecchio. Tiempo de sobra para tomar un café en el bar San Firenze, situado en la esquina de la plaza del mismo nombre y la via dei Gonsi. Un lugar elegante con un surtido muestrario de dulces. Resisto la tentación. A fuerza de pasta y pizza me he echado varios quilos encima en los últimos meses. Tiempo también de dar un paseo por las callejuelas adyacentes. Apenas bajo al centro de la ciudad los días laborables y me sorprende lo vacía que está en esta tarde plomiza de comienzos de febrero. Nunca me ha entusiasmado la Piazza San Firenze, un espacio habitualmente atestado por tenderetes de venta ambulante y taxistas a la espera de los clientes que llegan desde la Piazza de la Signoria, presidido por el sofocante edificio del Complesso di San Firenze, que tan bien encajaría en la Roma barroca pero que tanto desentona aquí.

Pero ¿donde está el Istituto Sangalli? Según mis informaciones en el número 3 de la piazza. Aunque debo estar equivocado, pienso a medida que me acerco a lo que parece un modesto edificio de viviendas. Pero, no, no estoy equivocado, es ahí, según indica el diminuto rótulo de la entrada. No soy el único que ha dudado. Frente a la puerta del ascensor con capacidad para dos pasajeros se agolpa un pequeño grupo de personas, algunas señoronas con aspecto de frecuentar poco este tipo de actos, que intercambian la misma pregunta, ¿voy bien para ir al Istituto Sangalli? Nada más entrar en la sede que ocupa la primera planta del edificio, me percato que de modesta no tiene nada. Es lo que ocurre con otros muchos edificios de esta ciudad, que no puede ocultar sus raíces burguesas poco dadas a la ostentación: que tras un exterior humilde se esconden espacios suntuosos. Grupitos de asistentes se saludan amigablemente en el recibidor. Como no conozco a nadie, me dirijo directamente a la sala donde tendrá lugar la presentación. Un espacio exquisitamente decorado dominado por los tonos blancos. Está todavía medio vacía cuando entro. Había quedado con encontrarme con Ida Mauro que me ha enviado un mensaje para comunicarme que está acabando mil cosas y llegará con el tiempo justo. Todo dentro de lo previsto. Así que tomo asiento y me dispongo a esperar mientras ojeo el folleto con la memoria de actividades que he recogido en un estante de la entrada. ¿Cómo es que no sabía nada de esta institución que tiene una vida tan activa? A mi lado se acomoda una mujer de algo más que de mediana edad. Ella no me conoce pero yo la identifico enseguida. Se trata de Maria Pia Paoli. La identifico porque he leído uno de sus libros dedicado a la educación de los hijos de la familia Médici. Supe de él a través de Rosa Scala que lo localizó en la biblioteca del Kunst. A pesar de que proporcionaba informaciones interesantes y tenía un arranque prometedor, me decepcionó su poca sistematicidad. Como no conocía a la autora, pensé que se trataba de una más de los muchos aficcionados locales fascinados por el pasado de su ciudad. Pero resultó no ser así. Es profesora, nada menos que de la Normale de Pisa, uno de los centros universitarios más prestigiosos del país. ¡Sorprendente! Dudo sobre la posibilidad de presentarme, pero no lo hago. En parte porque no quiero someterme a la batería de preguntas que sin duda me hará pero, sobre todo, porque Ida asoma la cabeza por la puerta de la sala. Le hago indicación de que queda un asiento libre a mi lado. Apenas le da tiempo de enumerar la multitud de asuntos que tiene que atender al mismo tiempo y que hacen que, lejos de encontrar la tranquilidad para concentrarse en la investigación, estos meses en Florencia con una ayuda financiada por un proyecto europeo, estén siendo de lo más ajetreado. Un joven presentador llama nuestra atención para iniciar el acto. Mientras nos expone las actividades del Istituto, no puedo dejar de pensar el tema del libro de la Paoli. Apenas sabemos nada de la educación que recibieron los hijos de Eleonora. El texto de Guglielmo Enrico Saltini publicado en 1883 sobre la formación del primogénito varón, Francesco, no aporta nada relevante a pesar del título (Saltini, Guglielmo Enrico, «L’Educazione del Principe Don Francesco de’ Medici»).
Si el cuidado de los primeros hijos de Eleonora durante los primeros compases de su existencia fue, como ya hemos visto –Divina familia-, un asunto llevado directamente por ella y María Salviati, a medida que fueron creciendo se hizo necesario pensar en manos expertas que supervisaran su educación. Este era el terreno preferido de Pierfrancesco Riccio que por algo había sido en su día el tutor y máximo responsable de la educación de Cósimo. Mientras ocupó el cargo de mayordomo de la casa ducal, se mantuvo siempre atento al trabajo de los profesores y la evolución de los pupilos. Todo indica sin embargo que María tuvo también mucho que decir al respecto. A fin de cuentas, su secretario personal, Pasquino Bertini, fue uno de los primeros designados «alla cura de’ signorini». Pero María falleció, en diciembre de 1543, cuando sólo habían nacido cuatro de ellos: María, que entonces tenía tres años, Francesco que tenía dos, Isabella uno y Giovanni que contaba apenas tres meses.
Más adelante se sumarían otros como Chimenti Ticci, messer Guasparri Mariscotti o el maestro Cammillo di Matteo degli Elmi da Bologna. Y, sobre Antonio Angeli da Barga, hermano del célebre humanista Pietro, como profesor de latín, Giovanni di Pietro Vergezio da Candia, a quien Cósimo encomendó la dirección de una imprenta griega para publicar los más preciados códices de la biblioteca laurenciana, y, el más prestigioso de todos, Pier Vettori, un reputado helenista y profesor del Studio florentino. Que la educación de los pequeños principes era algo en lo que no se iba a regatear medios, se reflejó en los salarios que todos ellos recibieron, notablemente superiores a los de los propios secrearios ducales (Maria Pia Paoli, Di madre in figlio, pp. 80-81).
Igual que ocurre con los encargos artísticos –Un jardín para la Signora duquesa-, resulta difícil precisar el grado de participación de Eleonora en la elección de tutores y profesores. Desde luego lo hizo, y aquí sí que no cedió pese a la renuencia de Cósimo, cuando se trató de su formación religiosa. Así que conoció a los jesuitas ya no hubo otra opción posible para ella. A Diego de Guzmán, le encomendó, al parecer con gran satisfacción por parte de todos, la enseñanza de la ‘doctrina christiana´ de García y Ferdiando; la confesión a sus hijas a su venerado Diego Laínez con quien también se confesó ella. (Chiara Franceschini, “Los scholares son cosa de su escelentia», p. 195).
De lo que no hay duda es de que controló estrechamente su actividad. El propio Pasquino se sintió aliviado, y así se lo escribió inmediatamente al mayordomo Riccio, tras haber superado satisfactoriamente el interrogatorio al que le sometió Eleonora, estando en Livorno un día de finales de noviembre de 1550. El escrutinio tuvo lugar a primera hora de la mañana cuando, siguiendo el programa establecido, se disponía, en compañía de Antonio Angeli, a comenzar las lecciones. Igual que ocurria en palazzo Vecchio, en la fortezza de Livorno, residencia de la familia ducal durante sus estancias en la ciudad, para aceder a las habitaciones de los hijos había que cruzar las de Eleonora de modo que, «entrando esta mañana a primera hora para desempeñar mi oficio de enseñar a estos Señores Ilustrísimos y pasando por la habitación de la Ilustrísima Señora Duquesa, mi señora […] me hizo detener para preguntarme como iban los estudios de estos señores». A juzgar por la respuesta del preceptor, no se trataba de una pregunta casual. Francesco, que entonces tenía 9 años, estaba hasta el gorro de las lecciones de latín y, sin duda, se lo había hecho saber a su madre. Sin duda consciente de ello, Pasquino optó por templar gaitas: «le respondí que estaba contento, máxime pareciéndome que el Señor Don Francesco se iba habituando a redactar según las reglas del latín así como a aprenderlas de memoria», con la esperanza de que pronto las cosas se hicieran más llevaderas para el pequeño príncipe: « y que me parecía que solo faltaba que empezase a disfrutar con ello lo que también espero que ocurrirá pronto de modo que superará el fastidio que su estudio comporta a tan tierna edad». El objetivo de su carta a Riccio pocas horas más tarde, no era otro que cantar victoria puesto que «Su Excelencia quedó muy contenta conmigo». El destinatario, que en más de una ocasión se las había tenido tiesas con su señora, sabía que no se trataba de una victoria menor (Pasquino Bertini a Pierfrancesco Riccio, ASF, Mediceo Del Principato,1176Insert/Part1 /folio15).
Un año más tarde era el secretario Agnolo Dovizi da Bibbiena quien podía cantar victoria: la tabla (ignoro en qué consistía exactamente) que Riccio había enviado a Pisa, donde se encontraba la familia, había servido para que García, de cuatro años y medio, aprendiera rápidamente el abecedario «con gran placer de la Señora Duquesa» (Il S.r Don Garzia ha ricevuta la tavola et ha già imparato tutta l’A.B.C. con gran piacere della S.ra Duchessa. Agnolo Dovizi da Bibbiena a Pierfrancesco Riccio, ASF, MdP, 5582, 2, 45. 21 de enero de 1552.)

Maria Pia Paoli ha atribuido a Eleonora toda una serie de decisiones que, según ella, comportaron modificaciones profundas en los modos y contenidos educativos de los hijos de las buenas familias florentinas. (Maria Pia Paoli, Di madre in figlio, p. 78). Una afirmación demasiado arriesgada con los datos de que disponemos. Seguramente, la modificación de más calado no tuvo que ver con los métodos y los contenidos, que en el caso de los jóvenes príncipes había sido objeto de una atención detenida por parte de los humanistas del Renacimiento, sino en su actitud personal: especialmente después de la muerte de la abuela, sus hijos estarían permanente con ella, tendrían sus habitaciones en palazzo Vecchio, donde recibirían también las lecciones, justo encima de las suyas, comunicadas por una escalera de uso privado, y viajararían siempre con ella en sus constantes desplazamientos. Fue más, por lo tanto, y en eso sí que tiene razón Maria Pia Paoli, un cambio de relación entre padres e hijos, o quizá sería más preciso decir entre la madre y sus hijos, ya que, sorprendentemente, apenas tenemos noticias de la implicación de Cósimo, que sin duda esta al tanto de todo de todo, que del sistema educativo propiamente dicho. A diferencia de lo que había sido habitual hasta entonces entre las familias de abolengo, Eleonora estuvo siempre junto a ellos hasta el punto de que, al menos cuando estaban en palazzo Vecchio, compartían las comidas en una sala a la que se accedía desde la sala conocida como de las mujeres sabinas, al que los niños accedían atravesando la camera verde y su capilla privada.
¿Discriminó a sus hijas?
Anna Baia, recordémoslo, la autora de la única monografía existente sobre Eleonora publicada en 1907, cargó las tintas sin apenas matices en la severidad que Eleonora empleó en la educación de sus hijas a las que supuestamente mantuvo, como parte de su educación, aisladas de su entorno. Afortunadamente, es mucho lo que se ha escrito en estos últimos años sobre los cambios que el Renacimiento introdujo en la educación de las mujeres que, en el caso de las familias de rango eran vistas, por más que nos repugne, como piezas de intercambio en las alianzas políticas del clan. A fin de cuentas, eso es lo que había sido la propia Eleonora. El punto interesante sería saber si Eleonora aplicó pautas diversas a las que se usaban en otras cortes y hasta qué punto replicó el modelo de la educación que ella misma había recibido fuera en Castilla primero o en Nápoles después. Casi con toda seguridad este extremo lo había tratado en sus conversaciones con Bienvenida Abranel, su propia tutora. Es una lástima que Pilar Sarrias decidiera abandonar su trabajo de máster sobre la educación de los niños Médici-Toledo. Aunque reconozco que no era un objetivo sencillo teniendo en cuenta las escasas informaciones que han llegado hasta nosotros.
Sea como fuere, mi impresión es que Baia extrajo más conclusiones de la que sus datos permitían. A fin de cuentas, su principal noticia sobre la rigidez empleada por Eleonora con sus hijas proviene de un testimonio tan interesado en desacreditarla como fue el de Alessandro Fiaschi, el comisario del duque de Ferrara en la negociación de la paz con Florencia que se saldó con el matrimonio de Lucrecia con Alfonso II d’Este. A pesar del acuerdo, la rivalidad entre los d’Este y los Médici no desapareció de modo que los primeros aprovecharon todas las ocasiones que se les ofrecieron para denigrar a los segundos a los que consideraban poco más que un mercaderes con influas de grandes señores. En una carta escrita el 27 de marzo de 1559 a su señor, Ercole II, Fiaschi afirmó que «la princesa [Lucrecia, que como os dije el sábado pasado, permaneció con sus padres después del matrimonio] desea escapar de las manos de la madre, pareciéndole demasiado larga y áspera la prisión en que se encuentra no habiendo diferencia entre el modo de vida que lleva ahora y el que llevaba antes de casarse»(La principesca desidera uscir di mano de la matre, parendole troppo lunga et aspera la prigionia en che si truova: non si facendo diferenta dal vivere di lei hora a quello che faceva nanti fose maritata, cit por Baia, A., Leonora di Toledo, Duchesa di Firenze e di Siena, p. 52). Y en otra de tres meses más tarde abundaba en la misma idea: «la princesa nuestra ha dicho que cuando venga el Señor Príncipe [su esposo Alfonso] quiere llevarlo disimuladamente a ver el lugar donde la madre la tiene y echársele a los pies y suplicarle que la libere de esta prisión»(La principessa Nostra ha detto che, giunto il Signor Principe, vuol condurlo con arte a vedere dove la matre la tiene et gettarseli a’ piedi, et suplicarlo a levarla di questa prigionia. Cit por Baia, A., Leonora di Toledo, Duchesa di Firenze e di Siena, p. 52). Ahora bien, lo único que de estas afirmaciones puede deducirse es que Lucrecia, con catorce años apenas cumplidos, se moría de ganas de abandonar la casa paterna para trasladarse a Ferrara y ser tratada como consorte del futuro duque. Un deseo que se cumplió pocos meses después. A pesar de la solemnidad con la que fue recibida en su nueva ciudad, su esposo se desentendió pronto de ella. Fallecería sin descendencia el 21 de abril de 1561. Según escribió el secretario Lorenzo Pagni pocos días después de que la noticia llegara a Florencia, Eleonora lloró amargamente (carta de Lorenzo Pagni del 8 de mayo de 1561).

Por muchos motivos que Lucrecia pudiera sentir para considerar el control materno como una prigionia, lo cierto es que, al menos en el plano estrictamente formativo, Eleonora dio a sus hijas las mismas oportunidades que a sus hijos. ¿Podía ser de otra manera habiendo crecido en Nápoles, seguramente la ciudad de Europa donde las mujeres tenían una presencia pública más destacada? Maria, Isabella y Lucrecia participaron junto a Francesco y Giovanni de las lecciones de Pier Vettori y Antonio Angeli coordinadas por el mayordomo Riccio y tomaron clases de dibujo y pintura, también con sus hermanos, de manos del gran Bernardo Buontalenti. Si hemos de creer a Pier Vettori, a los ocho años María era capaz de hablar italiano y español, traducir textos en latín y leer a Homero en griego (Guglielmo Enrico Saltini, «L’Educazione del Principe Don Francesco»). En una carta del 11 de octubre de 1549 Riccio se mostraba orgulloso de sus habilidades artísticas. Isabella no le iba a la zaga: hablaba fluidamente español, latín y francés, tocaba diversos instrumentos, recitaba poesía y era capaz de componer sus propios versos. Las numerosas cartas autógrafas que de ella se han conservado revelan una notable capacidad no sólo para escribir con corrección sino también para exponer ideas originales y articular el discurso con habilidad. ¿Por qué entonces, las cartas que Lucrecia escribió a su esposo eran tan pobres de contenido y tan repletas de faltas de ortografía? Gaetano Pieraccini, que en su monumental estudio de la familia Médici dedicó muchas páginas a examinar a los hijos de Eleonora, dedujo que nada de eso tenía que ver con la educación que había recibido sino con sus capacidades personales. El retrato que nos presentó de Lucrecia fue el de una joven taciturna a quien sus propias limitaciones provocaron no pocos problemas de convivencia.. Por mucho que la oración fúnebre de Lucrecia que Benedetto Varchi pronunció en mayo de 1561, y publicó poco después, destacara «la precoz instrucción que había recibido en el canto, la música, las letras y todos los conocimientos convenientes a las personas grandes y reales» se trataba sin duda de alabanzas vacias por parte de alguien que estaba a sueldo de Cósimo (Maria Pia Paoli, Di madre in figlio, p. 81-82).
Es de agradecer que los oradores que han tomado la palabra no se hayan extendido mucho. Son poco más de la 18 cuando finaliza la presentación del volumen. El director del Istituto, Maurizio Sangalli, nos invita a pasar a otra habitación para tomar un refrigerio. No tengo la menor intención de quedarme. Mi objetivo es presentarme a Giuseppe Parigino y concertar una entrevista. Le pido a Ida que me espere en el pasillo mientras entro un momento en la diminuta estancia abarrotada de ávidos degustadores. Quedamos en vernos dentro de unos días en el Archivio di Stato donde, me comunica, acostumbra a pasar las mañanas.
Como todavía me queda tiempo, me ofrezco para acompañar a Ida hasta su apartamento en la vía Palazzuolo, más allá de la plaza de Santa Maria Novela. Apenas hemos tenido tiempo de hablar desde que llegó a Florencia. Me pone al día de los últimos acontecimientos en nuestro departamento de la Universidad de Barcelona. La escucho sin apenas intervenir en la conversación. Siento que me está hablando de sucesos lejanos acaecidos en una vida pasada. Hoy hace seis meses que me instalé en Florencia. Cualquiera diría que eso es una eternidad.
Para saber más:
Baia, Ana., Leonora di Toledo, Duchesa di Firenze e di Siena. Todi, Foglietti, 1907.
Franceschini, Chiara,“Los scholares son cosa de su escelentia como lo es toda la Compañía: Eleonora di Toledo and the Jesuits” en Eisenbichler, K.(ed.), The Cultural world of Eleonora di Toledo. Duchess of Florence and Siena, pp. 181-206.
Paoli, Maria Pia,»Di madri in figlio: per una storia dell’educazione alla corte dei Medici», Annali di Storia di Firenze, III (2008)
Pieraccini, Gaetano, La stirpe de’ Medici di Cafaggiolo: saggio di ricerche sulla trasmissione ereditaria dei caratteri biologici, Firenze, Vallecchi, 1925, vol. II.
Ricci, Giovanni,»Prigioniera dei simboli : Lucrezia de’ Medici da Firenze a Ferrara» en Calvi, Giulia-Spinelli, Riccardo(a cura di), Le donne Medici nel sistema europeo delle corti XVI-XVIII secolo, Firenzze, Polistampa, 2008, vol. i, pp. 217-232.
Saltini, Guglielmo Enrico, «L’Educazione del Principe Don Francesco de’ Medici» en Archivio Storico Italiano, tomo XI, (1983), pp. 49-84.